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—Estás embarazado.

Jaemin parpadeó ante aquel desconocido en su apartamento. No pudo evitarlo. Estalló en carcajadas con el vientre sacudiéndose, hasta que no pudo respirar y las lágrimas se formaron en las esquinas de sus ojos. ¡Había invitado a un loco a su casa! El tipo estaba totalmente loco. Jeno simplemente lo miró pensativo, mientras se calmaba.

Se limpió los ojos con el dorso de la mano y se aclaró la garganta.

—Sabes que soy un hombre, ¿verdad?

—Sí —, dijo simplemente Jeno.

El humor pasó rápidamente y se quedó frio de terror. La gente insana podía ser peligrosa y aquí estaba él, apenas capaz de pararse erguido. Idiota. ¿En qué había estado pensando al invitar a este tipo? La puerta. Sabía que podía alcanzarla. Sólo tenía que mover las piernas todo lo que podía y golpear la puerta de su vecino. Al menos, alguien lo oiría pedir ayuda, ¿verdad?

—Está bien —, murmuró, ofreciendo al hombre una temblorosa sonrisa. —¿Dijiste que tenías algo para las náuseas?

Jeno asintió con la cabeza, su rostro iluminó exponencialmente y se volvió hacia los contenedores que había tendido en el mostrador. No había recibido una beca por nada en la universidad. Siempre había sido un pensador rápido. En el momento en que la atención de Jeno estuvo fuera de él, se dirigió a la puerta con piernas de goma, sus músculos protestando en cada movimiento. Lanzó la mano hacia la perilla de la puerta, una oleada de victoria circulando a través de él, mientras sus dedos se ponían en contacto con el bronce. La emoción de escapar se fue en un instante. Unos fuertes y sólidos brazos llegaron a su alrededor para levantarlo de sus pies y alejarlo de la puerta. Una pesada palma cubrió sus labios cuando grito pidiendo ayuda. Trató de luchar, pero Jeno era grande y demasiado fuerte. No pudo hacer nada, mientras el hombre lo llevaba al baño. Nadie lo oiría ahora.

Jeno cerró de golpe la puerta y habló tranquilamente contra su oreja.

—Eso es suficiente. Te dije que no estoy aquí para hacerte daño. Estoy aquí para cuidarte.

Gruñó contra la mano que lo asfixiaba y trató de patear, pero Jeno parecía inconsciente de sus luchas. Estaba demasiado débil para hacer algo. Su visión estaba nadando y su cuerpo dolía. Sabía que nunca podría hacer otro intento de correr.

—Tranquilo —, dijo el hombre, bajando el tono. —Sólo relájate, Jaemin. Todo va a estar bien, lo juro.

El miedo lo atrapó y negó con la cabeza. Por favor, Dios. ¡Si salgo de esto, te prometo no más ligues! A medida que pasaban los minutos y Jeno no lo asesinaba con un cuchillo de mantequilla, empezó a relajarse, su aliento y su corazón a tranquilizarse. Odiaba que los brazos de Jeno que lo rodeaban se sintieran tan bien, pero necesitaba el calor, sus huesos eran como hielo.

Jeno susurró palabras tranquilizadoras en su oído, su voz extrañamente calmante.

—Solo respira. Calma. No voy a lastimarte. Prometiste escucharme, ¿puedes hacer eso?

Tragando un nudo, asintió. Jeno quitó vacilante su mano y se humedeció los labios. Sabía que pedir ayuda molestaría al hombre y quien sabía lo qué haría entonces. Su plan se formó rápidamente. Dale lo que quiere. Juega a su ilusión. Cuando no esté mirando, escapa. Respiró profundamente varias veces, mientras un escalofrío atravesaba su cuerpo. Jeno estaba demasiado cerca, se sentía demasiado bien... muy seguro. Una parte de su mente necesitaba algo resistente con que aferrarse en esta crisis.

—Allá vamos —, murmuró Jeno, su voz un sonido de truenos lejanos. —Voy a llevarte al sofá y luego te haré algo de comer. Y hablaremos. ¿Cómo suena eso?

Calor inesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora