Capítulo 1: Olivia

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Olivia

Mi alarma es la primera en sonar. Siempre lo es. Sé que tengo exactamente quince minutos antes de que la paz de esta casa se convierta en un caos absoluto. Un caos al que ya estoy más que acostumbrada, claro. Es lo que tiene ser la única chica entre siete hermanos. Así que, en esos quince minutos, aprovecho para hacer lo que puedo: entrenar mi paciencia y hacerme una coleta.

Esto siempre funciona así: El día empieza temprano. Me levanto con el sonido de la alarma, que resuena como un eco solitario en la casa aún dormida. Los primeros minutos de la mañana son míos, una calma antes de la tormenta. Aprovecho para lavarme la cara, ponerme mi ropa de entrenamiento y empezar a repasar mentalmente las piruetas y técnicas para el campeonato del próximo fin de semana. Las vueltas perfectas sobre el caballo, la precisión, el equilibrio. Mi mente está en eso cuando escucho el inminente estruendo.

En menos de un segundo, todo empieza.

—¡Llego tarde, llego tarde! —grita Rodrigo, el mayor, bajando las escaleras como si el fuego lo persiguiera. Corre directo al baño de abajo, el de las visitas, porque sabe que el de las habitaciones ya está ocupado por mí.

"Qué bien, Rodri", pienso con una sonrisa, mientras me pongo a cepillarme los dientes. No han pasado ni dos minutos cuando escucho los golpes en la puerta del baño. Es Manuel, el tercero de mis hermanos. Tiene 22 años y un don especial para convertir cualquier situación en una competencia de insultos.

—¡Olivia, sal ya del baño, coño! —grita a través de la puerta, acompañada de unos cuantos golpes que, sinceramente, podrían hacer pensar que la casa va a derrumbarse.

No le hago caso, estoy acostumbrada. No hay mañana en la que no se repita esta escena. Yo salgo del baño tranquila, porque sé que en cuanto cruce la puerta, el siguiente show está a punto de empezar.

—¡Enano, ven aquí! —es lo primero que oigo al salir, cuando veo a Alex, el más pequeño, corriendo por el pasillo con los calzoncillos puestos en la cabeza y completamente desnudo. Tiene seis años, y parece que cree que esa es la forma más divertida de empezar el día. Mientras corre, Carlos, el segundo de mis hermanos, va detrás de él con una camiseta en una mano y un pantalón en la otra, desesperado por vestirlo.

—¡Mamá, te lo juro, estoy harto de esto! —refunfuña Carlos mientras intenta atrapar a Alex, quien esquiva sus intentos de captura como si fuera un profesional de parkour.

De repente, se abre la puerta de la habitación de Miguel, el quinto en la línea, con sus 16 años y un genio que parece que ha heredado de Manuel. Sale directo al baño, pero justo cuando está a punto de tocar la puerta, aparece Lucas, de 12 años, gritando que él ya había dicho que entraba primero. Empiezan a empujarse.

—¡Yo estaba primero, gilipollas! —grita Miguel.

—¡Eso no vale! —protesta Lucas, empujándolo como si su vida dependiera de ello.

Respiro profundo y les recuerdo:

—Chicos, tenéis el baño de abajo. Id antes de que Rodrigo lo deje hecho un desastre.

Ambos bajan corriendo, empujándose y peleándose por ver quién llega primero. A veces me siento como el árbitro de un partido interminable, uno que lleva toda la vida jugándose en esta casa.

Papá y mamá salen a la vez de su habitación, como siempre, sincronizados. No se pelean por ningún baño porque tienen el suyo propio, los privilegiados. Mamá alcanza a Alex al vuelo y le dice a Carlos que no se preocupe, que ella se encarga de vestirlo. Carlos, que parece haber envejecido diez años en los últimos diez minutos, se mete a su habitación murmurando algo sobre lo cansado que está de compartir espacio con un niño de seis y otro de doce.

La chica de las volteretas [Pablo Gavi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora