❛9. El corderito y el cazador❜

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Troilo observó a su madre en la quietud de la mañana, mientras él, con la mirada perdida en el horizonte, contemplaba la ciudad que se extendía más allá de la terraza

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Troilo observó a su madre en la quietud de la mañana, mientras él, con la mirada perdida en el horizonte, contemplaba la ciudad que se extendía más allá de la terraza. No pronunció palabra alguna, permitiéndose por un instante disfrutar de esa paz que la envolvía tras los sucesos de la noche anterior. Era un alivio ver a su madre tranquilo, y Troilo no quería romper el hechizo.

Con la delicadeza de un príncipe, se acomodó en una de las sillas de mármol dispuestas en la sala de descanso, haciendo un leve gesto con la mano para que las sirvientas se retiraran. No deseaba que nadie interrumpiera ese momento sagrado, esa tregua entre las tormentas. Observó en silencio, absorto en la figura que tanto veneraba. El cabello de su madre, negro como el abismo insondable, caía en suaves cascadas sobre sus hombros y caderas, como si la espuma del mar hubiera decidido morar en esas hebras, llevadas por las olas de algún dios travieso. Percy estaba envuelto en un quitón de azul celestial, aquel que Troilo había encargado en secreto el día anterior, burlando las sospechas de su madre Hécuba junto a las cadenas de perlas y joyas.

Percy, su salvador, su madre, merecía solo lo mejor de todo cuanto existía bajo los cielos.

Troilo respiró hondo, aún impactado por la serenidad que ahora emanaba de él, tan distinta a la furia desatada de la noche anterior. No quería volver a vivir lo que había visto en ese instante de ira, cuando su madre despertó en cólera, un rugido que hizo temblar los cimientos del palacio. Por un instante, Troilo temió que la maldición cayera sobre su padre, ese dios que había osado encapricharse con el hijo del dios del mar. Y aunque no entendía del todo la naturaleza de esa fascinación, sabía que ni siquiera el favor divino podría detener la furia de Percy si su alma enojada se desbordaba de nuevo.

Solo cuando Troilo, con su inocencia de niño, pidió ser cargado en brazos, la tormenta se apaciguó. Tal era la bendición del muchacho: su madre, tan poderoso como un huracán, se doblegaba ante la fragilidad de su cariño.

—¿Mi lucero? —la voz de Percy lo sacó de su ensoñación, suave y acariciante, como el rumor del oleaje. El príncipe rubio le sonrió, despertando del sopor de sus pensamientos. Percy, descendiendo los escalones con la gracia de un dios, lo miraba confundido—. Pensé que estarías dormido.

Troilo negó con la cabeza, sus ojos fijos en aquel joven que, aunque en cuerpo de hombre, era para él una figura maternal, incomprensible y bella. Entendía ahora, aunque le costaba admitirlo, por qué su padre había deseado reclamarlo ante todos. No había palabras en su vocabulario para describir la hermosura que irradiaba. Su poesía, herencia de su padre, quedaba corta, muda ante lo que veía.

—Los rayos del alba me despertaron, madre. Quise verte antes de que padre viniera a buscarnos —dijo con una sonrisa traviesa, viendo cómo Percy enrojecía ligeramente al escuchar el apelativo que tanto divertía al joven príncipe. Su padre no se había equivocado al decir que esa palabra arrancaría más que una sonrisa de quien era su salvador.

❝ Ocean's eyes. ❞             ⋆.ೃ࿔*:・❪ Percy JacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora