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Me desperezo tras un descanso reparador

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Me desperezo tras un descanso reparador. Extiendo mis brazos y me alegro haber dormido mejor que en mucho tiempo.

El colchón no se parece en nada al del hotel que me ha alojado como una casa, pero es una buena opción. La cama es amplia y las sábanas tienen un aroma a flores muy refrescante.

La cena de hecho también estuvo perfecta; el salmón sobre un colchón de papas crujientes por fuera y tiernas por dentro era digno de un par de estrellas Michelin.

Me visto rápidamente, el sol asoma por el horizonte y evalúo tomar algunas fotografías después del desayuno.

Bajo al restaurante panorámico y a diferencia de los azules y grises de anoche, los anaranjados y dorados bañan las mesas atrevidamente. Me ubico en la más próxima al cristal y la sonrisa que se expande en mi rostro es distinta a cualquiera que haya tenido en mis veintisiete años.

―Buenos días, Spencer. ¿Descansaste bien? ―Volteo y ver a esa muchacha de rostro redondeado y perfecto, con ojos verdes y expresivos, es gratificante. Hoy tiene el cabello rubio sujeto en una coleta tirante, liberando su cara de cualquier molesto mechón. Es de una belleza clásica, nada despampanante, sino armónica y juvenil.

Lamento que se vista con ropas holgadas, ya que creo que debajo de esas camisas grandes tiene un cuerpo con curvas agradables de ver y probablemente, de tocar.

Spencer, ¡aléjate de los problemas de faldas!

Limpio mi garganta y extiendo el brazo sobre la silla a mi lado.

―Hola, Angie. Honestamente, no sé si han sido las largas horas de viaje o la ducha caliente que tomé por la noche, pero no recuerdo haber dormido tan bien alguna vez.

―Es bueno oírlo. ¿Tienes planes para hoy? ―Retrocede y toma un carrito con algunas delicias dulces. Soy del equipo de lo salado, pero ya me ha advertido sobre la especialidad de la casa. Es momento de confirmar lo que el chico de la carretera me sugirió con respecto a los pasteles.

Angie ocupa la mesa con varios platos: tarteletas de frutos rojos, muffins con unas vueltas de crema de chocolate, unos panecillos a los que llama ecclairs y otra clase de bizcochos que nada se parecen al tradicional desayuno americano.

―Solo pensé en salir a caminar un rato. Recorrer la playa, estudiar lugares para mis próximas tomas...―miro toda la comida con un apetito irreconocible.

―Deduzco que eres fotógrafo ―pregunta y afirmo, la mentira rodando rápidamente por mi lengua.

―Sí, lo soy. He planeado hacer un portfolio de la ciudad.

―¡Eso es magnífico! Aquí hay muchos sitios encantadores, incluso algunos son recónditos, pero vale la pena descubrirlos.

Agendo mentalmente su comentario y aunque en otra oportunidad daría por finalizada la conversación entregándome al desayuno y al silencio, con Angie el diálogo surge espontáneamente esta mañana.

Joya del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora