Lucía está tumbada en su cama, la luz tenue del atardecer entra por la ventana. El aire denso, está cargado de una tensión que ella apenas soporta. Los ojos fijos en el techo, como si mirar hacia otro lado pudiera hacer desaparecer todo lo que está mal.
La puerta se abre, el sonido es suave pero contundente. Alejandro entra sin pedir permiso, como si la casa ya fuera completamente suya. Y claro que lo es, pero no esa habitación. No la habitación de Lucía. Se apoya contra el marco, observándola con esa mirada que mezcla arrogancia y deseo.
—No deberías estar aquí —murmura ella, sin apartar la vista del techo, con las manos apretadas en las sábanas. Su tono está cargado, no de miedo, sino de desafío. Un reto.
Él se acerca, lento, como un depredador que sabe que la presa no tiene a dónde huir. El colchón se hunde cuando se sienta al borde de la cama, sus dedos rozan la piel desnuda de su tobillo, subiendo con una caricia calculada. Lucía cierra los ojos por un momento, su respiración se agita, pero no le da el gusto de moverse.
—¿Por qué no me echas? —su voz es suave, casi burlona, mientras su mano sube por la pierna de ella, pausada, hasta detenerse en su muslo. Él se inclina hacia ella, su aliento caliente roza la piel de su cuello.
Lucía gira la cabeza lentamente, sus ojos se encuentran con los de Alejandro. Él sigue desafiándola, y algo dentro de ella se remueve, una mezcla de furia y otra cosa más oscura, más profunda, algo que se niega a admitir.
—Y ¿qué te hace pensar que quiero que te vayas? —susurra, su tono cargado de veneno. El sarcasmo se desliza entre las palabras como un filo, mientras lo mira, los labios apenas curvados en algo que podría parecer una sonrisa, pero que no tiene ni rastro de calidez.
Alejandro suelta una risa baja, gutural, mientras su mano se desliza aún más arriba, sus dedos trazan líneas invisibles en su piel. Lucía tiembla bajo su toque, su cuerpo la traiciona. Su mandíbula se tensa, un intento desesperado de retener el control que claramente se le escapa. Su piel arde donde él la toca, la respiración le quema los pulmones, y aun así, no lo empuja. No se mueva. Solo lo observa, inmóvil, como una cazadora esperando el momento exacto.
—Siempre tan orgullosa —murmura él contra su oído, sus labios rozan la piel de su cuello antes de hundirse en ella con una mordida suave. Lucía cierra los ojos, la tensión en sus músculos se intensifica, el deseo y el odio se entrelazan hasta que es difícil distinguir uno del otro.
Ella exhala bruscamente, un sonido que no puede controlar, y lo odia por eso. Lo odia por cómo su cuerpo reacciona a él, por cómo él siempre encuentra la manera de desarmarla, de arrastrarla al borde de algo que no quiere sentir, pero que es incapaz de negar.
Sus dedos se clavan en la cama, mientras Alejandro se inclina sobre ella, su peso la atrapa entre el colchón y su cuerpo. Él la mira, esos ojos oscuros, llenos de arrogancia, sabiendo perfectamente lo que provoca en ella.
Lucía lo mira, los labios entreabiertos, la respiración irregular. Su mano se mueve hacia él, no para empujarlo, sino para atraerlo más cerca, como si el dolor fuera preferible al vacío que él deja cuando no está.
—No te creas tan importante —sisea, pero sus palabras suenan huecas, sin convicción. Lo sabe. Él también.
Alejandro se inclina más, sus labios encuentran los de ella en un beso que no es dulce, no es gentil. Es feroz, como una batalla por el control. Las manos de Lucía se enredan en su cabello, tirando de él, empujándolo y atrayéndolo al mismo tiempo, como si no pudiera decidir qué hacer.
Sus cuerpos se mueven al unísono, una danza caótica, desprovista de cualquier ternura. La habitación se llena de sus respiraciones entrecortadas, de sus gemidos sofocados, del sonido sordo de los cuerpos chocando contra la cama.
Alejandro la aprieta más fuerte, sus labios dejan un rastro de mordiscos y besos por su cuello, su clavícula, bajando lentamente mientras Lucía arquea la espalda, sus ojos cerrados, las manos aferradas a sus hombros como si fuera la única manera de no perderse a sí misma en todo esto.
Pero, en el fondo, sabe que ya está perdida.
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MI PADRASTRO | RELATOS EROTICOS +21
AléatoireNO DENUNCIAR "Sumérgete en una historia donde cada encuentro es una explosión de placer puro. Aquí, los cuerpos se buscan con una necesidad que quema, y cada página es una fantasía desbordante de deseo. No hay espacio para lo sutil, solo para la pas...