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Una mañana, Alejandro está esperándola en la puerta de la casa. Lucía lo mira con cierta desconfianza. Había dicho que la llevaría a la escuela, lo cual ya le parecía raro. Alejandro no es del tipo que hace favores desinteresados. De todas formas, ella se sube al auto, sintiendo su mirada fija en ella desde el momento en que se acercó.


El trayecto comienza en silencio. Lucía mira por la ventana, viendo pasar las calles que conoce de memoria. Sin embargo, algo cambia cuando él toma un desvío inesperado, alejándose de la ruta habitual. Ella frunce el ceño, sus dedos juguetean con el borde de su falda.


—¿Dónde vamos? —pregunta, la incomodidad comenzando a arrastrarse por su piel.


Alejandro no responde de inmediato. Su mirada se mantiene fija en la carretera, los dedos tamborileando suavemente en el volante. El auto finalmente se detiene en una calle vacía, algo desierta, un lugar olvidado que Lucía nunca había visto.Él la mira entonces, sus ojos oscuros llenos de algo que ella reconoce muy bien. Esa chispa de posesión, de deseo que siempre parece encenderse en los momentos más inesperados.


—¿Sabes lo que me haces sentir cuando te pones esa faldita? —su tono es bajo, casi un gruñido, mientras sus ojos se desvían deliberadamente hacia sus piernas.


Lucía siente un nudo formarse en su estómago. No es miedo lo que la embarga, sino algo más profundo, algo que ella no quiere admitir, pero que siempre está ahí. Sus dedos instintivamente intentan alisar la falda, un gesto nervioso, pero Alejandro ya ha tomado una decisión.

Con una rapidez que no le da tiempo a reaccionar, él la atrae hacia él, sus manos firmes sobre su cintura, guiándola hasta que ella está sobre sus piernas, en el estrecho espacio del asiento del conductor. La respiración de Lucía se acelera, y aunque sabe que debería empujarlo, detenerlo, sus manos traicionan sus pensamientos y se aferran a sus hombros.


—Alejandro... estamos en medio de la calle... —intenta protestar, pero su voz suena débil, como si ni siquiera ella creyera en sus palabras.


Él no la escucha, como siempre. Una de sus manos se desliza por su pierna, subiendo con una lentitud que hace que el aire se espese entre ellos. Sus dedos encuentran el borde de sus braguitas, recorriendo la tela fina mientras Lucía tiembla sobre él, su cuerpo traicionando el rechazo que quiere mostrar.


—Me vuelves loco —murmura, inclinándose hacia ella, sus labios rozando su cuello mientras sus dedos apartan la barrera de tela, dejándola expuesta a su toque. Lucía suelta un pequeño jadeo, sus caderas moviéndose por instinto cuando él comienza a acariciarla.


Alejandro la sujeta con más fuerza, sus manos en su cintura guiándola mientras la coloca justo sobre su erección, aún contenida en sus pantalones. Lucía siente el calor que emana de él, la presión de su miembro contra su centro, y un gemido suave escapa de sus labios antes de que pueda detenerlo.


—Refrégate en mí, Lucía —su voz es un susurro oscuro, una orden más que una sugerencia.


Ella cierra los ojos por un momento, tratando de resistir, pero la tensión entre ellos la arrastra. Lentamente, comienza a mover sus caderas, frotándose contra él, sintiendo cada pulgada de su erección endurecida contra su piel. La fricción la hace arder, sus manos se aferran a sus hombros, las uñas clavándose en la tela de su camisa mientras sus movimientos se vuelven más desesperados, más frenéticos.


Alejandro suelta un gruñido, su respiración se vuelve pesada mientras la observa moverse sobre él. Sus manos viajan por sus caderas, sus muslos, como si quisiera marcarla, reclamarla en ese momento. Él no puede esperar más. Sin previo aviso, se desabrocha el pantalón, liberando su miembro.


Lucía apenas tiene tiempo de reaccionar antes de que Alejandro la levante ligeramente y, en un solo movimiento, la penetre. El impacto la hace lanzar la cabeza hacia atrás, un grito ahogado se escapa de su garganta mientras su cuerpo se ajusta a la dureza de él, llenándola por completo.Él la sostiene firmemente, sus dedos clavándose en su piel mientras comienza a moverse dentro de ella, empujándola hacia él con cada embestida.

MI PADRASTRO | RELATOS EROTICOS +21Where stories live. Discover now