Han pasado solo unos días desde que Lucía estuvo con Alejandro en esa habitación, desde que se dejó llevar por sensaciones que apenas comienza a comprender. Pero ahora, todo su mundo parece girar sobre sí mismo, sin aviso, sin tiempo para prepararse.
—Tengo algo importante que contarte, Lucía —dice su madre una tarde mientras se sientan en la sala de estar, las cortinas abiertas dejando entrar la luz del sol que inunda el espacio con una calidez que Lucía no siente.
—¿Qué pasa, mamá? —responde Lucía, distraída, sin levantar la vista del libro que ha estado fingiendo leer.
—Conocí a alguien. Nos hemos estado viendo por un tiempo, y... bueno, creo que es hora de que lo conozcas —dice su madre, su voz teñida de una emoción que Lucía no recuerda haber escuchado antes. Lucía cierra el libro de golpe, la curiosidad y la preocupación luchando por el control.
—¿Alguien? —pregunta Lucía, levantando la vista para ver a su madre sonreír de una manera que no había visto en años.
—Sí, y creo que es serio, cariño. De hecho... nos vamos a casar —anuncia su madre, su sonrisa radiante, sus ojos brillando con una felicidad que Lucía no puede comprender.
Lucía siente que el aire abandona sus pulmones. Casarse. Las palabras resuenan en su cabeza, pero no parecen tener sentido. No cuando su madre había pasado años sola, y menos cuando Lucía apenas sabía que estaba viendo a alguien.
—¿Casarte? —repite, su tono incrédulo.
—Sé que es un poco rápido, pero a veces la vida te sorprende de formas inesperadas. Quiero que lo conozcas, te va a encantar. Es... —Su madre no termina la frase cuando el timbre de la puerta suena.
Lucía asiente, intentando procesar lo que acaba de escuchar. Se levanta y sigue a su madre hacia la entrada, su mente intentando darle forma a mil preguntas al mismo tiempo. Pero todo pensamiento se desvanece en el momento en que la puerta se abre y Alejandro aparece ante ella, su sonrisa tranquilizadora, su presencia tan familiar que por un segundo, Lucía siente que el suelo se desmorona bajo sus pies.
—Lucía, él es Alejandro... —comienza a decir su madre, pero sus palabras se desvanecen en el aire cuando nota el repentino cambio en la expresión de su hija.
Lucía se queda congelada, incapaz de reaccionar. Alejandro, el hombre con el que compartió momentos tan intensos, el hombre que la había hecho sentir cosas que nunca antes había experimentado, estaba ahora de pie en la entrada de su casa... como la pareja de su madre.
—Es un placer conocerte, Lucía —dice Alejandro con una calma que parece ensayada, su mirada clavada en la de ella, pero en sus ojos hay algo más, una chispa de algo que solo Lucía puede leer.
Lucía no dice nada. Apenas puede moverse. Todo dentro de ella grita que esto no es real, que debe estar soñando. Pero la voz de su madre, tan llena de alegría, la devuelve bruscamente a la realidad.
—¿No es encantador? —dice su madre, sin notar la tensión que se ha instalado entre ellos. Lucía solo asiente, incapaz de confiar en su voz.
Más tarde, cuando la casa vuelve a quedarse en silencio, Lucía siente que la rabia que había estado reprimiendo empieza a aflorar. No puede seguir así. Necesita respuestas, necesita entender qué demonios está pasando.
Encuentra a Alejandro en la cocina, solo, sirviéndose un vaso de agua. Su sola presencia la enfurece, pero no de la manera que esperaba. Es una mezcla de emociones que la confunden, la llenan de una frustración que no sabe cómo manejar.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —le espeta, su voz baja pero cargada de una furia contenida.
Alejandro se gira, su expresión tranquila, casi como si hubiera estado esperando este momento. Deja el vaso sobre la encimera y la mira directamente a los ojos.
—Lo que debía hacer, Lucía —responde, su voz sin rastro de duda.
Lucía lo mira incrédula, sintiendo cómo la rabia burbujea bajo la superficie, a punto de estallar.
—¿Casándote con mi madre? —escupe, la voz se le quiebra por la indignación—. ¿Qué te pasa por la cabeza? ¿Acaso no ves lo retorcido que es esto?
Alejandro se acerca a ella, pero Lucía retrocede un paso, manteniendo la distancia.
—Estoy haciendo esto por ti —dice Alejandro, su tono firme, pero con una suavidad que la desconcierta—. Porque quiero tenerte más cerca.
Lucía siente que su estómago se revuelve, su mente negándose a aceptar lo que acaba de escuchar.
—¿Qué? —susurra, incapaz de procesar sus palabras.
Alejandro da un paso más hacia ella, acortando la distancia que los separa.
—No me malinterpretes —continúa—. Tu madre es una mujer increíble, pero esto... todo esto... es por ti. Porque no quiero que te alejes. Quiero tenerte cerca, siempre.
Lucía siente que su mundo se tambalea. Las palabras de Alejandro la golpean con fuerza, dejándola sin aliento, sin una idea clara de cómo responder. Está atrapada en una tormenta de emociones que la arrastra, sin saber si gritar, llorar o simplemente huir.
—Esto es... —comienza, pero no encuentra las palabras para expresar lo que siente—. Esto está mal. No puedes hacer esto.
Alejandro la mira, su expresión seria, pero en sus ojos brilla una determinación que Lucía no había visto antes.
—Lo estoy haciendo, Lucía. Y no voy a detenerme. Porque te quiero aquí, conmigo, donde pueda cuidarte. —Sus palabras son una mezcla de ternura y posesión que la deja aturdida, sin saber cómo reaccionar.
Lucía lo mira, intentando encontrar algún rastro de arrepentimiento o duda, pero todo lo que ve es la certeza en sus ojos, una certeza que la asusta tanto como la atrae.
—No sé cómo vamos a salir de esto —admite finalmente, su voz apenas un susurro.
Alejandro se acerca un poco más, su mano rozando suavemente la de ella.
—Lo averiguaremos juntos —le dice, y aunque sus palabras están cargadas de promesas, Lucía siente que las cadenas que la atan a él se vuelven más pesadas, más difíciles de romper.
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MI PADRASTRO | RELATOS EROTICOS +21
RandomNO DENUNCIAR "Sumérgete en una historia donde cada encuentro es una explosión de placer puro. Aquí, los cuerpos se buscan con una necesidad que quema, y cada página es una fantasía desbordante de deseo. No hay espacio para lo sutil, solo para la pas...