Seven

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Cuando finalmente salí del baño, mi mente seguía atrapada en un torbellino de pensamientos y emociones que no lograba controlar. Cada paso que daba me parecía pesado, como si estuviera caminando bajo el agua, en un mundo que ya no entendía del todo. Las risas y conversaciones a mi alrededor se sentían distantes, como si estuvieran en un plano diferente del que yo habitaba ahora.

Mientras avanzaba por los pasillos, las palabras de Enid seguían resonando en mi cabeza, susurradas con esa mezcla de autoridad y desafío que jamás habría esperado de ella. La sensación de sus dedos aún persistía en mi piel, como un eco que se negaba a desaparecer, una marca invisible que me recordaba lo que acababa de ocurrir.

Me dirigí a mi próxima clase, aunque apenas presté atención al camino. Cada esquina que doblaba, cada rostro que pasaba, me parecía irrelevante, como si el mundo se hubiera reducido a una sola pregunta que martillaba en mi mente: ¿Qué había significado todo eso?

La clase transcurrió en una especie de neblina. La profesora hablaba, sus palabras mezclándose en una maraña de sonidos que no lograba descifrar. Mis pensamientos seguían atrapados en ese pequeño cubículo del baño, en la fuerza con la que Enid me había sostenido, en el fuego que había sentido en cada uno de sus toques. Traté de enfocarme en las notas frente a mí, en las voces de mis compañeros, pero todo era inútil. El recuerdo de Enid, de su cercanía, seguía dominando cada rincón de mi mente.

Cuando finalmente sonó la campana, me levanté de mi asiento de forma casi automática, recogiendo mis cosas sin siquiera recordar haberlas usado. Sentía que necesitaba espacio, aire, algo que me permitiera pensar con claridad, pero la presencia de Enid parecía perseguirme, incluso cuando no estaba físicamente cerca. Cada vez que cerraba los ojos, veía su rostro, la intensidad en sus ojos, y no podía evitar preguntarme qué pasaría la próxima vez que estuviéramos solas.

Caminé sin rumbo por los jardines, buscando un refugio en la soledad, pero mis pensamientos seguían girando en torno a lo mismo. ¿Por qué me había dejado llevar? ¿Por qué había sentido esa mezcla de miedo y deseo cuando Enid me tomó? Y lo más desconcertante de todo: ¿Por qué una parte de mí deseaba volver a sentirlo?

El sol comenzaba a descender en el horizonte, tiñendo el cielo de un naranja suave que, en otro momento, habría encontrado hermoso. Pero ahora, todo lo que veía era un recordatorio de que el día estaba llegando a su fin, y la noche traería consigo la inevitable confrontación con mis propios sentimientos.

Regresé al dormitorio con pasos lentos, mi corazón acelerándose a medida que me acercaba a la puerta. Me detuve frente a ella, respirando hondo antes de girar la perilla. No sabía qué esperar al entrar, no sabía si Enid estaría allí, y si lo estaba, no sabía cómo iba a enfrentarla. Pero una cosa era segura: nada sería igual después de lo que había pasado.

Empujé la puerta y, para mi sorpresa, encontré la habitación vacía. Enid no estaba. Una mezcla de alivio y decepción recorrió mi cuerpo mientras dejaba caer mis cosas en la cama. Me senté, mirando fijamente la pared, tratando de entender por qué me sentía así, por qué una parte de mí deseaba que ella estuviera allí, que me enfrentara de nuevo.

La noche cayó lentamente, envolviendo la habitación en sombras, y con cada minuto que pasaba, la incertidumbre crecía dentro de mí. Sabía que eventualmente tendría que enfrentar a Enid, que tendría que lidiar con lo que había pasado y con lo que estaba empezando a sentir. Pero en ese momento, todo lo que quería era escapar, huir de esa confusión que se apoderaba de mí. Sin embargo, sabía que no podría hacerlo. No esta vez.

El sonido de la puerta abriéndose me sacó de mis pensamientos. Enid entró, su expresión neutra, como si nada hubiera pasado. Nos miramos por un momento, el silencio entre nosotras más pesado que nunca. Ella no dijo nada, simplemente se dirigió a su cama y comenzó a desvestirse para ponerse su pijama. Y mientras la observaba, me di cuenta de que el verdadero desafío no era enfrentar a Enid, sino enfrentarme a mí misma, a los sentimientos que comenzaban a emerger, a las preguntas que no podía responder.
Me recosté en mi cama, dándole la espalda, tratando de ignorar el sonido de sus movimientos, el roce de la tela, el susurro de su respiración. Cerré los ojos, esperando que el sueño me llevase lejos de esa realidad, aunque sabía que, al despertar, nada habría cambiado. Y así, en la oscuridad de la habitación, me quedé con mis pensamientos, con la certeza de que la próxima vez que nos miráramos, ya no seríamos las mismas.

Don't go away Donde viven las historias. Descúbrelo ahora