Ustedes son nosotros
Nosotros somos ustedes
¿El cadáver se ha levantado de la tumba para perseguirme y atraparme?
¿Su fantasma ha aparecido para caminar tras mis pasos y atormentarme?
¿El psicópata ha venido para vengarse en este preciso lugar, torturarme, sacarme las vísceras, luego guardar mi cuerpo disecado en una vitrina y así asegurarse de que le pertenezco?
Esas horribles y paranóicas posibilidades se disparan en mi cabeza en el instante en el que veo su silueta enfundada en ropa enteramente oscura...
Esos desenfadados mechones de cabello azabache cayéndole sobre la pálida frente...
Esos párpados con forma de cazador y esos delgados labios cuyas comisuras pasan más tiempo rectas que expresando alguna emoción.
Y resulta inevitable. Atada a esta silla de metal, en este cuarto de cuatro paredes grises (que seguramente sirve para torturar ya que tiene manchas de sangre secas en el suelo) mi afectada percepción toma su aparición de una sola forma:
Como si se tratase de un solo Damián: el monstruo, y estuviera vivo.
¿Lo está? ¿En realidad fallé cuando clavé el cuchillo?
Por un momento no lo sé, porque mi mente sufre un impacto y seguidamente una distorsión similar a cuando no comprendí por qué la rara mujer que estaba en mi casa se parecía a mi madre pero no actuaba como ella.
El problema es que debo admitir que aquí es peor, porque el preciso hecho de que a primera vista la figura es tan igual a la que ya conocí, causa otra vez ese choque de realidades que Poe me dijo que debo controlar ya que puede llevarme a la locura.
Solo que, ¿cómo lo hago? Su fuerza es como la explosión de una granada aturdidora. Soy golpeada por unos flashes mentales que me marean y me hacen ver, superpuestas, las imágenes de este Damián y del otro, al mismo tiempo haciéndome experimentar, superpuesto también, lo que una vez llegué a sentir y lo que estoy sintiendo ahora:
El Damián del Asfil al que pertenezco entrando «aquel día» por la puerta de la cafetería: mi corazón retumbando reavivado por el deseo insano pero ardiente de acercarme a él.
El Damián de este Asfil entrando por la puerta en este momento: mi corazón retumbando también, solo que reavivado por un aterrado deseo de que no se acerque a mí, de que mantenga a kilómetros de distancia la monstruosidad y la crueldad que su aspecto representa.
Me remuevo entonces sobre la silla con el corazón martillando contra mi pecho, la piel helada, mis pulmones inspirando hondo, y con ganas de escapar a pesar de que sé que no puedo soltarme (sí, una acción ilógica, pero disparada por el miedo de que el Noveno consumido por el Hito, al que ya me enfrenté, tenga toda la intención de vengarse de mí).
¿Lo hará?
Tal vez sí. Tal vez no. Aún no lo sé, porque él entra a paso indiferente pero firme, con una mirada muerta, inexpresiva, eclipsando el ambiente a su alrededor con su intimidante e invisible coraza de gelidez que haría a cualquiera entender que es mejor no atravesarse en su camino.
Pero en cuanto se encuentra con mi presencia como rehén, sus botas trenzadas se detienen.
Sus ojos negros recorren con cada detalle mi cara, y a medida que me procesa veo aparecer una confusión y estupefacción en ellos, como cuando te encuentras un objeto fuera del lugar al que pertenece, y cuya mal posición precisamente te genera preguntas: ¿quién lo puso ahí? ¿cuándo? y en especial, ¿por qué?
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DAMIÁN - PARTE 2 © [subtítulo pendiente]
Paranormale¿Y si nada terminó con la pregunta? «¿Damián?, ¿quién es Damián?» Eso es lo último que Padme Gray recuerda, junto al hecho de que despertó de nuevo en su casa, en donde las cosas y las personas parecen estar en sus antiguos sitios. El retorcido p...