Los siguientes días transcurrieron con relativa tranquilidad. Llamé al despacho y me cogí otra semana de vacaciones. Sabía que, después de eso, no podría seguir afirmando que ella todavía me necesitaba.
Se la veía muy activa y alegre. Iba cada día al restaurante y a veces hasta se iba de compras en metro y volvía a casa contenta y cargada de paquetes. Compraba casi exclusivamente bobadas, pero se notaba que también llevaba mucho tiempo sin hacerlo y disfrutaba sinceramente de esa actividad. Cuando yo no la acompañaba, me traía un regalito: así era como había conseguido un pijama de seda, aunque todavía no me lo había puesto excepto para probármelo y porque ella me lo pidió.
Aunque habría preferido no perderla de vista, me obligué a dejarla salir sola cada vez con más frecuencia. No le gustaba, pero yo quería acostumbrarme a no estar todo el día a su lado, pues dentro de poco ni siquiera podría estar con ella. En cierta manera, lo que quería era suavizar un poco el golpe. Ella se limitaba a asumir que, de vez en cuando, yo necesitaba estar sola.
Cuando estábamos las dos en el apartamento, se mostraba muy cariñosa conmigo y también muy receptiva a aceptar mi cariño. Por lo general, no me dejaba sentarme a solas en ninguna parte: siempre se acercaba y me acariciaba o se acurrucaba a mi lado. A veces me parecía una gatita grande y suave. Mis argumentos parecían haberla convencido por completo y ya no me pedía que me acostara con ella o que durmiera a su lado.
Una vez, mientras leía sentada en el sillón —yo también me había buscado una lectura más ligera—, se acercó y se sentó encima de mí. Tensé todos los músculos y me costó un gran esfuerzo no abrazarla y empezar a besarla allí mismo.
—¿Sí? —Le sonreí. Era importante que no notara la tensión.
—¿Te molesto? —«Bueno —pensé—, esa no exactamente la palabra».
Era encantadora. Cuanto más tiempo pasaba en París, más se relajaba. Allí no existían las humillaciones cotidianas que por lo general la hacían ser tan reservada.
Era una persona completamente distinta.
—No —dije, con una sonrisa afable—. ¿Quieres algo en particular?
—En realidad, no. —Suspiró y se apoyó en mí. Estaba a punto de reanudar la lectura cuando empezó a balancearse hacia detrás y hacia delante—. Bueno, sí, en realidad sí quiero algo —dijo, sonriendo con una encantadora expresión de vacilación.
Arqueé las cejas, en un gesto interrogante.
—Bueno, ¿y qué es?
—Es que no sé si te gustará... —se mostraba cohibida y un tanto incómoda.
—¿Tan malo es? —me burlé.
—No, no. —Sacudió bruscamente la cabeza—. No es en absoluto... ¿Te gusta ir a bailar? —Pronunció la frase de golpe, como si llevara largo tiempo reprimiéndose.
Después volvió a observarme con la misma expresión de vacilación.
Me eché a reír, sorprendida.
—¿Bailar? ¿Eso es todo?
—Sí —dijo. Parecía como si aquello fuese muy importante para ella.
—¿Quieres ir a bailar? —le pregunté una vez más.
—Sí —dijo—, me gustaría mucho. Pero sólo si a ti te apetece.
Todavía no se había acostumbrado a la idea de ante poner sus deseos.
—Perfecto —dije—. ¿Cuándo quieres ir?
—¡Esta noche! —Lo soltó a bocajarro, como si hubiera estado esperando ese momento, y se le iluminó la cara.
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París
FanfictionUn encuentro casual será el inicio de una intensa historia de amor... Una prostituta lesbiana se ve obligada a replantearse sus relaciones cuando conoce a una ejecutiva sensual y apasionada. Una historia que explora los límites del amor y del deseo...