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De repente, el mundo de Jaemin se enfocó. Sus huesos se sentían como hierro y estaba frío por el shock, pero un fuego feroz le ardía dentro. Levantó el labio y mostró sus dientes romos, deseando morder y herir al monstruo que había amenazado con matar a su cachorro. Pero todo giraba a su alrededor y un lado de su rostro resonaba en sintonía con el latido de su corazón.

Jeno... ¡su compañero! El hombre estaba valientemente luchando con su gemelo malvado. Ambos estaban cubiertos de heridas y moretones, su camisa colgando de su cuerpo en pedazos. Todos los golpes conectados hicieron que se estremeciera. Jeno parecía perdido entre un medio cambio, el pelo oscuro brotaba a lo largo de su mandíbula y brazos, sus ojos brillaban con ferocidad salvaje. Estaba luchando duro y el orgullo momentáneamente subió a través de él.

El atacante recibió una dura golpiza, pero tuvo un golpe de suerte. Algo se encendió en su palma y se dio cuenta de que seguía agarrando la daga de piedra. Apretando los dientes, se obligó a ponerse de pie y saltó sobre la espalda del hombre más grande. Apuñaló el cuello del intruso, le cortó la garganta en un esfuerzo por causar el mismo dolor que sentía Jeno. El hombre giró, golpeándolo y se volvió contra él, sus ojos reflejando sus intenciones. Ya había tenido suficiente. Por reflejo, acunó su estómago, mientras trataba de arrastrarse de cangrejo lo más lejos posible del hombre, pero cualquier oleada de fuerza que había encontrado salió tan rápidamente como había soplado adentro.

La sangre goteaba de las heridas que él le había hecho, el hombre cojeaba hacia él, sus garras parecidas a las guadañas en miniatura de Grim Reaper (La muerte/ Parca).

Esto es todo, pensó. Iba a morir y... Jeno se acercó detrás del hombre en un instante, con los brazos enganchados alrededor del cuello en una solides inigualable. El impostor gruñó y luchó, su rostro se puso rojo, las venas en sus ojos se hincharon. De repente, un crujido cortó el claro y sus brazos cayeron fríamente hacia un lado. Jeno soltó su agarre y el imbécil cayó sobre el suelo ensangrentado como un saco de ladrillos. Jeno se dirigió a la derecha hacia él y recuperó la daga.

—Mira hacia otro lado —, gruñó él a través de los colmillos, las palabras apenas legibles. Adivinó que no era fácil hablar con una boca llena de puñales.

A pesar de la orden, no pudo evitar mirar a Jeno mientras hundía la daga en la garganta de su gemelo. Al oír el sonido de la carne desgarrando y la sangre chorreando, apartó su atención. Hizo una mueca de dolor, cuando el hueso hizo el crujido-partir-reventar mientras Jeno decapitaba al hombre. Mejor prevenir que curar, suponía. Pero nunca pensó que este tipo de hombre amoroso fuera capaz de semejante acto.

Ciertamente no había pensado que era capaz de conducir una daga de piedra cruda en la garganta de alguien, repetidamente. Tomó varias respiraciones profundas para intentar recobrarse, pero temblaba muchísimo, su corazón saltaba como un frijol saltarín mexicano.

—Jaemin. —La voz de Jeno era una cálida manta para él y cayó en esos ojos dorados como el sol que ahora brillaban con amor. —Está bien. Ahora estás a salvo.

Se dio cuenta de que había hecho un sonido poco digno. Jeno lo acunó en sus brazos y era incapaz de resistirse a la necesidad de buscar protección de su alfa.

—Mi valiente y hermoso omega —, Jeno rugió suavemente. —Capturó al gran lobo malo.

—Qué raro... ¿es que estoy... vestido de rojo? —Murmuró entre dientes. Se sintió levantado del frío suelo. Clavó los dedos en los hombros de Jeno y enterró la cara en el cuello del hombre. Inhaló el olor de la sangre, tanto de Jeno como de su hermano bastardo, y casi se atraganta. Sabía que su alfa debía estar agotado y necesitaba atención médica, pero Jeno lo llevó a la cabaña como si no fuera un gran problema. Lo dejó en el sofá y se arrodilló entre sus piernas. Le apretó un paño contra el cuello y entonces él hizo una mueca.

Calor inesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora