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Niklas Schulz 

Mientras bailábamos, no podía dejar de mirarla. Su estatura baja se complementaba a la perfección con la mía, como si estuviéramos hechos el uno para el otro. El vestido azul cielo abrazaba sus curvas con una suavidad que resaltaba cada movimiento, al hacerla dar un giro dejando su pierna al descubierto, quería pasar mis manos y sentir la suave piel de su cuerpo. Su cabello negro, largo y con el flequillo que tanto me gustaba, quería soltarselo y dejar que se moviera libremente con la música. Cada gesto suyo, desde el balanceo de su cabello hasta la manera en que el vestido se ajustaba a su cuerpo, parecía tener una belleza que me atrapaba por completo.

Cada giro y cada paso destacaba la belleza innata que emanaba de ella. Sus ojos púrpuras, brillando bajo la luz tenue. Todo en ella parecía fluir de manera perfecta, haciendo que cada momento se sintiera bien. Como si ahora no fuera tan malo verla como mujer y querer venerarla bajo de mi cuerpo, en mi cama desnuda.

— Gracias por el baile, Mili — dije, con la voz más ronca de lo que quise, inclinándome un poco al terminar la canción.

Ella sonrió y asintió. Al regresar a nuestra mesa, nuestros padres seguían charlando animadamente.

— Niklas siempre había intentado mantener a los demás niños lejos de Mili; ni con Adelinde era tan celoso — escuché decir a mi padre cuando llegamos.

Me sonrojé, pensando en cómo estos cuatro, cuando se reunían, parecían un grupo de adolescentes con hijos. Volteé hacia Mili y la vi riendo bajito, escondiendo su risa tras su mano.

— Deja de reírte, Milica, por dios, solo éramos niños — le susurré. Noté que su mirada perdía brilló, pero así mismo regreso, quizás solo me lo imaginé.

— Mili, yo— intenté decir, pero ella sacudió la cabeza, señalando que no era necesario.

— Tranquilo, jeje, no pasa nada, solo son recuerdos de niños. Si me permiten un momento — dijo, tomando su bebida. Antes de que pudiera moverse, me puse delante de ella, haciendo que derramará su bebida sobre mí.

— ¡Perdón, por el infierno! ¿Por qué te metes así? — exclamó nerviosa, tratando de limpiar mi camisa con una servilleta.

— Tranquila, Mili, tengo una de repuesto en el auto — respondí, quitándome el saco y poniéndolo sobre mi brazo.

Escuché a nuestros padres reírse y Kurai junto Adelinde solo negaban con su cabeza mientras trataban de no reír. 

Milica me agarró del brazo y me arrastró hacia el estacionamiento.

— Oye, Mili, espera — dije, pero ella sacudió la cabeza y siguió caminando rápido.

— Eres un tonto. ¿Cómo te lanzas así delante de alguien? Dios, Niklas, ¿es que no piensas? — murmuró, y yo no pude evitar sonreír.

— ¿Acaso estás nerviosa? — pregunté, deteniéndome de golpe y haciendo que tropezara. La sostuve por la cintura, sin pegarla a mi torso, para evitar que cayera.

— Tienes que tener más cuidado, Mili — susurré inclinando mi cabeza quedando cerca de su oído.

Ella se apartó de inmediato, como si mi toque la hubiera quemado.

— No hagas eso, Nik — susurró, y el apodo en sus labios sonó más tierno de lo que esperaba. Joder, haría lo que fuera por tenerla y que me hiciera suyo.

— Vamos, se hará tarde y debo irme — dijo, sin detenerse.

La seguí hasta el coche en silencio. Al abrirlo, me quité la camisa mientras sentía la mirada fija de Milica sobre mí. Aunque traté de no darle importancia, no era la primera vez que me veía así.

Runaways En Las Nubes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora