Two

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Un día, como cualquier otro, me encontraba en mi habitación, ese pequeño refugio que compartía con mi compañera de cuarto, Enid. Sí, hablo de ella, esa chica. La chica más hermosa del mundo, capaz de desatar cualquier tormenta en mi interior con tan solo una mirada. Una mirada suya podía llevarme al borde de la locura, hacerme perder el sentido. Ella tenía el poder de pedirme cualquier cosa, dictar cómo y cuándo, y yo, sin dudarlo, siempre estaba dispuesta a cumplirlo. ¿Hasta qué punto esto era sano? No lo sé, pero lo único que tenía claro es que la amaba. Eso era lo único que realmente importaba.

Aquella tarde, estaba recostada en mi cama, con una fiebre que me hacía delirar, sintiéndome terriblemente mal. ¿Qué me estaba pasando? —Qué maldita pesadilla estar así— murmuraba al aire, frustrada. Fue entonces cuando Enid, con su cabello dorado y esa sonrisa que iluminaba cualquier rincón, cruzó la puerta. —Cuidado con esas palabras, señorita. Estoy aquí para salvarte la vida— dijo, extendiéndome su mano con un medicamento en la palma.

—De verdad, Enid, me has salvado la vida, me siento fatal— respondí, temblando por la fiebre que hacía que mi cuerpo entero se estremeciera con escalofríos. Enid se sentó a mi lado, su expresión reflejaba una preocupación que calentaba mi corazón más que cualquier manta. Colocó su mano en mi frente y rápidamente la retiró con sorpresa. —¡Estás ardiendo, Wednesday, por Dios!— exclamó, sus ojos llenos de inquietud.

—Lo sé— susurré. Pero a pesar de los cuarenta grados que quemaban mi piel, estar con ella me hacía sentir mejor. Era como si, en medio de mi fiebre, ella fuera la única medicina que realmente necesitaba. Tal vez ya estaba alucinando, pero no me importaba. —Enid, ¿te he dicho lo hermosa que eres? Tan hermosa como un arcoíris. Odio los colores, lo sabes bien, pero a ti te amo. Quiero sentirte cerca, Enid— murmuré, atrayéndola hacia mí, haciendo que cayera suavemente sobre mi pecho.

Su mirada, confundida, me estaba volviendo loca. —Wedns, ¿qué dices? Creo que la fiebre ya te está haciendo alucinar. Será mejor que descanses. Toma tu medicamento y duerme un rato, ¿sí?— dijo, levantándose de mi pecho, visiblemente sonrojada y un poco desconcertada.

No pude evitar reírme suavemente al ver su expresión, y me recliné en la cama para tomar el medicamento. —Qué linda te ves sonrojada, Enid— le dije, disfrutando del leve rubor en sus mejillas. Finalmente, Enid se levantó, rascándose la cabeza con una sonrisa tímida y un poco avergonzada. —Wedns, nos vemos luego. Voy a ver una película con Yoko. Descansa, ¿sí?— dijo mientras se acercaba para darme un abrazo cálido y reconfortante, dejándome con el suave rastro de su perfume y una sensación de vacío al verla partir.
Me fui a dormir con la sensación reconfortante de saber que el mismo aire que respiraba aún llevaba el rastro de la belleza que acababa de salir por la puerta de nuestra habitación. Giré sobre la cama, apoyando la cabeza en la almohada, y cerré los ojos, intentando dejar que el sueño me envolviera. Mientras mi mente vagaba, creo que me quedé dormida, pero no por mucho tiempo.

Unos segundos después, escuché murmullos en la puerta de mi habitación. Eran Yoko y Enid, que habían regresado de ver la película y ahora se despedían. Yoko se disponía a marcharse a su cuarto, mientras Enid entraba sin hacer un solo ruido, creyendo que yo aún dormía. Lo que ella no sabía es que me despierto con la más mínima alteración, demasiado fácilmente para mi gusto.

—Au... ay... mierda— murmuró casi en un susurro, habiéndose clavado una espina del cactus que habíamos dejado en el suelo, una tarea pendiente de la profesora de ciencias botánicas. Apenas soltó un leve grito, salté de la cama rápidamente, alarmada.

—¡¿Enid, estás bien?!— exclamé, un poco acelerada, sin ocultar mi preocupación.

—Wednesday, ¿tú estás bien? Me asustaste, pensé que aún dormías— respondió, todavía con el dolor reflejado en su rostro.

—Eso no importa ahora, estoy mejor. Déjame ver tu dedo— insistí, acercándome para examinar su mano.

—Ay, duele, Wednesday— exclamó Enid, con una expresión que me hizo tragar saliva, intentando que no notara cómo sus palabras desataban mil fantasías en mi mente en cuestión de segundos.

—Siéntate, Enid, voy a traer unas pinzas para sacar esa espina— dije, apresurándome a buscar el kit de primeros auxilios.

Regresé rápidamente, y con la precisión que me caracteriza, extraje la espina de su dedo. Al instante, una pequeña gota de sangre comenzó a brotar, y por un momento, una parte de mí quiso llevar su dedo a mi boca, saborear esa gota como si fuera el elixir más dulce. ¿Qué tan extraño era eso? Para mí, no mucho. Pero en lugar de seguir ese impulso, opté por desinfectar la herida y colocarle una bandita.

Una vez terminada la cura, levanté la mirada y me encontré con sus ojos, fijos en los míos, completamente absorta. Su mirada era fascinante, y aunque solo nos habíamos abrazado una vez, yo moría por besarla, por recorrer con mis labios cada centímetro de su piel.

—¿Estás bien, Enid? ¿Duele menos?— pregunté suavemente, acariciando su mano con ternura.

—Gracias, Wednesday, estoy bien, no fue nada. ¿Y tú? ¿La fiebre ha bajado?— respondió, mientras sus ojos se fijaban en los míos y, luego, bajaban lentamente hasta mi boca, como si buscaran una respuesta que aún no se había formulado.

¡Gracias por leer éste capítulo!. ♡

Don't go away Donde viven las historias. Descúbrelo ahora