Día 3. Aroma

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Hay una antigua leyenda que habla de los orígenes de la civilización.

Dicha leyenda cuenta que los dioses crearon magníficas criaturas, algunas surcaban los cielos, otras dominaban los mares y otras más eran capaces de andar por montañas y volcanes, arenas y praderas, estas creaciones habían sido objeto de orgullo de los dioses. Los dioses los veían como una forma de pasar el tiempo, pues para ellos conceptos como el tiempo y el espacio son indiferentes, seres eternos que existen y a la vez no, que no ocupan un lugar en el vasto espacio, así que se entretenían dando vida a nuevas criaturas e incluso algunos tomaban parte de su vida, transmutaban en criaturas terrenales y convivían entre ellos como uno más.

Estas criaturas evolucionaron a través del tiempo, de pronto eran capaces de desarrollar un lenguaje, de hablar, de expresar sentimientos y convivir con otras especies; por mucho tiempo los dioses lo dejaron pasar.

Todas las criaturas que habían creado eran capaces de reproducirse, pero todas ellas seguían únicamente a su instinto de preservación, pero hubo una especie que destacó.

El hombre, como los dioses habían llamado a esa creación, eran seres a las que les habían dado más dones que a otras criaturas, al principio no habían hecho mucho uso de ellos, pero después, vieron como empezaban a cambiar, a desarrollar un pensamiento propio, a creer en algo superior a ellos y entonces comenzaron a adorar a sus propios dioses, cosas como el fuego, el agua, los rayos, la tierra, la luna y el sol eran considerados como deidades para aquellos primeros hombres.

Muchos siglos más tuvieron que pasar para que esta especie avanzara más y sus pensamientos y criterios fueran más complejos, los dioses, en su arrogancia habían decidido dejar que los hombres les adoraran, que cantaran alabanzas y les ofrecieran ofrendas y tributos para ganarse su favor, y eso estuvo bien, pero pronto, algunos dioses comenzaban a ver que estos hombres comenzaban a desarrollar pensamientos y sentimientos más complejos.

La primera vez que sucedió fue extraño para todos observarlo, los dioses estaban acostumbrados a ver los rituales de apareamiento en otras criaturas donde solo se buscaba un Alfa y Omega, lados opuestos que juntos encajaban perfectamente y generaban vida, todo era meramente un intercambio por necesidad, un instinto tan básico que no conllevaba nada más.

Pero esa vez no fue así, un Alfa y un Omega de la especia humana se encontraron, ambos estaban en búsqueda de una pareja para aparearse y los dioses asombrados vieron como se miraron y olfatearon por varios minutos, después, cada uno siguió por su lado, parecía que algo había sucedido que no se pudo lograr el acoplamiento natural. Contrario a lo que siempre habían visto, habían dejado esa necesidad tan básica y fuertemente arraigada de lado por otra cosa que no entendieron.

Esa fue la primera vez, y después de esa vinieron muchas más, veían con asombro como entonces comenzaban a buscar algo más en la parte contraria, vieron como algunos de ellos se acoplaban de manera exitosa, pero en lugar de seguir sus caminos por separado como otras criaturas, éstos se quedaban juntos por siempre, incluso los veían ser felices y alcanzar un estado de bienestar y plenitud que no veían en otras criaturas.

Comenzaron a ver con recelo estas interacciones entre los humanos, pues los dioses no podían entender el motivo para quedarse por siempre con otra persona.

Meleys, diosa de la sabiduría y Syrax diosa del deseo se encontraban curiosas por saber qué era lo que sucedía, así que, decidieron investigar por su cuenta, transmutaron entonces en humanos y comenzaron a convivir entre ellos. Conforme pasaban tiempo con los humanos entendieron que era una unión entre dos almas, dos cuerpos, pero que al estar juntos era como si fueran uno solo, había afinidad, deseo, comprensión, no había algo que pudiera definir por completo esta sensación, así que ambas diosas decidieron llamarla "amor".

Jacemond Fest 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora