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Septiembre 18, ubicación Alemania

Niklas Schulz

Hace tres días, al llegar a casa, mi madre me anunció que teníamos un evento importante al que asistir. Durante el almuerzo, la situación en casa se volvió un torbellino. Mi hermana, Adelinde, había estado pegada al teléfono durante media hora, sin mostrar señales de terminar la llamada pronto.

— Adelinde, deja el teléfono y termina de hacer tu maleta —le ordené con firmeza, sintiendo cómo mi paciencia se desvanecía. Ella puso sus ojos en blanco  y me sacó la lengua. A veces, su comportamiento era realmente infantil. Justo en ese momento, papá apareció en la puerta, añadiendo más caos al cuadro.

— Niklas, hijo, ¿por qué estás apresurando a tu hermana y a tu madre? —comentó papá con una sonrisa que mezclaba cariño y una ligera reprimenda.

— Papá, ya sabes cómo se demoran las mujeres en esta casa —suspiré, observando a mamá bajar las escaleras a toda prisa. Sus pasos resonaban por toda la casa.

— ¡Madre, por favor, ten cuidado! —le advertí, intentando ocultar mi preocupación.

— No te preocupes tanto —dijo mamá con tono tranquilizador—. Estoy bien. Ya me estoy acostumbrando a que siempre nos apures.

Papá soltó una risa y se acercó para ayudarla a bajar. Mientras tanto, miraba alrededor, esperando que Adelinde finalmente se apurara.

— ¡Ya estoy lista! Le dije a Kurai que nos viéramos al llegar para darle una sorpresa a Mili —anunció Adelinde, deslizándose por el pasamanos de las escaleras. A veces, sentía que tenía dos niñas en lugar de una. La levanté en brazos cuando llegó al final de las escaleras, no sin antes soltar un suspiro de exasperación.

— ¡Deja de darme sustos! Ustedes dos tienen una manera muy peculiar de bajar las escaleras —dije, mirando a mamá, que estaba abrazada a papá cerca de la puerta.

— Tú y esos dos solo me dan dolores de cabeza. Aún no puedo creer cómo arruinaron la cocina cuando tenían 7 años, todo porque no querían aprender con la señora Yura —comentó mamá con una sonrisa nostálgica, sacudiendo la cabeza—. Aunque fue un desorden, esos momentos son el alma de nuestra familia, llenos de risas y amor en medio del caos.

Mamá se ponía nostálgica cuando recordaba nuestra niñez, anhelando aquellos días de travesuras y risas. Ahora, cada uno de nosotros había tomado su propio camino.

— Bueno, dejemos de recordar esas anécdotas tiernas, como a una Adelinde con mermelada en la cara corriendo por la casa y a un Niklas cubierto de barro manchando la sala de estar blanca —dijo papá, rodeando la cintura de mamá mientras nos dirigíamos al aeródromo.

— Eso no es verdad. Yo no manché la sala de estar; fue Kurai. Ese idiota no quería obedecer a su madre, y ni hablar de Adelinde, que dejó la alacena hecha un desastre —comencé a decir, cuando Adelinde soltó un grito alarmado. Nos volvimos a mirarla y la vimos parada con su tableta, con expresión de pánico.

— ¡No, maldita sea! ¿Cómo filtraron la colección de Mili? —murmuró Adelinde mientras subía a la camioneta. Una vez que todos estuvimos dentro, le hice una señal a Varick para que pusiera en marcha el vehículo.

Adelinde comenzó a escribir en su tableta y hacer llamadas, dando órdenes con rapidez. Me recosté en el asiento, pensando en las tres semanas libres que tenía por delante, con Kerem a cargo del mantenimiento. Solo me quedaba un viaje pendiente antes de poder descansar.

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