Capítulo 1.

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En un mundo donde el peligro y la seducción van de la mano, ¿podrás resistirte a tus deseos más oscuros?

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-Que hermosa te ves hoy, Aura - comentó aquel viejo, abatido, con barba de hace meses, sentado en el suelo en medio del basurero, que lanzaba aquel comentario cada que podía. Sonreí y me acerqué a él como todas las noches.

-Tu tampoco luces tan mal - él se dio un rápido vistazo al montón de ropa vieja, sucia y maloliente que cubría su cuerpo desnutrido y luego me sonrió - ¿ya comiste? - pregunté, pero de su boca solo salió un quejido. Me agache frente a él mientras esos ojos que mostraban el cansancio, las noches en vela, los días sin comer más que sobras de lo que tiraba la gente a la basura me miraban con algo de ilusión, como si yo fuera su última esperanza para saborear algo parecido a lo que se pudiese llamar comida.

De la bolsa blanca que guindaba en mis manos saqué un poco de pan que había comprado con las pocas monedas que había ganado cortando unos arbustos en los sectores ricos del pueblo y le ofrecí- toma - él sonrió mostrando aquellos pútridos dientes y tomo el pan en sus manos metiéndolo a su boca de inmediato, soltando quejidos de satisfacción mientras lo saboreaba apaciguando su hambre.

-Muchas gracias, Aura, Dios te pague - murmuró dejando caer migajas de su boca llena sobre su barba canosa. Sonreí y me levante.

- Nos vemos luego, Tito - me despedí y seguí mi camino por aquella larga calle rumbo a mi casa, la cual solo era alumbrada por unos cuantos faroles viejos que ya casi ni daban la suficiente luz para alumbrar el camino; pocas veces se encontraba solitaria, sin la sola silueta negra de una persona y otras veces a los costados de las casas donde buscaban despojos los desafortunados se escuchaban los gemidos de agonía de personas escuálidas, tiradas en medio del húmedo y frio pavimento. Observabas aquellos niños muertos del hambre seguirte con sus gigantescos ojos cada paso hasta finalmente desaparecer de su vista, sus manos extendidas siempre al frente murmullando y pidiendo por un poco de comida, y sin recibir ninguna migaja, porque si comían ellos no comía tu familia.

Esta era la calle más pobre de todo el pueblo, un sector que funcionaba como desahogo para los bebedores, y castigo para los miserables olvidados por la corrupción y avaricia del gobierno; y para mi desgracia aquí me encontraba viviendo yo.

Los músculos de mis piernas dolían, estaba sintiendo en mi cabeza un grandísimo peso, palpitaba con cada paso, mis dedos se encogían dentro de los bolsillos por el dolor que se presentaba en cada hueso de mis manos, sin mencionar las leves heridas en mis palmas por utilizar torpemente las tijeras para cortar aquellos arbustos, mis pies se obligaban a sí mismos a seguir caminando, podía sentir la pesadez de mi cuerpo impidiendo cada movimiento; la falta de sueño era notable por las bolsas negras debajo de mis ojos. Podía jurar que toda mi figura frágil yacía desvanecida acabada por el cansancio mortal que me oprimía por las arduas horas de trabajo en la cafetería.

Mi estómago indicaba la presencia de la cruel hambre, esas horas de trabajo sin probar un poco de comida; podía saborear el delicioso pan horneado en mi boca y el jugo de naranja apaciguar mi sed. El frio insoportable acompañaba mis extremidades y arrimaba mis huesos, me obligaba a buscar calor entre las viejas y mugrosas telas de mi buzo. El cielo estaba nublado, cargado de agua y oscuro, la fuerte brisa meneaba los pedazos de telas de aquellas casas de madera podrida a punto de desarmarse y cargaba con aromas desconocidos, mi cuerpo temblaba con cada ráfaga de viento y como cada noche fría y solitaria camino a casa me acompañaba esa sensación sombría y el silbido melancólico del viento.

Me detuve en seco, a mitad de la calle, cuando aquellos quejidos lastimeros que acostumbraban hacer temblar mi cuerpo retumbaron en las altas paredes de aquel estrecho lugar casi desconocido para mí, como siempre más fuertes que cualquier otro sonido de la noche.

Infierno De Seducción +18 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora