Tom Ryddle

13 2 0
                                    

—No despertará —dijo una voz suave.

Harry se enderezó de un salto. Fred, por su parte, no conseguía separar el cuerpo helado e inerte de Azalea del suyo. Creía que quizás su propio calor corporal fuera suficiente para recuperar la consciencia de la pequeña.

Un muchacho alto, de pelo negro, estaba apoyado contra la columna más cercana, mirándolos. Tenía los contornos borrosos, como si lo estuvieran mirando a través de un cristal empañado. Pero no había dudas sobre quién era, al menos para el menor de los Potter.

—Tom... ¿Tom Ryddle?

Ryddle asintió con la cabeza, sin apartar los ojos del rostro de Harry.

—¿Qué quieres decir? ¿Por qué no despertará? —dijo Fred desesperado, sin importarle realmente quién demonios era aquella visión que los acompañaba—. ¿Ella no está... no está...?

—Todavía está viva —contestó Ryddle—, pero por muy poco tiempo.

Harry lo miró detenidamente. Tom Ryddle había estudiado en Hogwarts hacía cincuenta años, y sin embargo allí, bajo aquella luz rara, neblinosa y brillante, aparentaba tener dieciséis años, ni un día más.

—¿Eres un fantasma? —preguntó Harry dubitativo.

—Soy un recuerdo —respondió Ryddle tranquilamente— guardado en un diario durante cincuenta años.

Ryddle señaló hacia los gigantescos dedos de los pies de la estatua. Allí se encontraba, abierto, el pequeño diario negro que Harry había hallado en los aseos de Myrtle la Llorona. El diario por el que su hermana se había puesto tan nerviosa durante su última conversación juntos a la vera de la orilla del Lago.

—Tienes que ayudarme, Tom —dijo Harry, observando cómo Fred volvía a levantar la cabeza de Azalea mientras él mismo se incorporaba—. Tenemos que sacarla de aquí. Hay un basilisco... No sé dónde está, pero podría llegar en cualquier momento. Por favor, ayúdame...

Fred, sin un ápice de esfuerzo, logró levantar a Azalea del suelo. Harry se inclinó entonces a recoger su varita. Pero la varita ya no estaba.

Ryddle no se movió. El joven jugueteaba con la varita de Harry entre los dedos.

—Gracias —dijo Harry, tendiendo la mano para que el muchacho se la devolviera.

Una sonrisa curvó las comisuras de la boca de Ryddle. Siguió mirando a Harry, jugando indolente con la varita.

—Escucha —dijo Fred con impaciencia—. ¡Tenemos que huir! Si aparece el basilisco...

—No vendrá si no es llamado —dijo Ryddle con toda tranquilidad.

Fred empezaba a contrariarse con la actitud de aquel imbécil que solamente les estaba entreteniendo en su huida y rescate a Azalea.

—¿Qué quieres decir? —preguntó—. Mira, dale la varita, podría necesitarla.

La sonrisa de Ryddle se hizo más evidente.

—No la necesitarás —repuso—. He esperado este momento durante mucho tiempo, Harry Potter —dijo Ryddle— . Quería verte. Y hablarte.

—Mira —dijo Harry, perdiendo la paciencia—, me parece que no lo has entendido: estamos en la Cámara de los Secretos. Ya tendremos tiempo de hablar luego.

—Vamos a hablar ahora —dijo Ryddle, sin dejar de sonreír, y se guardó en el bolsillo la varita de Harry. Harry lo miró. Allí sucedía algo muy raro.

—¿Cómo coño ha llegado Azalea a este estado? —espetó Fred al de pelo negro, hablando despacio.

—Bueno, ésa es una cuestión interesante —dijo Ryddle, con agrado—. Es una larga historia. Supongo que el verdadero motivo por el que Azalea está así es que le abrió el corazón y le reveló todos sus secretos a un extraño invisible.

Azalea Potter y la cámara secretaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora