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Lucía se encuentra sola en la habitación, la luz tenue del atardecer filtrándose a través de las cortinas y proyectando sombras largas en las paredes. El ambiente es pesado, cargado de una tensión que se ha vuelto casi insoportable desde que comenzaron este juego peligroso. Sabe que Alejandro vendrá, y aunque una parte de ella teme lo que pueda suceder, otra parte, más oscura, no puede evitar anticipar el enfrentamiento.

La puerta se abre con un suave clic, y Alejandro entra, su presencia imponente llenando el espacio de inmediato. Sus ojos, oscuros y calculadores, se posan sobre Lucía, que está sentada en el borde de la cama, intentando mantener la compostura. No dice nada al principio, simplemente la observa, su mirada recorriendo cada detalle de su postura, buscando cualquier señal de debilidad.

—Has sido una niña muy mal portada, Lucía —dice finalmente, su voz baja y controlada, pero con un tono que deja claro que no está dispuesto a permitir que ella siga desafiándolo.

Lucía levanta la cabeza, su mirada encontrándose con la de él. Sabe que Alejandro está jugando con ella, intentando romper su resistencia. Pero también sabe que no puede permitirse ceder, no sin luchar.

—¿Y qué vas a hacer al respecto? —responde ella, su tono desafiante, aunque sus manos tiemblan ligeramente en su regazo.

Alejandro no responde de inmediato. En su lugar, avanza lentamente hacia ella, cada paso deliberado, como si disfrutara del efecto que tiene sobre ella. Cuando llega frente a Lucía, se inclina, su rostro a escasos centímetros del suyo.

—Voy a enseñarte a comportarte —murmura, sus palabras cargadas de una promesa implícita—. Y créeme, te acordarás de esta lección.

Lucía siente un escalofrío recorrer su espalda, pero no aparta la mirada. En lugar de eso, mantiene su expresión firme, desafiándolo a seguir adelante. Pero cuando Alejandro toma sus muñecas con firmeza y las levanta sobre su cabeza, ella se da cuenta de que ha subestimado la intensidad de su control.

La sujeta con una determinación que no deja lugar a dudas. Lucía intenta liberarse, pero él es demasiado fuerte, y la forma en que la mira, con esa mezcla de poder y posesión, la hace sentir atrapada en su propia trampa.

—No te resistas, Lucía —dice Alejandro, su voz suave, pero con una autoridad inquebrantable—. Esto es por tu bien.

Lucía siente que la rabia se mezcla con una frustración que apenas puede contener. Sabe que no debería disfrutar de esta sensación de impotencia, pero hay algo en la manera en que Alejandro la controla que despierta emociones conflictivas en su interior.

—No puedes hacerme esto... —susurra, aunque su voz carece de la fuerza que pretende.

Alejandro sonríe, una sonrisa que no es de alegría, sino de satisfacción por tenerla exactamente donde quiere.

—Puedo hacer lo que quiera —responde, su tono firme y definitivo—. Y tú vas a aprender a obedecer.

Lentamente, Alejandro la inclina sobre la cama, sus manos manteniendo las suyas firmemente sujetas, como si cada movimiento estuviera calculado para recordarle quién tiene el control. Lucía cierra los ojos, luchando contra las emociones contradictorias que la envuelven.

—Esto no es... —intenta decir, pero Alejandro la interrumpe.

—Shh... —la silencia, su voz ahora un susurro—. No pienses. Solo siente.

El peso de sus palabras la envuelve, y Lucía siente que su resistencia se debilita, atrapada en la tensión entre lo que sabe que está mal y lo que su cuerpo parece responder de manera involuntaria. Alejandro, consciente de su control, se inclina hacia su oído, su aliento cálido contra su piel.

—Vas a aprender a obedecer, Lucía —susurra, y ella sabe que cada palabra está cargada de una oscura promesa.

Lucía siente que está perdiendo la batalla, pero en su interior, la llama de la resistencia aún arde. Sabe que no puede dejar que Alejandro gane por completo. Aunque su cuerpo parece traicionarla, su mente se niega a ceder por completo.

—Nunca me tendrás —murmura, con el poco control que le queda.

Alejandro se detiene por un momento, su mirada intensa fija en la suya.

—Veremos —responde, su tono sereno, pero con una determinación que deja claro que no piensa rendirse.

La tensión entre ellos es casi tangible, y aunque Lucía sabe que está atrapada en un juego peligroso, también sabe que, de alguna manera, todavía tiene el poder de cambiar las reglas. Alejandro puede controlarla por ahora, pero la batalla entre ellos está lejos de terminar.

Y en algún lugar de su mente, Lucía comienza a tramar su próximo movimiento.

MI PADRASTRO | RELATOS EROTICOS +21Where stories live. Discover now