Desde que nos habíamos conocido, no había pensado en nada que no fuera ella. Por lo menos, había dedicado el menor tiempo posible a pensar en otras cosas, y ahora me daba cuenta.
Trabajaba hasta muy tarde y mis compañeros empezaron a hacer bromas y a decirme que no estaría mal que pusiera una cama en el despacho, ya que de todas formas no me marchaba nunca. Yo lo prefería así.
Reprimía cualquier síntoma de arrepentimiento, por mínimo que fuera. Si de repente me descubría pensando en ella, aniquilaba de inmediato esas ideas. Cuando hacía falta, me consolaba recordándome que una relación con una prostituta —ahora ya podía pronunciar la palabra— estaba condenada al fracaso desde el principio. Sí, claro, aún estaba enamorada de Daniela, pero... ¿cómo habría sido nuestra relación al cabo de uno o dos años? Jamás había insinuado ni por casualidad que tuviera intención de dejar su profesión y dedicarse a otra cosa. Y yo me había empeñado en negar que estaba celosa de todas y cada una de sus clientas. La quería para mí sola.
¿Y? Es normal, ¿no? Una relación con una mujer que, desde luego, no vivía en el mundo «normal» —signifique lo que signifique—, que vendía su cuerpo como quien vende una mercancía, era una contradicción en sí misma. Desde el principio habíamos tenido visiones distintas del mundo.
¿Seguro? Y entonces... ¿de qué nos habíamos reído juntas? Oh, eso no eran más que cosas sin importancia, cosas de las que se reiría todo el mundo.
A medida que transcurrían los días, me iba convirtiendo en una ermitaña. Estaba muy poco en casa y cuando estaba, no respondía al teléfono. De hecho, ya hacía tiempo que lo había descolgado. Iba a comprar a otra ciudad o, por lo menos, a otra parte de la ciudad.
Teniendo en cuenta que vivíamos muy cerca la una de la otra, el peligro de encontrármela por casualidad aumentaba considerablemente si realizaba ese tipo de actividades en mi barrio.
Antes había hecho casi lo imposible por encontrármela y no había funcionado.
Ahora que era mejor que no nos viésemos —por lo menos, para mí era mejor no verla — estaba segura de que acabaríamos encontrándonos.
Al cabo de unos días, una exnovia me llamó al trabajo.
—Bueno —dijo, cuando contesté—, menos mal que por lo menos te encuentro en el despacho. Parece que no tienes teléfono en casa. ¿O es que ya no vives allí?
—Ah, hola, Laura —la saludé, aunque sin demasiado entusiasmo.
—Y me parece que las cosas tampoco te van muy bien. —En eso tenía razón— ¿Estás enamorada María José? —me preguntó, con curiosidad. Me conocía demasiado bien.
—No —negué, en un tono que desaprobaba su pregunta.
—Ajá... —Hacía demasiado tiempo que Laura me conocía como para quedarse satisfecha con esa respuesta—. ¿Te ha dejado?
—¿Qué si me ha dejado? —Me reí desdeñosamente—. Yo la he dejado a ella.
—Pues no pareces muy contenta. —No era una pregunta. Se había limitado a establecer un hecho.
—Pues sí —repliqué, en un tono un tanto desafiante—. Sí, estoy muy contenta.
—Ajá —prosiguió Laura—, es peor de lo que pensaba.
—No pasa nada —insistí, tozuda como una mula—, estoy muy bien.
—Ya, ya lo veo —dijo Laura, sin utilizar ningún tono en particular— ¿Todavía te quedan días de vacaciones? —prosiguió, cambiando radicalmente de tema.

ESTÁS LEYENDO
París
FanfictionUn encuentro casual será el inicio de una intensa historia de amor... Una prostituta lesbiana se ve obligada a replantearse sus relaciones cuando conoce a una ejecutiva sensual y apasionada. Una historia que explora los límites del amor y del deseo...