Él es de los que huyen.
Ella, de las que se quedan.
En el medio, un hotel en bancarrota.
¿Cómo marcharte si quieres quedarte?
¿Cómo quedarte si debes marcharte?
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Cuando despierto en mitad de la madrugada, me cuesta reaccionar. Al oler el perfume a rosas de la mujer a mi lado, exhalo de inmediato.
Estoy donde quiero estar...y no debo.
Me pongo de pie sigilosamente y recojo las ropas como tantas veces he hecho en hoteles, habitaciones de fraternidad y cuartos ajenos; me visto en silencio, en plena oscuridad y rodeo la cama. Me acerco a Angie, quien da ronquidos suaves y curva los labios en una sonrisa secreta.
Angela es un ángel, tan trillado como eso.
Mi mano se cierra a punto de acariciar su cabello rubio disperso sobre su hombro. Lo evito. Me sentiría culpable si altero su descanso.
Culpable por despertarla y culpable por romperle el corazón.
Tengo una gran tarea por delante: deducir qué mierda quiero hacer de mi vida y cómo no lastimar a Angie en el proceso.
¿En qué momento pensé que podía traspasar el límite sin tener consecuencias?
Salgo de su casa entre gallos y medianoches, con el frío pegándome en la cara, e ingreso por la puerta de servicio. He visto que Brandon deja una llave de repuesto bajo una maceta ubicada en el alfeiza de la ventana de la cocina y la uso.
Corro hacia mi habitación como si fuera un convicto escapando de prisión, llevado por el fuego del propio infierno.
Me quito la ropa, manteniendo el perfume y el gusto de Angela en mi piel.
Dos horas más tarde, doy vueltas en la cama porque el sueño me es esquivo; no dejo de pensar cómo se sentirá Angie al despertar en soledad. Mi mano toca el frío colchón, anhelando su compañía y el tibio movimiento dentro de su vientre.
¿Cómo es posible que en el transcurso de una sola semana he comenzado a desarrollar sentimientos tan fuertes por una mujer con el hijo de otro hombre creciendo en su cuerpo?
Cuando el sol se cuela entre las nubes, me visto con mi ropa de ejercicio y salgo a correr. El viento fresco y persistente, la arena mojada bajo mi calzado y mi prisa por evadir estas nuevas sensaciones, cumplen con el trabajo de agotar mis músculos.
No me presento a desayunar en el hotel y, en cambio, voy a una cafetería por la zona, alejada del "Joya del mar". Aquí nadie me conoce, nadie puede preguntarme por qué tengo un nudo en la garganta que apenas me permitirá digerir mi café.
Miro hacia el océano recordando los gemidos de Angela en mi oído, su respiración alterada y el rubor de su escote al excitarse.
Nunca tuve ese tipo de conexión con una persona y reconocerlo, me asusta.
Demasiado.
Yo me iré en poco tiempo y ella quedará pegando los pedazos de un corazón quebrado, con un bebé que atender y un hotel por el cual velar.