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Adriana caminaba con paso firme por los pasillos del complejo, su mente ocupada en mil pensamientos mientras su mirada fría y calculadora se posaba en cada uno de los guardias que pasaba junto a ella. El eco de sus tacones resonaba en las paredes metálicas, el sonido inconfundible de su autoridad. No había lugar para la debilidad en su mundo, y menos aún para los errore...y ella había cometido 1:.

Dejar escapar a Samantha
Q
Cuando llegó al centro de control, se encontró con un grupo de guardias alrededor de las pantallas de seguridad, sus rostros tensos y nerviosos. El líder del grupo, un hombre robusto con cicatrices en el rostro, levantó la vista cuando Adriana entró en la habitación. Tragó saliva, consciente de la tempestad que estaba a punto de desatarse.

— Señora Graoud... —empezó a decir, pero el temblor en su voz lo delató.

— Un solo trabajo —hablo, su tono cortante como una navaja— Tenían.un.solo.maldito.TRABAJO —golpeo con fuerza el escritorio frente a ella, con la misma mano arrojó y tiro todo lo que estaba sobre este—.

Los objetes hicieron escándalo al chocar con el suelo, después,un silencio mortal cayó sobre la sala. Adriana se quedó inmóvil, sus ojos se entrecerraron peligrosamente, su pecho subía y bajaba llena de ira. Ese breve silencio se volvió insoportable para los guardias que la rodeaban, conscientes de que cada segundo de incertidumbre los acercaba más a una inevitable reprimenda.

— ¿Cómo fue posible? —preguntó.

El líder de los guardias, sudando visiblemente.

— Al parecer la mocosa es más inteligente de lo que —Se detuvo, temiendo continuar.

— ¿Insinuas que esa maldita es más inteligente que yo? —insistió Adriana, su paciencia al límite.

— ¡Por supuesto que no!...es solo que, logro burlar la seguridad del pasillo llevándose al muchacho con ella —confesó, inclinando la cabeza.

Adriana cerró los ojos por un segundo, respirando hondo mientras su mente trabajaba rápidamente. No era la primera vez que Samantha la desafiaba, pero permitir que escapara, y peor aún, con ese chico, era inaceptable.

— Doble la seguridad en todos los accesos al edificio. Cierre cada túnel, cada pasillo. No quiero que haya ni una sola grieta por donde puedan escapar —ordenó, su voz volviéndose un susurro helado que hizo que los guardias se estremecieran—. Y si no los encuentran en las próximas horas, personalmente me encargaré de que ninguno de ustedes vuelva a ver la luz del sol en su vida —.

El líder del grupo asintió rápidamente, casi tropezando con sus propias palabras al responder.

— Sí, señora. De inmediato.

Los guardias comenzaron a moverse frenéticamente, siguiendo sus órdenes. Adriana se quedó en el centro de la sala, su mente calculando los próximos pasos. El fracaso de los guardias no la preocupaba; sabía que encontraría a Samantha y al chico. Lo que le enfurecía era la idea de que su hija, esa misma hija que había despreciado durante tanto tiempo, estuviera intentando superarla. No podía permitirlo.

Giró sobre sus talones y salió de la sala de control, sus pensamientos enfocados en cómo retomar el control de la situación. Sabía que Samantha era inteligente, pero también conocía sus debilidades. Tarde o temprano, cometería un error, y Adriana estaría allí para asegurarse de que no hubiera una segunda oportunidad.

(...)

Samantha y el chico se adentraron en el nuevo pasillo, sus pies resonando contra el suelo de concreto. La oscuridad se hacía más intensa a medida que avanzaban, y las luces parpadeantes apenas les permitían ver unos pocos metros delante de ellos. Ambos sabían que los guardias no tardarían en encontrar la manera de seguirles la pista, así que no podían detenerse.

Una pequeña no tan pequeña Donde viven las historias. Descúbrelo ahora