La bludger loca

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—Dejemos a Harry y a todos los demás fuera de esto. No quiero cambiarte, Draco. Ni quiero que dejes de odiar a mi hermano, pero por favor, no vuelvas a ser tan mezquino delante de mí. Ni con él ni con nadie... Este es el Draco que a mí me gusta.

—¿Te gusto?

—Draco...

—No, Aza, dímelo. Yo... Necesito saberlo —dijo el chico mostrandose vulnerable ante la pelirroja que tenía delante.

—¿Por qué?

—Porque me gustas mucho, Aza. Lo sabes. Todos lo saben en realidad.

—Me gusta este Draco... Pero odio al abusón —le respondió ella a modo de riña.

El aludido sonrió orgulloso de la declaración de su amiga. ¿Tenía defectos? ¡Por supuesto! Pero ella al fin había reconocido que también sentía algo por él, y aunque fuera acompañado de una reprimenda, era la mejor moticia que el joven había recibido en su corta existencia.

—Yo siempre seré este Draco para tí, Aza. Siempre.

Ella sonrió complacida. No entendía cómo él siempre conseguía llevarla hacia su terreno.

—¿Qué hacen dos alumnos fuera de clase de esta guisa?

La anciana voz que les hablaba desde el otro lado del pasillo sobresaltó a ambos chicos, haciendo que el amarre de sus manos se rompiera al instante.

—Profesor Dumbledor, íbamos a la enfermería —respondió Draco en seguida queriendo subsanar la situación—. Azalea no se encontraba bien. Yo sólo la acompañaba...

—Ya veo que os habéis entretenido por el camino, joven Malfoy —respondió él sonriendo—. Por favor, vuelve a clase mientras yo acompaño a esta señorita a la enfermería. Yo mismo me dirigía hacia allí.

—Claro, profesor —respondió contrariado el joven. El director había estropeado un momento mágico entre él y su pelirroja.

—Luego nos vemos —se despidió su amiga.

—¿He interrumpido algo, cielo? —preguntó Albus Dumbledore a su nieta cuando vió desaparecer al otro joven al final del pasillo.

—Nada, no pasa nada...

—No tienes buena cara hace unos días, Azalea. ¿Hay algo que quieras contarme? —inquirió él mirando a los expresivos ojos de la que consideraba su nieta.

—Nada. ¿Por qué? Es sólo que no me encuentro muy bien...

—Está bien. Vayamos a ver a la Señora Pomfrey —le pidió poniendo rumbo a la enfermería—. Remus está muy preocupado por tí este año, ¿le escribes a menudo?

—Sí, todas las semanas, pero con lo que pasó el año pasado...

—Se preocupa mucho por tí, te echa de menos. Ya me ha escrito un par de veces para pedirme que te vigile.

La joven Potter rodó los ojos. Era típico de su padrino ser tan sobreprotector con su integridad física. Aunque a decir verdad, no podía culparle, el año anterior se había expuesto deliberadamente a peligros de los que él llevaba apartándola más de una década.

—Me quiere demasiado.

—Nunca se quiere demasiado, querida.

La visita a la señora Pomfrey fué rápida. Al ver la palidez en el rostro de Azalea, le dió una poción revitalizante y le obligó a comer dulces durante las siguientes comidas. Notaba el azucar de su sangre demasiado baja. Azalea observó cómo su abuelo se preocupaba por el avance de la poción que salvaría a la Señora Norris, y se dió cuenta de la gravedad del asunto de la Cámara de los Secretos, pues no recordaba haber visto al anciano tan preocupado por nada.

Azalea Potter y la cámara secretaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora