13

133 37 18
                                    

Los quejidos no forman parte de mi sueño

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Los quejidos no forman parte de mi sueño. De hecho, ni siquiera estoy soñando.

¿De dónde provienen, entonces?

Extiendo mi mano y capturo la perilla de encendido de la lámpara sobre mi mesa de noche. Angie ha vaciado los cajones después de que le prohibí que me regresara el dinero de mi estadía. Sé que probablemente lo hizo para asegurarse de que me estoy quedando aquí porque quiero y no porque me ata la paga que hice por adelantado, pero me negué rotundamente a que me la devuelva.

Abro los ojos con dificultad y al instante, noto que el rostro de Angie es tenso y su mano rodea su abdomen.

Me inclino sobre ella y le susurro cerca del oído.

―Cariño. Angie, ¿estás bien? ―gruñe, presumiblemente dormida.

Me preocupa que pueda estar teniendo algún problema con su embarazo e insisto en despertarla.

―Angie, vamos, cariño. Abre los ojos. ―Mi voz se eleva.

Ella lo hace, pero la mueca de dolor continúa instalada en su rostro.

―¿Adónde te duele? ―le pregunto mientras la ayudo a tomar asiento contra el respaldo de la cama.

―Aquí, es una puntada ―señala el extremo inferior de su vientre.

―¿Quieres que llame a la doctora?

―Es muy tarde.

―Es obstetra, debe estar acostumbrada a que la necesiten a cualquier hora ―bajo de la cama y voy a la sala, en busca de su teléfono. Le sirvo un vaso de agua y se lo acerco ―. Bebe un poco.

―Gracias, tengo la boca seca.

Y yo tengo miedo.

Mucho.

―Tal vez no sea nada de importancia ―exhala, conteniendo el dolor que la atraviesa.

―Como tal vez, sí.

―No me asustes ―Hace un puchero tierno que me doblega.

Eres el hombre de la casa ahora, Spencer. Ella te necesita fuerte y decidido.

―Perdona cariño, pero no quiero que soportes un dolor innecesario. Quizás pueda recetarte un calmante y listo. Nos dejará más tranquilos, ¿no te parece?

Me mira y finalmente, asiente.

―Marca su número y yo hablaré con la doctora Mosche. ―le ofrezco.

―¿Lo harías? ―¿Sigue dudando de mi compromiso?

―Esto y mucho más ―le beso la frente y tomo su teléfono disfrazándome de un superhéroe sin miedo.

Por dentro, me siento como mantequilla.

La doctora no atiende de inmediato y dudo que mi idea haya sido buena; probablemente, lo mejor hubiera sido cargar a Angie en mi camioneta y llevarla al hospital más cercano que mi GPS encuentre por aquí.

Joya del mar - CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora