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La tarde avanza lentamente, y Lucía se encuentra en la habitación que le han asignado en el hotel. El agua caliente de la bañera la rodea, calmando momentáneamente la tensión que ha estado acumulando durante días. Cierra los ojos y deja que el vapor la envuelva, intentando despejar su mente de todo lo que ha estado ocurriendo con Alejandro. Pero la tranquilidad es efímera.

Lucía abre los ojos al sentir una presencia en la habitación. Su instinto le dice que no está sola, y cuando se gira, lo ve. Alejandro está de pie en la puerta del baño, su figura alta y sombría contra la luz que se filtra por el pasillo. No dice nada, simplemente la observa, sus ojos recorriendo su cuerpo con una intensidad que hace que Lucía sienta un nudo en el estómago.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le reprocha Lucía, su voz firme, aunque su corazón late con fuerza en su pecho. Se sienta en la bañera, cubriendo su cuerpo con los brazos, pero no puede evitar sentirse expuesta bajo su mirada.

Alejandro no responde de inmediato. Sus ojos permanecen fijos en ella, una mezcla de deseo y algo más oscuro que Lucía no puede identificar del todo. El silencio entre ellos es casi palpable, cargado de una tensión que amenaza con romperse en cualquier momento.

—Te hice una pregunta —insiste Lucía, su tono más desafiante, intentando recuperar el control de la situación.

Sin decir una palabra, Alejandro avanza lentamente hacia la bañera, sus movimientos calculados, como un depredador acechando a su presa. Lucía siente que el aire se vuelve más denso, cada paso que él da hacia ella la hace sentirse más atrapada.

—Alejandro, no deberías estar aquí —repite, aunque su voz suena menos segura ahora, como si supiera que lo que está a punto de suceder es inevitable.

Finalmente, Alejandro se detiene junto a la bañera, su presencia imponente y abrumadora. Sus ojos no se apartan de los de Lucía, y aunque ella intenta mantener la compostura, el calor de su mirada la hace estremecer.

—No tienes por qué estar aquí —murmura Lucía, intentando alejarlo con sus palabras, pero su tono carece de convicción.

En lugar de responder, Alejandro se inclina hacia ella, sus manos fuertes rodeando sus brazos mientras la ayuda a levantarse del agua. Lucía no resiste, pero el temor y la anticipación se mezclan en su mente, creando un torbellino de emociones que apenas puede controlar.

—Déjame... —empieza a decir, pero Alejandro la interrumpe, su voz baja y firme.

—Soy tu padrastro ahora, Lucía —le recuerda, su tono cargado de una autoridad que la hace sentir pequeña—. Y creo que es hora de enseñarte una lección.

Lucía intenta alejarse, pero Alejandro es más fuerte. La saca de la bañera con facilidad, el agua cayendo en cascada por su cuerpo mientras él la lleva hacia la cama. Ella lo mira, su expresión desafiante a pesar de la creciente sensación de impotencia que la invade.

—Esto no está bien —dice, su voz quebrada por la tensión—. No puedes hacerme esto.

Alejandro no dice nada, simplemente la deposita sobre la cama, sus manos firmes pero sin brusquedad. Lucía lo observa con una mezcla de miedo y rabia, pero también algo más, algo que no quiere admitir ni para sí misma. Alejandro se inclina sobre ella, su rostro tan cerca que puede sentir su aliento cálido en su piel.

—Te has portado mal, Lucía —murmura, su voz tan baja que apenas puede oírla, pero el tono es claro: una amenaza disfrazada de cuidado—. Y es mi responsabilidad corregir eso.

Lucía siente que su corazón late con fuerza, la situación se vuelve más oscura de lo que había imaginado. Alejandro no ha perdido su control calculado, pero ella puede ver en sus ojos que está disfrutando de su propia autoridad sobre ella.

—No puedes... —intenta decir, pero Alejandro la interrumpe de nuevo, esta vez colocando un dedo sobre sus labios, silenciándola.

—Shh... —susurra—. No te resistas, Lucía. Esto es por tu bien.

Lucía siente que la rabia hierve dentro de ella, pero al mismo tiempo, algo en su interior se rinde, incapaz de luchar contra la marea que se avecina. Alejandro toma unas sábanas de la cama y las sujeta alrededor de sus muñecas, un gesto que la deja inmovilizada, atrapada en su propia vulnerabilidad.

—Esto no es un castigo —le dice, su tono calmado, casi paternal, lo que la enfurece aún más—. Es una lección que necesitas aprender.

Lucía lo mira, sus ojos ardiendo con una mezcla de odio y una tristeza profunda que no puede controlar. Sabe que está perdiendo, pero también sabe que esto es solo el comienzo. Alejandro se inclina hacia ella, su mano acariciando su rostro con una ternura que contrasta con la dureza de sus acciones.

—Recuerda, Lucía —le susurra al oído—. No puedes escapar de mí. No cuando soy la persona más cercana a ti ahora.

Lucía cierra los ojos, una lágrima rodando por su mejilla mientras siente el peso de su situación aplastándola. Pero en su interior, la furia sigue ardiendo, una llama que se niega a extinguirse. Sabe que, de alguna manera, encontrará la forma de revertir esta situación, de tomar el control que Alejandro le ha arrebatado.

Y cuando lo haga, todo esto se convertirá en su victoria.

MI PADRASTRO | RELATOS EROTICOS +21Where stories live. Discover now