Capítulo 24.

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¿Había corrido lo suficiente?

¿Ya estaba lo suficientemente lejos?

El cansancio en mis pequeños pies descalzos me indicaba que así era, del mismo modo en que lo hacia el sol ocultándose lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos cálidos y dorados. Me encontraba tendida sobre el pasto verde observando él enorme castillo frente a mí, con lágrimas en los ojos y el corazón lleno de miedo. No sabía cómo había llega ahí, solo que había logrado entrar al jardín de aquel lugar por un pequeño hueco que había en las rejas de tablas que dividían el castillo de la carretera.

Fue entonces cuando escuche una voz, cálida y reconfortante, rompiendo el silencio opresivo a mi alrededor. Al principio pensé que había sido mi imaginación, pero luego otra vez lo escuché.

—¿Quién está ahí? — preguntó del otro lado de la pared. Gatee en medio del suelo hasta acercarme a la pared que nos dividía. Parecía un niño y más que eso, parecía débil y enfermo. No podía verlo, pero podía sentir su presencia, su angustia.

—Hola —murmure, esperando una respuesta, pero no hubo ninguna, el silencio volvió a apoderarse del lugar—¿quién eres? —quería volver a escucharlo. Su voz era como un susurro que me llamaba, que me hacía sentir menos sola en medio de tanto miedo; pero no hubo respuesta, así que me di por vencida.

Pasaron varias horas, y mi pequeño y débil cuerpo se mantenía pegado a aquella pared, mientras las gotas húmedas de la madrugada que se escurrían por ella caían sobre mi cabello, mojándolo. Mi vestido se encontraba sucio de tierra, pequeños sollozos se escapaban de mi boca cuando el frio calaba mis huesos y el silencio era tan denso que se podía sentir en el aire.

—¿Sigues ahí? —otra vez aquella voz, y trate de controlar el temblor en mis labios para contestar.

—Si— conteste en un susurro.

—Deberías volver a casa, hace mucho frio —me quede en silencio por un momento, sin saber qué responder.

—No puedo, mami me hará daño — murmure, con la voz quebrada por el llanto. El tardo unos minutos en responder.

—Entiendo, a veces los adultos pueden ser muy crueles — una pequeña lagrima rodo por mi mejilla —pero no te preocupes, yo te cuidare. Estarás a salvo aquí, conmigo —prometió el pequeño.

—¿Lo prometes? —hablaba en susurros, como si temiera ser escuchada.

—Lo prometo —aseguro y una débil sonrisa se dibujó en mis labios —cuidare de ti.

Sus palabras eran entrecortadas y a veces se le quebraba la voz, mostrando su vulnerabilidad y fragilidad. A pesar de su debilidad, su voz tenía un brillo especial, un tono dulce y melodioso que invitaba a escucharla con atención.

—¿Serás mi amigo? — volví a preguntar, porque tenía miedo de no escucharlo más.

—Seré tu amigo —afirmo, haciendo que el miedo se fuera disipando poco a poco—¿cuál es tu nombre?

—Aura —respondí, escondiendo mis manitos en mi pecho tratando de darles calor—¿y cuál es el tuyo?

—Me llamo...— La voz del niño se desvaneció en un susurro, como si el peso de sus palabras fuera demasiado para él.

Con un sobresalto, me erguí en la cama, sintiendo el frescor de las anchas gotas de sudor que resbalaban por mi frente y la salinidad de las lágrimas que se escapaban de mis ojos. ¿Era un recuerdo o tan solo un sueño fugaz fruto de los eventos de la noche anterior? La confusión reinaba en mi mente, pero una pregunta se abría paso con determinación: ¿Quién era aquel niño?

Infierno De Seducción +18 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora