𝐎𝐂𝐄𝐀𝐍'𝐒 𝐄𝐘𝐄𝐒 | ❛Tú eres mi hijo, y haré todo lo que esté en mi poder para protegerte❜
Troilo de Troya, hijo de la reina Hécuba y el dios Apolo. Nacido en medio de una guerra, su destino fue escrito en los libros. Un pobre niño que tenía un...
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Percy no entendía cómo había terminado en esa situación. Bueno, realmente lo sabía, pero nunca imaginó que se encontraría jadeando por aire en medio de un bosque, con lágrimas en los bordes de los ojos por el esfuerzo. Tirado en el suelo, con un dios sobre él.
El dios lo observaba con una mirada que Percy no lograba descifrar; era tan enigmática. Con ternura, acariciaba los rizos de Percy que se esparcían por el suelo, mientras su mano ascendía con delicadeza por el muslo del hijo de Poseidón.
Trataba de comprender cómo había llegado a ese punto, sabiendo que si Annabeth estuviera allí, ya lo habría regañado por no haber pensado antes de hablar.
Repasaba los acontecimientos en su mente.
Después de que Helena y Percy conversaran, ella lo condujo hasta el final del palacio, a una hermosa habitación adornada con telas bordadas que colgaban del techo. Con un gesto de Helena, las sirvientas se quedaron atrás, mientras ella entrelazaba sus brazos para seguir avanzando.
— Trata de llegar antes de que la del manto oscuro cubra nuestro cielo —dijo sin mirarlo, pero Percy giró su cabeza para observarla—. Troilo se despierta a esa hora para tomar el hespérisma. Si no te ve, lo más probable es que se asuste.
Percy miró hacia adelante mientras asentía, maravillado por las telas que adornaban la habitación. De repente, se detuvieron. Frente a ellos, había un gran tapiz de sedas bordadas en un hermoso tono púrpura. Helena se apartó, y se acercó al tapiz y lo movió, revelando una abertura algo desgastada.
El hijo de Poseidón miró a su prima, que ahora lo observaba. Levantó una ceja, preguntándose por qué, si ella conocía una forma de salir de Troya, no lo había hecho. Helena le sonrió, comprendiendo su duda.
— Lo intenté, pero la dorada —murmuró con desdén— se dio cuenta y me echó de regreso.
Percy hizo una mueca empática. Conocía a Afrodita; sabía que cuando se decidía a montar un drama, lo hacía sin tener en cuenta los sentimientos de sus personajes. Suspiró mientras se acercaba a Helena.
— Volveré antes del atardecer —dijo, acariciando el brazo de Helena con cariño—. Debo ir a ver a mi padre.
Ella le sonrió y asintió. — Entonces vete —hizo un gesto hacia el pasadizo—. Yo te cubriré.
Percy asintió con una sonrisa y entró en el pasadizo, que ahora que lo notaba, estaba iluminado por una antorcha. La tomó de su soporte y comenzó a caminar, viendo cómo la luz del sol se desvanecía de las paredes, dejando solo el resplandor del fuego mientras Helena cubría la abertura.
Valiendo verga hasta en la antigua Grecia, pensó mientras caminaba.
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