La tarde caía lentamente, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y dorados mientras caminábamos juntos por el sendero del parque. Las hojas crujían bajo nuestros pies, un sonido que siempre me había parecido reconfortante. A tu lado, todo parecía más brillante, más intenso. Había algo en la forma en que me mirabas, en la manera en que nuestras manos se entrelazaban sin esfuerzo, que me hacía sentir que el tiempo podía detenerse solo para nosotros.-¿Te has dado cuenta de lo hermosa que está esta noche? -preguntaste, mirándome con esa sonrisa que siempre lograba desarmarme.
Asentí, aunque mis ojos estaban fijos en los tuyos. Para mí, el cielo podía nublarse, el sol apagarse, pero mientras estuviera a tu lado, nada más importaba.
-Nunca dejará de sorprenderme cómo cada momento contigo es perfecto -respondí, sintiendo que mis palabras eran insuficientes para expresar lo que realmente sentía.
Nos detuvimos junto a un lago, el agua reflejando el cielo en un espejo de calma. Me acerqué más a ti, apoyando mi cabeza en tu hombro, y cerré los ojos. Podía escuchar el suave latido de tu corazón, un ritmo que había llegado a conocer tan bien. No necesitaba nada más en ese instante. Con cada inhalación, sentía que me llenaba de tu esencia, de todo lo que significabas para mí.
-Tengo algo para ti -dijiste de repente, rompiendo el silencio que habíamos compartido cómodamente.
Te alejaste un paso y sacaste un pequeño libro de tu chaqueta. Era un volumen antiguo, de esos que parecen haber pasado por muchas manos, y lo abriste con cuidado, como si fuera un tesoro frágil.
-Quiero leerte algo -susurraste, tus ojos brillando con una mezcla de amor y nerviosismo.
Me quedé quieta, expectante, mientras comenzabas a leer. Reconocí las palabras al instante, un poema que había escuchado antes, pero que nunca había resonado en mí como lo hacía en ese momento.
Podrá nublarse el sol eternamente; Podrá secarse en un instante el mar; Podrá romperse el eje de la Tierra Como un débil cristal...
Tu voz, suave y profunda, parecía envolverme, llenándome de una calidez que ninguna otra cosa podría darme. Cada palabra era como un hilo que tejía nuestro amor, haciéndolo más fuerte, más real.
-Todo sucederá -continuaste, tu voz temblando ligeramente al pronunciar la siguiente línea-, Podrá la muerte cubrirme con su fúnebre crespón; pero jamás en mí podrá apagarse la llama de tu amor.
Sentí un nudo en la garganta mientras esas palabras se asentaban en mi corazón. Era como si cada verso hablara directamente de lo que éramos, de lo que seríamos siempre, sin importar lo que el destino pudiera traer.
-¿Sabes lo que significa para mí? -preguntaste, cerrando el libro y mirándome a los ojos con una intensidad que me robó el aliento.
Asentí lentamente, las lágrimas comenzando a nublar mi visión.
-Significa que... -tu voz se rompió un poco antes de continuar-, que aunque el mundo cambie, aunque todo lo que conocemos se desmorone, el amor que siento por ti nunca desaparecerá. Es eterno, inquebrantable.
No pude contener las lágrimas, pero eran lágrimas de felicidad, de gratitud por tenerte en mi vida, por poder experimentar algo tan puro y profundo. Me lancé a tus brazos, aferrándome a ti como si nunca quisiera soltarte.
-Eres todo para mí -susurré contra tu pecho, sintiendo tus brazos rodearme con fuerza.
-Tú eres mi vida -respondiste, besando la parte superior de mi cabeza con ternura.
Nos quedamos así, abrazados bajo el cielo que comenzaba a oscurecerse, pero no había miedo en la oscuridad. Porque sabía que, sin importar lo que ocurriera, sin importar cuántas veces el sol se ocultara o las estrellas cayeran del cielo, la llama de nuestro amor permanecería viva, ardiente, eterna.
Amor eterno, de Gustavo Adolfo Bécquer
Podrá nublarse el sol eternamente;
Podrá secarse en un instante el mar;
Podrá romperse el eje de la Tierra
Como un débil cristal.¡Todo sucederá! Podrá la muerte
Cubrirme con su fúnebre crespón;
Pero jamás en mí podrá apagarse
La llama de tu amor.