Charla en el vestuario

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Hermione salió de la enfermería, sin bigotes, sin cola y sin pelaje, a comienzos de febrero. La primera noche que pasó en la torre de Gryffindor, Harry le enseñó el diario de T.M. Ryddle y le contó la manera en que lo habían encontrado. Sin embargo el trío de oro no conseguía encontrarle utilidad.

Harry no podría haber explicado, ni siquiera a sí mismo, por qué no tiraba a la basura el diario de Ryddle. El caso es que aunque sabía que el diario estaba en blanco, pasaba las páginas atrás y adelante, concentrado en ellas, como si contaran una historia que quisiera acabar de leer.

Y, aunque estaba seguro de no haber oído antes el nombre de T.M. Ryddle, le parecía que ese nombre le decía algo, como si se tratara de un amigo olvidado de la más remota infancia. Pero era absurdo: no había tenido amigos antes de llegar a Hogwarts, Dudley se había encargado de eso.

Sin embargo, Harry estaba determinado a averiguar algo más sobre Ryddle, así que al día siguiente, en el recreo, se dirigió a la sala de trofeos para examinar el premio especial de Ryddle, acompañado por una Hermione rebosante de interés y un Ron muy reticente, que les decía que había visto el premio lo suficiente para recordarlo toda la vida.

La placa de oro bruñido de Ryddle estaba guardada en un armario esquinero. No decía nada de por qué se lo habían concedido.

—Menos mal —dijo Ron—, porque si lo dijera, la placa sería más grande, y en el día de hoy aún no habría acabado de sacarle brillo.

Sin embargo, encontraron el nombre de Ryddle en una vieja Medalla al Mérito Mágico y en una lista de antiguos alumnos que habían recibido el Premio Anual.

—Me recuerda a Percy —dijo Ron, arrugando con disgusto la nariz—: prefecto, Premio Anual..., supongo que sería el primero de la clase.

—Lo dices como si fuera algo vergonzoso —señaló Hermione, algo herida.

—Perdónalo, Hermione —intervino Nella, que pasaba por allí con Julen, Luna y Azalea para salir a los jardines a disfrutar del tiempo libre—. Como no tiene nada que destaque sobre sus hermanos, se mete con ellos, ¿verdad?

—Nella... —la riñó su mejor amiga, casi sin ánimos. A veces el desparpajo natural de la Longbottom enturbiaba ligeramente su empatía para con los demás.

—¿Qué hacéis aquí? —inquirió entonces Julen, interesado por el motivo que había llevado a los Gryffindors a observar los trofeos, y tratando de tender un puente que llevara al trío de oro y al trío de plata a un punto en común.

—Nada —replicó rápidamente Hermione.

—Tom Ryddle... ¿Lo conocéis? —se escuchó la voz de Luna, que había detectado el objeto de deseo de los tres leones.

—¿Por qué miráis ese? ¿Qué se supone que tiene de especial? —preguntó entonces una preocupada Azalea.

Harry observó a su hermana al detectar que, la que solía ser una dulce y melodiosa voz se había convertido en un tono monótono, y no le gustó nada el reflejo que le devolvía esa visión.

La palidez y las ojeras de Azalea estaban llegando a unos límites que rozaban lo que podría considerarse saludable a cualquier edad. Harry había achacado aquellos síntomas al transcurso del curso y a la necesidad de su hermana de sobresalir en absolutamente todas las asignaturas que cursaban aquel año, pero ni si quiera Hermione llegaba a tener ni la mitad de su mal aspecto en época de exámenes.

Aquello no era normal. El muchacho sintió preocupación real por el estado de salud de su hermana y se asustó por si aquel reflejo físico pudiera denotar algún problema grave.

Azalea Potter y la cámara secretaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora