"En 'Éveil d'Ombre', comparto mi viaje a través de mis miedos más profundos. Cada palabra refleja mi lucha con el dolor y la oscuridad que sentía por dentro. A medida que enfrentaba mis temores, descubrí una luz inesperada que brillaba más fuerte cu...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
𝙉𝙤𝙩𝙖 2: 𝘿𝙚𝙨𝙡𝙞𝙯á𝙣𝙙𝙤𝙨𝙚 𝙃𝙖𝙘𝙞𝙖 𝙡𝙤 𝘿𝙚𝙨𝙘𝙤𝙣𝙤𝙘𝙞𝙙𝙤
El tiempo seguía su curso implacable, y mientras la niebla que me rodeaba continuaba engrosándose, empecé a sentir que algo dentro de mí comenzaba a desintegrarse. Era como si las piezas que componían mi identidad, mi sentido del yo, se estuvieran desprendiendo una a una, cayendo en un abismo al que no podía ponerle nombre. Ese abismo se hacía más profundo con cada día que pasaba, y mientras más intentaba aferrarme a algo, a cualquier cosa que pudiera anclarme en la realidad, más me deslizaba hacia ese vacío desconocido.
Este deslizamiento no era algo brusco ni repentino; no hubo un momento decisivo que pudiera señalar como el punto de no retorno. Al contrario, era un proceso lento, casi imperceptible, que solo noté cuando ya estaba en marcha, cuando ya me encontraba a la deriva en una oscuridad que parecía no tener fin. Era como si, sin darme cuenta, me hubiera dejado llevar por una corriente subterránea que, silenciosamente, me arrastraba cada vez más lejos de la orilla, hacia un mar inmenso y oscuro donde no había tierra a la vista.
Comencé a sentirme como un extraño en mi propia vida. Las cosas que alguna vez definieron quién era yo -mis intereses, mis pasiones, mis relaciones- se desvanecían lentamente, como si fueran meros recuerdos de una vida pasada, una vida que ya no me pertenecía. Los libros que solía devorar con avidez, las películas que me hacían soñar, las conversaciones que encendían mi curiosidad y mis ganas de aprender... todo eso comenzó a perder su brillo, su importancia. Me encontraba mirando esos mismos libros, esas mismas películas, esas mismas personas, y sintiendo que algo fundamental había cambiado. Ya no era capaz de conectar con ellos de la misma manera; eran solo sombras de lo que alguna vez habían sido, y me dejaban con una sensación de vacío aún mayor.
Los días transcurrían en una especie de neblina, no solo externa, sino también interna. Despertaba cada mañana sin expectativas, sin deseos, simplemente porque era lo que había que hacer. Cada tarea, cada acción, se sentía como un esfuerzo monumental, como si me estuviera moviendo a través de una sustancia espesa que resistía cada uno de mis movimientos. Y mientras lo hacía, sentía que una parte de mí se iba quedando atrás, perdiéndose en el proceso, desvaneciéndose en la oscuridad sin dejar rastro.
Había momentos en los que intentaba racionalizar lo que me estaba sucediendo. Me decía a mí mismo que todos pasamos por etapas difíciles, que esto no era más que un bache en el camino. Pero esas palabras sonaban huecas, como un eco lejano que rebotaba en las paredes de un vacío cada vez más profundo. No importaba cuántas veces intentara convencerme de que todo mejoraría, de que esto era temporal, mi mente ya no respondía a esas promesas vacías. Era como si una parte de mí hubiera dejado de creer en la posibilidad de la luz, como si hubiera aceptado que la oscuridad era ahora mi única realidad.
