Le doy vueltas a la lapicera entre mis dedos. Espero el resultado del ejercicio sorpresa de Análisis Financiero que tuve hace una semana.
El profesor me entrega la hoja con los cálculos que hice la clase anterior. Se encoge sutilmente de hombros al notar mi frustración cuando veo la nota.
F.
«Mierda», murmuro para mí mismo, y me froto las sienes con los dedos.
Estoy desaprobado. De nuevo.
Si sigo por este camino, no me quedará más opción que recursar esta jodida materia. Por segunda vez.
Me levanto del asiento y salgo del aula. No me interesa esta clase. No me interesa esta carrera. Nada de lo que he estado estudiando me gusta.
Odio estar decepcionando a mis padres.
Tomo mi teléfono y envío un mensaje al grupo que tengo con ambos, siendo consciente de que este texto me ahorrará preguntas y, sobre todo, toneladas de estrés.
«Aprobé Análisis Financiero. El profesor me ha felicitado.»
La respuesta de mis padres llega casi de inmediato.
Me felicitan, me dicen que están orgullosos de mí. Eso me hace mierda. No me gusta mentirles, pero honestamente ya no sé cómo más evitar los sermones y las horas y horas de conversaciones en las que me dejan en claro que no seré nadie si no obtengo el título en Administración de Empresas.
Siento su presión sobre mis hombros. Siento la mía propia. Estoy abrumado, ansioso, preocupado. No quiero decepcionarlos, pero tampoco quiero pasar el resto de mi vida trabajando en algo que nunca, jamás, va a gustarme. Me da jodidamente igual que toda una empresa automotriz esté esperando por mí.
No es eso lo que quiero hacer con mi vida.
Me subo a mi vehículo y emprendo rumbo hacia el único lugar en el que soy capaz de ser yo mismo, de hacer lo que en serio me gusta, en lo único que soy bueno.
Necesito claridad mental. Entrenar. Quitarme de encima este sentimiento de desilusión hacia mí mismo, y la carga de culpa por haberles mentido a mis padres por el simple hecho de ser un cobarde.
Me vendo la rodilla al llegar al club.
En días húmedos como hoy, admito que siento un leve tirón en ella, secuela de la fractura que deberé soportar hasta el día que me retire del handball. Cubro la cicatriz que dejó la operación, vendándola con suficiente fuerza para que no se desacomode. Entro a la cancha vacía y empiezo a lanzar un tiro tras otro.
Hoy no hay entrenamiento y son la una de la tarde. El club está completamente vacío. Mi respiración acelerada retumba en las paredes del gimnasio, al igual que mis pisadas veloces cuando corro hasta el área para hacer el suspendido y lanzar a un arco sin arquero. Mi corazón late con fuerza, tanto con satisfacción como con desesperación.
Soy feliz aquí, encima de este parqué con líneas azules y frente a estos tres palos pintados de rojo y blanco. Con esta pelota repleta de pega y el sudor brotando por mi frente.
Me gustaría que todo fuera tan sencillo como parece.
Jugar al handball. Llegar a la selección nacional. Vivir de esto.
Vivir de este deporte.
Más de hora y media más tarde, me dejo caer en el frío parqué para equilibrar la temperatura de mi cuerpo.
Respiro aceleradamente por la boca mientras miro las luces del gimnasio y las banderolas enormes que cuelgan del techo hacia abajo, unas con el logo del club y otras con las siluetas de un hombre y una mujer haciendo el suspendido.
Ningún otro sitio me da la sensación de hogar tanto como este lugar.
Tomo mi teléfono de mi bolso. Me levanto de un salto cuando veo la hora.
Mierda. Son las 2:30 pm.
Agarro mi bolso con las cosas, guardo las pelotas en el cesto y salgo corriendo del club en busca de mi vehículo.
Olvidé por completo que Chloe vendría a casa hoy.
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Cruzar la línea [¡YA EN FÍSICO!]
Teen FictionACTUALIZACIÓN TODOS LOS MIÉRCOLES Y VIERNES - 𝗕𝗘𝗖𝗖𝗔 Mi vida en Los Ángeles gira en torno a mi trabajo de barwoman, las clases de la universidad y las tardes de estudio extremo para convertirme en psicóloga. No tengo tiempo para nada más. Apen...