Capítulo 2: Deporte desconocido

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Gavi

No sé qué hago aquí. En serio, no tengo ni idea de qué demonios estoy haciendo en un centro ecuestre. A ver, no me malinterpretéis, no tengo nada en contra de los caballos, incluso me caen bien, pero si me preguntas a mí, el único deporte que me interesa tiene como protagonista una esfera que rueda por el césped, y ahí es donde se termina mi pasión por los deportes. Y con todo el respeto del mundo hacia los caballos, que seguro son unos cracks en lo suyo, yo solo quiero largarme de aquí.

Miro a mi alrededor, el lugar está repleto de árboles, pasto y un montón de caballos haciendo lo suyo. Todo limpio y elegante, huele a hierba recién cortada, lo que es agradable, pero sigo sin entender qué se supone que estamos haciendo aquí. Pero claro, no tengo otra opción. Los directivos del Barça insistieron en que esta visita al centro ecuestre nos daría "buena imagen" como equipo, que "mostraría interés por deportes menos convencionales" y todas esas historias que nos cuentan cuando hay cámaras de por medio. En resumen, aquí estamos, atrapados en esta especie de excursión rural, sonriendo como tontos, con cámaras siguiéndonos a cada paso.

A mi izquierda está Pedri, que parece igual de emocionado que yo (es decir, nada), y a mi derecha, Fermín, que no dice mucho pero que sé que está pensando exactamente lo mismo que yo: largarnos de aquí cuanto antes.

—¿Tú sabes qué hacemos aquí? —le murmuro a Pedri, que sigue mirando a su alrededor, algo perdido.

Pedri se ríe por lo bajo y se encoge de hombros.

—Supongo que es por las cámaras, tío. Los jefes quieren que parezca que somos unos tíos cultos que apoyan todos los deportes.

—Ya... ¿Y qué tiene que ver esto con el fútbol? —insisto, haciendo una mueca de incomodidad mientras el buggi en el que vamos da una vuelta por la zona.

—Nada —me contesta Fermín, secamente, mientras observa los establos que pasan a nuestro lado—. Absolutamente nada.

El buggi avanza siguiendo al vehículo del director del centro, que nos está dando una especie de tour guiado. Todos llevamos micrófonos y auriculares, y el director no deja de hablar a través del altavoz, como si realmente creyera que nos importa lo que está diciendo.

—A vuestra izquierda, la zona de los ponis —comienza a decir el director, con una voz pomposa—. Estos caballos son especialmente entrenados para niños y jóvenes jinetes. Algunos de ellos están entrenando para competiciones de salto...

A mí no me afecta mucho lo que dice. Me limito a asentir de vez en cuando, por si las cámaras están captando mis reacciones, pero en realidad, mi mente está en otro lado. ¿Qué estará haciendo Laura ahora? Aún no sé en qué estamos, y todo este lío de ahora sí, ahora no, me tiene un poco fuera de onda.

El buggi sigue avanzando y llegamos a una nueva área.

—Esta es la zona de doma clásica —continúa el director—. Aquí, los caballos son entrenados para realizar movimientos elegantes y coordinados al compás de la música, una de las disciplinas más refinadas de la equitación.

Fermín suelta un leve resoplido a mi lado, y yo no puedo evitar reírme. El director se baja del buggi y nos hace un gesto para que hagamos lo mismo. Todos los jugadores nos bajamos y empezamos a caminar por la zona, rodeados de jinetes que están entrenando en las pistas. Las cámaras nos siguen, así que intentamos poner caras de interés. Unos pocos minutos más tarde, nos invitan a sacarnos fotos con los caballos y los jinetes.

—Venga, Gavi, toca al caballo, que lo flipas —me dice Fermín, divertido.

Me acerco a uno de los caballos, y me río cuando el animal relincha al sentir mi mano en su cuello. No es que me haya hecho amigo de él, pero el animal parece simpático. Nos hacemos fotos, firmamos un par de autógrafos, y seguimos con la excursión.

La chica de las volteretas [Pablo Gavi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora