Capítulo 11

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Al día siguiente regresé a mi apartamento de un humor bastante distinto al que tenía cuando me marché. Sin embargo, todavía me acechaban las dudas y estaba convencida de que aún tardaría un par de días en asimilar todo lo que Laura me había dicho en la cabaña. Y entonces... ¿qué debía hacer entonces? La verdad es que no tenía ni idea. Una cosa estaba clara: la situación se estaba volviendo insostenible. Lo más seguro era que tuviera que mudarme a otra ciudad. Sí, esa sería la solución más fácil.

Un poco más calmada, me dirigí a la cocina para calentar el agua del café. Ya tenía el hervidor en la mano cuando sonó el teléfono.

Puesto que no contestar era ya casi una costumbre, tardé un poco en reaccionar. El teléfono siguió sonando y me puso nerviosa... por varios motivos. Fue entonces cuando recordé que Laura había prometido llamarme en cuanto llegara a casa. Casi pude oír su voz regañándome por no coger el teléfono, así que finalmente contesté.

Al otro lado de la línea se oía una respiración agitada, pero esta vez ni siquiera pensé que pudiera tratarse de un psicópata.

—¿Qué quieres? —pregunté, más bruscamente de lo que pretendía.

La respiración era cada vez más audible y parecía muy fatigosa.

De repente, se hizo el silencio y, al cabo de un momento, me llegó un ruido irreconocible a través del auricular. Se hizo de nuevo el silencio. «¿Ha pasado del sexo telefónico al acoso telefónico?», me pregunté. ¡A lo mejor tendría que haber sido ella quien se fuera de fin de semana a la cabaña con Laura!

—Di algo —exclamé, en tono amenazador— o cuelgo —Oí de nuevo aquel ruido extraño y después, de repente, su voz.

Por favor... —Daniela dijo, casi sin fuerzas. No parecía su voz.

Parecía como si procediera de un sótano o como si hablara a través de un pedazo de algodón, o ambas cosas a la vez.

—¿Sí? —pregunté en tono de expectación, el mismo que había utilizado ella la primera vez que la llamé.

Por favor —oí de nuevo su voz a través del auricular, muy débil—. ¿Puedes venir?

¿Tan pronto? ¡Y eso que Laura pensaba que jamás volvería a dirigirme la palabra! Su respiración seguía siendo agitada y me pregunté qué estaría haciendo. No podía ir. Esa noche, no. Aún tenía que pensar en todas las cosas que me habían estado rondando por la cabeza a lo largo de los últimos días.

—No hace ni un cuarto de hora que he llegado a casa —dije—, y la verdad es que no tenía la más mínima intención de salir esta noche.

De nuevo percibí aquel sonido irreconocible, más alto en esta ocasión. No, no era irreconocible: sonaba como un lamento.

—¡Por favor, ayúdame! —Me pregunté qué estaba pasando.

¿Tanto me deseaba?

—¿Qué pasa? —le pregunté, molesta.

Por favor, ven —susurró de nuevo, muy débilmente. Allí estaba pasando algo. La línea se quedó otra vez en silencio: dejé de oír la respiración, pero estaba segura de que no había colgado.

Esperé un poco y luego colgué. «¿Qué hago?», me pregunté.

Tenía una voz muy rara, casi desesperada. Por otro lado, yo conocía de sobra sus dotes de actriz. ¿Qué me encontraría en su casa si iba a verla?

ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora