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Ya he perdido completamente mi juventud

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Ya he perdido completamente mi juventud. No me queda más que aceptarlo.

No sé a quién quise engañar cuando me puse este vestido, tomé el primer vaso de vodka —que, debo admitir, empezó a marearme desde el primer sorbo— y me dije a mí misma que salir de fiesta esta noche sería una buena idea.

Lo haces por Jack. Lo haces por Jack.

Uf, a quién engaño. Jack está besándose con un chico preciosísimo del otro lado de la discoteca, apenas ha notado mi presencia en más de media hora.

Al menos Harper sigue aquí conmigo, bailando frente a mí, básicamente perreándome.

Me alegra saber que ellos se están divirtiendo. Sobre todo Jack, después de todo, la razón por la que los tres estamos aquí es que hoy es su cumpleaños. O ayer. Honestamente, no sé qué hora es.

Chequeo mi celular después de preguntarme eso.

Ay, mierda. Son las tres de la madrugada.

Tengo clase exactamente en...

Cuento con los dedos.

Seis horas.

Perfecto.

Aprovecho el instante en que mi teléfono está encendido para asegurarme de no tener mensajes de mi jefe, a quien, por tercera vez este mes, le rogué que me diera el día. Espero alguna respuesta pasivo-agresiva a mi texto en el que le aviso que me tomaré el día y que lo descuente de mis pocos días de vacaciones, pero al notar que tan solo me ha clavado el visto, me relajo.

Bueno, no como tal. Seguramente el lunes deba aguantar todo un sermón. Y tiene razón. A este punto, quizás llegue fin de mes y yo no vea ni un centavo. Y mierda que lo necesito.

La Universidad de California es tan prestigiosa como costosa.

Tendría que estar en el bar si quiero seguir pagando mi carrera, pienso o, mejor dicho, me torturo.

Una vez más, desbloqueo mi teléfono mientras mis pies se mueven a un compás muy diferente al de la música atronadora que ha estado rompiéndome los tímpanos desde la medianoche, y le doy un sorbo al vaso de vodka con jugo que tengo entre las manos.

No recordaba que el alcohol fuera tan fuerte.

Eres toda una anciana, Rebecca Moore.

—¡Becca! —exclama Harper, que ahora está tomando del cuello a una chica rubia y hermosa para bajar hasta el suelo junto a ella.

Quito la vista de la aburrida pantalla de mi teléfono para observarla.

—¡¿Qué?! —grito con la intención de que la música no cubra mi voz. Probablemente no lo haya logrado.

Cruzar la línea [YA DISPONIBLE EN AMAZON]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora