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Los días siguientes a su confrontación con Alejandro, Lucía decide que no se quedará de brazos cruzados. No puede soportar la idea de que Alejandro haya jugado con su madre de esa manera, utilizándola solo para tenerla cerca. Y aunque en el fondo de su mente sabe que no es completamente inocente, algo en ella se niega a dejar que Alejandro gane. Si él piensa que puede controlarla, que puede tenerla en sus términos, está muy equivocado.

Lucía comienza a tramar un plan, uno que le permita recuperar el control que siente que ha perdido. No lo hará a través de la confrontación directa; eso sería demasiado obvio. En su lugar, utilizará el arma que Alejandro nunca podrá resistir: ella misma.

Una tarde, cuando su madre está en el trabajo, Lucía sale de su habitación envuelta en una toalla después de una larga ducha. El agua aún gotea de su cabello mientras camina por el pasillo, la casa sumida en un silencio casi sepulcral. Alejandro está en su estudio, como de costumbre, probablemente revisando más documentos o haciendo llamadas de negocios. Pero Lucía tiene otros planes.

Con un movimiento deliberado, deja caer la toalla al suelo, permitiendo que su cuerpo quede completamente expuesto al aire fresco de la casa. Sabe que Alejandro la escuchará, que inevitablemente se sentirá atraído por la presencia que ha estado tratando de evitar desde que se mudaron. Lucía se desliza por el pasillo, cada paso calculado, cada movimiento pensado para maximizar su efecto.

Al llegar a la puerta del estudio, la deja entreabierta, lo suficiente para que Alejandro la vea al pasar. Se mueve con lentitud, disfrutando de la sensación del aire sobre su piel, sintiendo el poder que tiene en este momento. Alejandro, como esperaba, levanta la vista de sus papeles en cuanto la percibe en su campo de visión. Sus ojos se clavan en ella, su expresión impasible, pero Lucía nota la tensión en su mandíbula, el leve apretón de sus puños.

—¿Te interrumpo? —pregunta Lucía, su tono inocente, como si no fuera consciente de lo que está haciendo.

Alejandro no responde de inmediato, sus ojos recorriendo su cuerpo, pero sus manos permanecen quietas sobre la mesa. Lucía sabe que está luchando contra su deseo, contra la tentación de levantarse y tomar lo que tan cruelmente se le ha arrebatado. Pero ella no se lo permitirá. No esta vez.

—No deberías estar aquí así —dice Alejandro finalmente, su voz tensa, llena de la lucha interna que está librando.

Lucía sonríe, una sonrisa que no llega a sus ojos, pero que es lo suficientemente provocadora como para mantener a Alejandro al borde.

—Pensé que ya no te importaba, ¿recuerdas? —responde ella, su tono sarcástico, casi burlón—. Dijiste que todo esto no significaba nada.

Alejandro respira profundamente, intentando mantener el control, pero Lucía puede ver cómo su mirada oscila entre sus ojos y su cuerpo, la lucha evidente en cada línea de su rostro.

—Lucía... —comienza a decir, pero su voz se apaga cuando ella da un paso más hacia la puerta, acercándose solo lo suficiente para que él pueda ver cada detalle, cada centímetro de piel.

—¿Qué pasa, Alejandro? ¿No es esto lo que querías? —Lo reta, manteniendo su mirada fija en él—. ¿No era yo el motivo por el que hiciste todo esto?

Alejandro se queda en silencio, su respiración ahora más pesada, pero su cuerpo permanece anclado en su lugar. Lucía puede ver el conflicto en sus ojos, la mezcla de deseo y frustración que lucha por salir a la superficie.

—No lo harás —dice Alejandro finalmente, su voz ahora más baja, casi un susurro—. No puedes seguir jugando así.

—¿Jugar? —replica Lucía, inclinando la cabeza con una expresión de falsa inocencia—. Yo no estoy jugando. Solo estoy mostrándote lo que nunca podrás tener.

Alejandro cierra los ojos por un momento, su mandíbula apretada, como si intentara apartar de sí la tentación que representa Lucía. Pero cuando los vuelve a abrir, Lucía ve algo diferente en ellos, una mezcla de resignación y algo que casi podría describir como dolor.

—Lo que sea que estés intentando, no funcionará —dice Alejandro, su tono más firme ahora, aunque Lucía puede sentir la tensión en cada palabra—. No vas a hacer que me arrepienta. No cuando todo lo que hago es por ti.

Lucía siente una punzada en su pecho, una mezcla de satisfacción y algo que no puede identificar del todo. Ha logrado lo que quería: ha puesto a Alejandro en una posición en la que él mismo se siente atrapado. Pero al mismo tiempo, sus palabras la dejan con una sensación amarga, como si, a pesar de todo, algo más profundo estuviera en juego.

—Eso ya lo veremos —responde finalmente, su voz baja y cargada de promesas que aún no sabe si cumplirá. Se da la vuelta lentamente, recogiendo la toalla del suelo y dejándolo solo en el estudio, con sus propios pensamientos y el peso de lo que acaba de suceder.

Mientras se aleja, Lucía siente la tensión aflojarse un poco, pero sabe que esto es solo el comienzo. La batalla entre ellos no ha hecho más que empezar, y ambos están demasiado atrapados en este juego peligroso para detenerse ahora.

MI PADRASTRO | RELATOS EROTICOS +21Where stories live. Discover now