La sala se sumerge en un silencio pesado, roto solo por el suave murmullo de la respiración de ambos. La lámpara en la esquina proyecta sombras largas y temblorosas en las paredes, creando un ambiente casi onírico. Lucía se encuentra de pie frente a Alejandro, sintiendo cómo la tensión entre ellos se acumula como una tormenta a punto de desatarse.
Lucía respira profundamente antes de hablar, pero sus palabras quedan atrapadas en su garganta. Se muerde el labio, insegura, mientras su mirada se encuentra con la de Alejandro, buscando alguna señal en esos ojos oscuros.
–Alejandro... –su voz tiembla, y baja la mirada, incapaz de sostener el peso de sus propias palabras.
Él no responde de inmediato, disfrutando del poder que tiene sobre ella, de la manera en que sus emociones se reflejan en cada gesto. Finalmente, se inclina un poco hacia adelante en el sillón, sus manos descansando en los brazos de cuero.
–¿Qué es lo que realmente quieres, Lucía? –pregunta, su voz baja y controlada, cargada de un deseo apenas contenido.
Lucía siente un nudo en el estómago. Sabe lo que quiere decir, pero pronunciarlo en voz alta lo hace real, lo lleva a un lugar del que no hay retorno.
–Quiero que... –traga saliva, sintiendo la presión del momento–. Quiero llamarte por tu nombre... el otro nombre.
Alejandro la mira con una intensidad que hace que sus piernas tiemblen. Sabe exactamente lo que ella está pidiendo, pero quiere que sea ella quien lo diga, que sea ella quien cruce esa línea.
–Dilo, Lucía. –Su tono es más firme ahora, un comando disfrazado de sugerencia.
Lucía siente su corazón acelerarse, su piel hormigueando bajo la mirada fija de Alejandro. Lentamente, levanta la vista, encontrando sus ojos nuevamente.
–Papi... –murmura, apenas audible, y siente una mezcla de vergüenza y excitación al hacerlo.
Alejandro se levanta del sillón con una fluidez que ella no esperaba, rodeándola con su presencia imponente. Su mano se eleva hasta la barbilla de Lucía, levantando su rostro con un toque firme pero gentil.
–Si vas a decirlo, dilo bien, Lucía –le ordena, sus palabras sonando más como una orden que como un simple deseo.
–Papi... –repite ella, su voz más fuerte esta vez, aunque todavía con un temblor que revela su nerviosismo. Algo en ese momento la hace sentir vulnerable, pero también más viva de lo que se ha sentido en mucho tiempo.
Una sonrisa oscura se forma en los labios de Alejandro. No solo por la palabra en sí, sino por lo que representa, por la sumisión implícita en ella, una sumisión que él desea y que Lucía, de alguna manera, está empezando a entender.
–Así me gusta –dice, su voz acariciando cada palabra mientras su otra mano se posa en la cintura de Lucía, atrayéndola hacia él.
Lucía siente la calidez de su cuerpo a través de la ropa, un contacto que la hace estremecer. Hay un poder en él, algo que la atrae y la aterroriza a la vez. Pero en ese miedo, en esa incertidumbre, encuentra un extraño consuelo.
–Eres mía, Lucía. Siempre has sido mía. –Alejandro murmura cerca de su oído, su aliento caliente contra su piel. La firmeza de su tono no deja espacio a dudas.
–Sí, papi... –responde ella, su voz suave, casi un suspiro. Cada vez que lo dice, siente que una parte de ella se entrega, se rinde a la dinámica que ambos han creado.
Alejandro acaricia su mejilla, su mano descendiendo lentamente por su cuello hasta detenerse en la base de su garganta. Es un gesto que habla de control, de dominio, y Lucía cierra los ojos, dejándose llevar por la sensación.
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MI PADRASTRO | RELATOS EROTICOS +21
RandomNO DENUNCIAR "Sumérgete en una historia donde cada encuentro es una explosión de placer puro. Aquí, los cuerpos se buscan con una necesidad que quema, y cada página es una fantasía desbordante de deseo. No hay espacio para lo sutil, solo para la pas...