Cañerías

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Despertaron al día siguiente con un sol intenso y una brisa ligera y refrescante.

—¡Perfectas condiciones para jugar al quidditch! —dijo Wood emocionado a los de la mesa de Gryffindor, llevando los platos con los huevos revueltos—. ¡Harry, levanta el ánimo, necesitas un buen desayuno!

Harry había estado observando la mesa abarrotada de Gryffindor, preguntándose si tendría delante de las narices al nuevo poseedor del diario de Ryddle. Hermione lo intentaba convencer de que notificara el robo, pero a Harry no le gustaba la idea. Tendría que contar todo lo referente al diario a algún profesor, ¿y cuánta gente sabía por qué habían expulsado a Hagrid hacía cincuenta años? No quería ser él quien lo sacara de nuevo a la luz.

—¡Chicos, creo que acabo de comprender algo! ¡Tengo que ir a la biblioteca!—soltó Hermione, como si sus continuas visitas a la biblioteca pudieran ser, de algún modo, una novedad.

—¿Qué habrá comprendido? —dijo Harry distraídamente, mirando alrededor, intentando averiguar quién podría ser el ladrón.

Los alumnos empezaron a salir del Gran Comedor hablando alto, hacia la puerta principal. Iban al campo de quidditch.

—Será mejor que te muevas —dijo Ron—. Son casi las once..., el partido.

Harry salió a la carrera detrás de sus compañeros de Gryffindor, echando un vistazo previo a la mesa de las serpientes, pero no vio a su hermana en el grupito de Slytherin con el que solía sentarse. Sin pararse a pensarlo demasiado, continuó su camino y se mezcló con la gente que se dirigía hacia el campo de juego. Si llegaba tarde a aquel partido tenía miedo de las represalias que Wood pudiera tomar contra él más tarde.

Mientras se ponía su túnica de juego en los vestuarios, su único pensamiento estaba con Azalea, no la había visto tampoco de camino al campo de juego con el resto de su grupo de amigos, y aquel partido tan crítico iba a ser el primero al que su hermana faltara para animarle... No parecía propio de ella.

Los equipos saltaron al campo de juego en medio del clamor del público. Oliver Wood despegó para hacer un vuelo de calentamiento alrededor de los postes, y la señora Hooch sacó las bolas. Los de Hufflepuff, que jugaban de color amarillo canario, se habían reunido para repasar la táctica en el último minuto.

Harry acababa de montarse en la escoba cuando la profesora McGonagall llegó corriendo al campo, llevando consigo un megáfono de color púrpura.

—El partido acaba de ser suspendido —gritó por el megáfono la profesora, dirigiéndose al estadio abarrotado. Hubo gritos y silbidos. Oliver Wood, con aspecto desolado, aterrizó y fue corriendo a donde estaba la profesora McGonagall sin desmontar de la escoba.

—¡Pero profesora! —gritó—. Tenemos que jugar... la Copa... Gryffindor...

La profesora McGonagall no le hizo caso y continuó gritando por el megáfono.

—Todos los estudiantes tienen que volver a sus respectivas salas comunes, donde les informarán los jefes de sus casas. ¡Id lo más deprisa que podáis, por favor! Luego bajó el megáfono e hizo una seña a Harry para que se acercara.

—Potter, creo que será mejor que vengas conmigo.

Preguntándose por qué sospecharía de él en aquella ocasión, Harry vio que Ron se separaba de la multitud descontenta y se unía a ellos corriendo para volver al castillo. Para sorpresa de Harry, la profesora McGonagall no se opuso.

—Sí, quizá sea mejor que tú también vengas, Weasley.

Algunos de los estudiantes que había a su alrededor rezongaban por la suspensión del partido y otros parecían preocupados. Harry y Ron siguieron a la profesora McGonagall y, al llegar al castillo, subieron con ella la escalera de mármol. Pero esta vez no se dirigían a ningún despacho.

Azalea Potter y la cámara secretaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora