Luna Lovegood

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Sacar dinero de su cámara acorazada junto a los padres de Hermione había sido divertido. Eran encantadores, lo que hacía que Azalea se preguntara por qué a su hija le costaba tanto relacionarse. Estaba claro que era una chica muy inteligente, pero también lo eran Julen y Nella... Quizás, después de todo, Gryffindor no era una casa tan amigable como querían vender.

Las muchachas se encaminaron junto con el resto hacia la tienda en que se llevaría a cabo la firma de libros de Lockhart. La señora Weasley no quería perder la oportunidad de conocer en persona a su amor platónico, y lo cierto es que Hermione tampoco parecía molesta con la idea de conocer al mago.

—No entiendo por qué tanta expectación con él, la verdad...

—Es un gran mago, Azalea. ¿No has leído ninguno de sus libros?

—Por desgracia, sí. Y más que libros sobre sus hazañas parecen novelas románticas...

Ginny, que iba con las otras dos muchachas mientras los chicos hacían burlas con su madre, rió con el comentario de la pelirroja. Ella tampoco entendía de dónde nacía el capricho de su progenitora o de Hermione. Era un mago más al que le gustaba mucho contar historias... Y, sobre todas las cosas, gustar a los demás. Y Ginny odiaba a la gente tan egocéntrica.

—¿Románticas? Sólo habla de cómo vence a esas criaturas...

—Sí, y de lo hábil que es para hacerlo... Se quiere demasiado, Hermione.

—No me recuerda a nadie entonces...

—¿Por quién lo dices? —intervino Ginny, curiosa. No entendía por qué se picaban tanto entre sí.

—Eso, Hermione. ¿Por quién lo dices? —le retó Azalea.

—¡Vamos chicas! —escucharon la voz de Molly que sujetaba la puerta para que toda su familia pasara—. Vamos, vamos. En cuanto se llenen las plazas van a cerrar las puertas.

—Salvada por la campana —susurró Hermione para echar a correr en dirección a la señora Weasley y no hacerla esperar más.

Ginny y Azalea hicieron lo correspondiente, y cuando entraron, la menor de las tres sentenció a sus amigas.

—Estoy harta de vuestros secretos. Cuando dejéis de tenerlos, avisadme.

La ojiazul observó a la pecosa y comprendió a la perfección la necesidad de la misma por sentirse en el grupo. Al fin y al cabo era la única chica de entre todos los hermanos, y seguramente se habría sentido excluida en numerosas ocasiones.

Aprovechó cuando Hermione se unió a los otros dos integrantes del trío de oro para hablar con la ofendida y solucionar la situación.

—Ginny, tienes razón. Lo siento por lo de antes fue sin querer. Seguramente Hermione quiso atacarme con respecto a tu hermano, aunque no creo que sea un egocéntrico... Pero por lo visto ella sí.

La muchacha asintió y agradeció a su amiga la sinceridad.

—Yo también lo siento. Pero estoy harta de que todos me traten como a una niña. No quiero que vosotras también lo hagáis.

—No te preocupes. Yo nunca haría eso. 

—Gracias —sonrió la Weasley—. Y ahora, vamos a la cola con los demás o mamá se enfadará mucho.

Un hombre pequeño e irritable merodeaba por allí sacando fotos con una gran cámara negra que echaba humaredas de color púrpura a cada destello cegador del flash.

—Fuera de aquí —gruñó a Ron, retrocediendo para lograr una toma mejor—. Es para el diario El Profeta.

—¡Vaya cosa! —exclamó Ron, frotándose el pie en el sitio en que el fotógrafo lo había pisado.

Azalea Potter y la cámara secretaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora