Infierno De Seducción +18 ©

CapÍtulo 3.

Mi cabeza se encargaba de revolver ideas y cada que una de ellas brotaba mi mente aturdida las desechaba con terror; la idea de casarme me producía un sinnúmero de conflictos interiores, claro, quería casarme en algún futuro lejano, pero no con un famoso millonario encadenado a peligrosos negocios, el cual conocí en una horrible situación y con el cual solo he hablado dos veces.

Si me casaba con Enzo, me vería envuelta en medio de una existencia de peligros imprevistos, mi vida tranquila, llena de orden y aunque un poco miserable se vería interrumpida por su presencia, todo a lo que estaba acostumbrada se desvanecería y solo me acoplaría a él. Aun así, lo que me había propuesto sonaba atrayente, mi hermana estaría internada en uno de los mejores hospitales del pueblo, las deudas desaparecerían, mis hermanos no vivirían en aquella casa a punto de caerse, estudiarían en una buena escuela, no habría más días con hambre, y mi padre tendría sus medicinas.

Tenía que adoptar una decisión favorable para mi familia, y aunque aún estaba perpleja por la situación ya había hecho mi elección.

-Mamá, ya llegué - avisé mientras entraba a la casa. Los domingos mi turno terminaba al medio día, era el único descanso que tenía durante toda la semana.

-El almuerzo está en la cocina - dijo apareciendo en medio de la pequeña sala- aún no comprendo de donde conseguiste tanto dinero para un mercado así.

-Ya te dije, un cliente dejo mucha propina -me acerque a mi hermana quien se hallaba tendida en el viejo sofá de telas, mirando fijamente ante ella una arrugada revista en sus manos - ya sabes cómo son los ricos.

-Espero que sea cierto, yo no te he educado mal - me arrodille frente a mi hermana logrando captar su atención, sus ojos negros y húmedos cayeron sobre mí, acompañados de una sonrisa triste que se dibuja en sus marchitados labios.

-Si llegas a ver a ese señor de nuevo, dale las gracias de mi parte - su voz era un poco apagada. Asentí mientras tomaba la mano fría que descansaba sobre la revista.

-Lo hare- observé la blancura verdosa que teñía su piel, su rostro aun acompañado de su eterna alegría sonreía bajo la sombra de sus largos cabellos negros, sus pálidas facciones marcaban debajo de sus ojos un circulo lívido, su vestido rojo tapaba su delgado cuerpo dejando a la vista solo sus piernas hinchadas por el cáncer, estiradas sobre el sofá, inmóviles, casi petrificadas y evite soltar el quejido atorado en mi garganta que mantenía cuando la veía en ese estado; a pesar de que ya habían pasado algunas semanas desde que se nos informó sobre su cáncer y los síntomas empezaron a ser notorios no me había acostumbrada a verla en ese estado tan deplorable y creo que jamás me acostumbraría.

-Mamá, ¿dónde está papá? - pregunté al notar que no escuche el ruido molesto de sus herramientas de madera y piedra, hechas por él, lo único que lo entretenía durante el día era arreglar o hacer pequeños cambias a la casa.

-Ha salido a caminar con tu hermano, sabes cómo es él, nunca se queda quieto - mi madre se acercó a nosotras y tomo asiento sobre el duro suelo a un lado nuestro, su arrugada y pecosa mano se posó sobre la cabeza de mi hermana mientras dejaba livianas caricias sobre ella.

-Mamá, antes de llegar a casa fui al hospital Hope - su rostro, surcado de pocas pero muy hondas arrugas se giró hacia mí, mirándome con su ceño ligeramente fruncido, claramente sabia lo le diría- inscribí a Roma, su tratamiento comienza en una semana.

-¿Qué? - farfullo siendo presa de una perplejidad angustiosa - ¿de dónde vas a sacar el dinero para las quimios? Sabes que ese hospital es muy costoso.

-No te preocupes, alguien me ayudara- murmuré. Mi hermana dejó lentamente mi mano y se reclinó hacia atrás en el sofá.

-Estoy bien, Aura, mis piernas no duelen tanto - balbuceo mostrando de repente un semblante apacible y energético.