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—... «El hemisferio izquierdo generalmente controla el lenguaje y el análisis lógico, mientras que el derecho está...» Eh... —leo una vez más el apunte—. Mierda. —Maldigo y sigo leyendo—: «... Más involucrado en la percepción espacial y el reconocimiento de patrones». Agh, cierto. —Me dejo caer en la cama con ferocidad, con el apunte encima de mi rostro—. Maldición.

Ahogo un grito. El examen de Neurociencia Cognitiva es en dos días y aún me falta aprenderme los resúmenes de la mitad de la bibliografía. Estoy aterrada de no llegar con el tiempo. Jamás me había costado tanto estudiar como estas últimas semanas.

Y la única razón es que no dejo de pensar en Rhett.

No he dejado de pensar en lo que pasó entre nosotros. No he dejado de odiarme por eso. Recuerdo lo que hicimos y me siento una mierda.

Apenas he visto a Sebastian estos días. No soy capaz de verle a los ojos ni por diez segundos seguidos porque no me da la cara para hacerlo, porque me siento mal, me siento culpable tanto por lo que sucedió con Rhett como por fingir que todo está bien.

Siento que, de alguna manera, estoy burlándome de él. Y no es mi intención. Juro que no. Gracias al Cielo, al igual que todo este último mes, Sebastian no me ha hablado tanto y nos hemos visto pocas veces. Antes me preocupaba su desinterés, pero ahora honestamente lo agradezco.

Soy demasiado cobarde como para decirle la verdad y aceptar mi error.

—Necesito un café —digo en voz alta, suspirando.

Enseguida me levanto de la cama, sintiendo el peso de las cortas cuatro horas de sueño que he dormido hoy y del estrés de los exámenes de la universidad.

Arrastro los pies hasta la cocina y caliento el café que he preparado anteriormente en la cafetera. Continúo leyendo el apunte mientras espero a que se caliente, pero en realidad estoy divagando en mi mente.

Estoy tan confundida que ya no sé ni qué siento. No sé qué está pasándome ni qué se supone que deba hacer. Odio no tener el control de mi propia vida y mucho menos de mis sentimientos.

Me he prometido a mí misma que nunca, jamás, en ninguna circunstancia, le sería infiel a mi pareja. Siempre he pensado que las personas que le ponen los cuernos a quien supuestamente aman son inseguras, que necesitan emoción en su vida y por eso deciden tener una aventura sin que siquiera les importe cambiar algo verdadero por un polvo.

Pero aquí estoy yo ahora, semanas después de haber besado a otro hombre que no era mi novio.

Y, como si fuera poco, a quien resulta ser su mejor amigo.

No me considero una persona insegura ni creo que mi vida carezca de emoción. Solo soy estúpida. Solo soy una idiota que se deja cautivar por unos ojos azules claros, un cuerpo perfectamente esculpido y una personalidad tierna y protectora.

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