Me pasé media hora dando vueltas por el barrio antes de encontrar un sitio para aparcar y, cuando lo encontré, no se hallaba precisamente cerca. No estaba muy segura de volver a encontrar el apartamento. Me sentía tan agotada que las señales de tráfico temblaban ante mis ojos. Suspirando, aparqué el coche y después de buscar un poco, encontré el camino de regreso al apartamento.
Lo primero que hice fue comprobar si seguía durmiendo.
Dormía, pues estaba muerta de cansancio, pero aún parecía inquieta. Sin embargo, de momento no había nada que yo pudiera hacer al respecto.
Me sentía demasiado cansada para inspeccionar el apartamento, pero tenía la impresión de que era muy grande. En la habitación que había junto a la que ocupaba ella vi una chaise longue perfecta para dormir. Además, desde allí podía oírla si dejaba la puerta entreabierta. A pesar de que su cama era muy grande, no quería dormir junto a ella, pues me asustaba darle un golpe sin querer y hacerle aún más daño.
Cuando me desperté por la mañana, me costó un poco recordar dónde estaba. Con mi habitual aturdimiento matutino, elaboré mentalmente una lista de posibilidades: no era mi apartamento, ni el suyo... En ese momento, me llegó un débil gemido desde la habitación contigua. ¡París! Eso sirvió para despertarme del todo.
Me levanté y fui a ver cómo se encontraba. Daniela se retorcía en la cama, inquieta, pero aún estaba dormida; no me pareció que despertarla sirviera para mejorar la situación. Me senté con cuidado en la cama y me dediqué a observarla: me pareció que tenía la cara más azul y más negra que el día anterior. Era horripilante, especialmente teniendo en cuenta que era una mujer hermosa, pero me tranquilicé un poco al recordar lo que había dicho la doctora.
Y estaba segura de que, con el tiempo, todas sus heridas externas desaparecerían. En cuanto a lo que sucedería con las heridas internas —las que no eran físicas—, no había forma de saberlo.
Supuse que seguiría durmiendo un poco más pues, de hecho, no tenía nada mejor que hacer. Me levanté de la cama y eché un vistazo a mí alrededor. Justo al lado de la habitación había un baño: entré y descubrí una bañera. Era enorme, no estaba empotrada y tenía unas patas que parecían zarpas de león. El baño entero era una auténtica orgía de lujo. Bueno, no, quizá «orgía» sea una exageración, pero lo cierto es que allí una podía encontrar todo lo que necesitaba para sentirse bien, y todo de primerísima clase.
No me costó mucho imaginar lo bien que le sentaban sus escapaditas a París.
Salí del baño y eché otro vistazo a la cama. Seguía inquieta y no dejaba de moverse, pero me pareció que su respiración era más acompasada. Salí al pasillo que había justo delante de su habitación: aparentemente, hacia la izquierda se hallaban las estancias de uso más cotidiano, mientras que a la derecha había una puerta que daba a otra habitación y unos cuantos muebles antiguos, probablemente estilo Luis XV. Decidí ir hacia la izquierda: suponía que la cocina estaría en esa dirección y lo que más necesitaba en esos momentos era una buena taza de café.
No me había equivocado: la cocina estaba al final del pasillo. Era exactamente la clase de cocina que cualquiera esperaría encontrar en un apartamento así: grande, antigua y perfectamente equipada.
Me pregunté para qué la quería, si jamás cocinaba.
Busqué una cafetera y encontré dos: la primera era una de esas norteamericanas, como la que había visto en la cocina de su casa en España; la segunda era la clásica cafetera francesa, de las que se enroscan a mano. Elegí la segunda, pues me pareció más adecuada para mi primer día en París. También encontré café, pero no leche, ni siquiera en polvo. El café con leche tendría que esperar.

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París
FanfictionUn encuentro casual será el inicio de una intensa historia de amor... Una prostituta lesbiana se ve obligada a replantearse sus relaciones cuando conoce a una ejecutiva sensual y apasionada. Una historia que explora los límites del amor y del deseo...