Casa Longbottom

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Recoger a Azalea no era la misión que más le apetecía llevar a cabo a Remus Lupin después de que su ahijada hubiera pasado una semana en casa de los Malfoy, pero era consciente de que no ir él en persona defraudaría a la muchacha, y decidió que era mejor ir él mismo hasta Gringotts a recogerla que volver a obligar a la señora Weasley a ejercer su labor.

— Sabes que por mí no hay problema, Remus, querido. No me importa ir a por ella.

— No te preocupes, Molly. Esta vez quiero ser yo quien la recoja.

— De acuerdo. ¿Os quedaréis a cenar?

— Sí, pero después nos volvemos a casa. Los dos necesitamos un poco de tranquilidad...

Y es que Lupin se había quedado mucho más tranquilo al hablar con Fred y conocer un poco más al muchacho, pero tampoco le apetecía mucho que Azalea pasara tanto tiempo con los dos chicos que le provocaban sus mayores quebraderos de cabeza también fuera del colegio. Suficiente tiempo le parecía que pasaba con ellos allí, donde además eran como su familia para ella al vivir alejados de su familia de verdad.


Media hora antes de la hora en que debía recoger a la Potter, Remus Lupin se encontraba en el punto de encuentro como un reloj. 

No pudo evitar que la imaginación volviera a los tiempos de Hogwarts, en que apenas había conocido a los Malfoy, pero a Lucius lo recordaba bien: había sido un auténtico tirano en su último año como Premio Anual. Y es que era la gente como él la que seguía dando mala fama a la casa Slytherin. Por no mencionar las ocasiones en que habían tenido que enfrentarse a él tanto el padre de Azalea como él mismo, una vez dentro de la Orden del Fénix.

Si la charla con Fred Weasley le había tranquilizado aunque fuera en pequeña medida, pensar en la familia de Malfoy sólo le despertaba un amasijo de nervios del que no se quería encargar por el momento. Estaba claro que los hijos no tenían por qué repetir los errores de sus padres, pero el apellido Malfoy era una larga estirpe en la que no había habido ninguna excepción en cuanto la afinidad con el uso de las artes oscuras.

Por supuesto, como Remus defendía, le daba a Draco Malfoy el beneficio de la duda. Pero eso no evitaba que no lo pasara mal pensando en las distintas posibilidades que se podían dar con él...

Diez minutos antes de la hora establecida, los Malfoy llegaron con su inconfundible hijo y una cabellera pelirroja que se acercaba corriendo y gritando el nombre de su padrino.

El licántropo sonrió y estrechó con cariño entre sus brazos a la pequeña nada más que ésta llegó a su altura. Había echado mucho de menos a la personita que daba luz a cada uno de sus días.

— Hola cielo, ¿qué tal ha ido la semana?

— Muy bien, los Malfoy tienen una casa preciosa.

— Buenas tardes, Lupin - intervino Narcissa ofreciéndole su mano al hombre lobo para estrechársela - Y gracias por lo que nos toca, Azalea.

— Buenas tardes - dijo Lucius más regio - Sin duda la muchacha tiene buen gusto.

Remus sonrió de lado y estrechó la mano de ambos sin dudar.

— ¿Esque os conocéis? - preguntó Draco, incrédulo.

— Coincidimos en Hogwarts - respondió Lupin de manera escueta - Y tu debes de ser Draco, ¿no?

— Sí, señor. Es un placer conocerle.

El pequeño hombrecito que tenía delante también tendió su mano en dirección a Remus que aceptó de buen grado. Era un muchacho educado y que se fijaba en los detalles, pues las miradas que los dos hombres adultos habían intercambiado no habían pasado desapercibidas para él.

Azalea Potter y la cámara secretaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora