6. Buen Humor

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La inquietud instalada en su interior se le antoja insólita, lejana, algo que hace mucho tiempo no sentía. La preocupación por alguien ajeno es algo que, años atrás, estaba muy presente en él, pero tras los acontecimientos de los últimos años, poco a poco ha dejado atrás. Y le sorprende que ese sentimiento haya renacido gracias a un Blackwood.

Y es que no lo puede evitar, observando al maester tratar las heridas que él mismo ha provocado durante la clase, y por supuesto, teme a las consecuencias. No quisiera que los maestros o sus propios compañeros piensen que es violento, carente de autocontrol, él jamás ha sido de ese modo, siempre ha tratado de ser lo más pacífico posible, jamás ha golpeado a nadie de esa manera, pues siempre lo ha considerado una cruel forma de herir, y a su parecer, el arma más fuerte no son los golpes, sino las palabras. Es por eso que no puede evitar recordar todo lo que su familia le ha dicho, "débil" "afeminado" "llorón" "no sabes defenderte» y tras tanto tiempo ha aprendido por su cuenta a defenderse de las palabras burlescas de Davos, todo para, a cambio, recibir reproches por aquellos que le exigían fiereza. ¿Acaso no es esto lo que ellos querían? ¿no es esto lo que él quería? callar de una vez por todas a Blackwood, hacerle saber a todos que es todo lo contrario a débil. Entonces, ¿por qué se siente tan ansioso y afligido?

—El joven Blackwood tan sólo ha sufrido alguna que otra herida superficial, en unos días todas ellas van a cicatrizar y se cerrarán. Tan sólo es necesario un simple ungüento durante un par de días.

—Gracias, señor.

No puede evitar suspirar aliviado, notando como esta intranquilidad poco a poco se disipa, y un peso se escapa de su pecho, permitiéndole por fin respirar. Aunque aún no puede cantar victoria, aún queda encarar a sus maestros, y tan sólo puede rezar a los Siete porque su tío no se entere de lo ocurrido. Davos no parece para nada molesto con él, se mantiene con una sonrisa de oreja a oreja mientras devuelven su caminar hacia su salón. Aeron lo observa, envidiando aquella relajación que posee, y a la vez, muy en el fondo, admirando esa sonrisa, algo maníaca, quizás incluso inquietante para algunos, pero para él no tiene ningún pero, es bonita tal cual es. Aparta la mirada de inmediato, paseando sus ojos por todo a su alrededor, mientras sus dientes se mantienen apretados, temerosos por separarse y finalmente decir lo que lleva rato pensando. Tras un tiempo, suspira rendido.

—Lo siento.

Davos lo mira de soslayo, y su sonrisa disminuye.—¿Y eso?

—¿Qué quieres decir? tan sólo me estoy disculpando.

—Jamás pensé en oírte decir eso, me había resignado a ser yo quien tome la iniciativa. Es bueno saber que tú también pones de tu parte, Aeron.

—Por los Siete, hablas como mi padre.
Nunca más vuelvo a pedirte disculpas.

El Blackwood suelta una carcajada, plena, que hace a Aeron sonreír algo tímido. Nunca nadie se ríe de sus bromas, es bueno saber que al menos existe alguien que las encuentra divertidas, aunque ría por pura cortesía.

—Por fin me has dado mi recompensa. Te ves aún más lindo así.

La sonrisa de Aeron se desvanece de inmediato y rueda los ojos, con fastidio. Pero finalmente, en vez de responder de forma desagradable, ríe con ganas. Porque hay algo distinto en ese instante, allí no recuerda lo que su familia tiene por decir, que debería estar en su salón, que sus acciones pueden tener consecuencias fatales para él, y que al fin y al cabo, sigue hablando con un Blackwood. Todo eso ha quedado en el olvido momentáneamente, y sólo es capaz de pensar en Davos. Sin apellido, sólo Davos y lo feliz que se siente cada vez que habla con él, y el saber que están bien, juntos, a la par. Por supuesto, no nota que, a su lado, su acompañante ha dejado de reír, y sólo se dedica a admirarlo.

[...]

Nadie es capaz de quitarle el buen humor. Ni siquiera cuando sus primos han tratado de molestarlo o cuando su padre lo ha mirado mal en cuanto lo ha visto. Nada ha podido quitarle la sonrisa en el rostro, lo más seguro es que todos lo hayan notado, y ya estén cavilando sobre cuál podría ser la razón. Seguro que jamás serán capaces de adivinarlo.

Ha ordenado a la servidumbre que le entreguen un buen florero lleno de agua donde poner sus lirios, pues en un primer momento se había rehusado a ponerle atención a esas flores, con la idea de simplemente dejarlas marchitarse. Ahora siente que todo ha cambiado, y esos lirios necesitan de sus cuidados. De tan buen humor está que acepta sin miramientos el pasear con Nana por los jardines. Con su brazo huesudo alrededor del suyo, su abuela camina lentamente, con una débil sonrisa en su rostro arrugado.

—¿Qué te tiene tan feliz?—pregunta la anciana sin rodeos.—No te veía de este modo desde antes de... ya sabes.

Aeron es capaz de salir ligeramente de su mundo de ensueño, y su sonrisa flaquea un poco. Sabe lo que su abuela quiere decir, que no ha vuelto a ser el mismo desde que su madre falleció, cinco años atrás, que sólo sonreía de esa manera en compañía de su progenitora. Y es extraño saber que esa alegría ha vuelto a él a causa de un Blackwood. Por los Siete, ¿en qué está pensando? su sonrisa se borra por completo, cayendo en cuenta de lo que realmente ocurre en su mente. Davos Blackwood lo ha hecho sentir cosas que hacía años no sentía, esa felicidad tan plena, esa abrumadora e inquietante preocupación, las ganas de reír sin reparos y hablar sin sentirse juzgado.
Porque hacía años que se había convertido en un Bracken, sobrino del lord de su casa, futuro caballero del que se esperaba un salvajismo que ciertamente no poseía, un niño huérfano e hijo de un bastardo que poco se asemejaba a sus fuertes e indómitos primos. Con Davos puede ser simplemente Aeron, sin más sobrenombres ni presiones. Se pregunta si el Blackwood se sentirá de la misma manera, si también se siente tan libre como él a su lado.

—No es nada, Nana. Tan sólo que... creo que he hecho un amigo.

Eso parece alegrar en demasía a su abuela, y comparten la misma emoción. Aeron nunca ha tenido un amigo, no como tal. Los otros niños de su edad solían tratarlo mal, burlándose de él y haciéndolo llorar. Davos jura no burlarse de él, y Aeron decide creerle, pese a que quizás no debería hacerlo, no hay nada que le diga que Davos realmente es genuino, tan sólo su instinto que varias veces ha fallado. Pero siente que esta vez es real, que el Blackwood jamás le ha mentido. Por fin tiene un amigo, uno de verdad, y pese a que la contrariedad por su apellido y lo que esto significa se mantiene latente en su interior, una vez están juntos no podría importarle menos. Porque, al igual que él es simplemente Aeron, su amigo es simplemente Davos, sin importar que sean Blackwood y Bracken, que sea una amistad prohibida, desafiada por una enemistad que ni siquiera comprenden.

—Supongo que se trata de ese niño Blackwood con el que te golpeaste ayer.

Los nervios se apoderan de él de inmediato, provocando que un nudo comience a formarse en su estómago.—¿Qué? ¿qué te hace pensar eso, Nana?

—No eres para nada disimulado, corazón. Supuse que ese chico que te molestaba realmente no trataba de hacerlo, y la única razón por la que no me lo contarías es porque se trata de un Blackwood.

—¿Cómo crees eso? es una tontería...

—Son demasiados años vividos como para no saber detectar una mentira. Además, se te da fatal mentir, Aeron.

Suspira, derrotado. No puede creer que Nana lo haya descubierto de una forma tan patética.—¡Por favor no se lo cuentes a papá o al tío Amos!

—No lo haré. Y no estoy enojada contigo. Mantendré tu secreto durante todo el tiempo que me pidas, no has de preocuparte.

Nana siempre ha sido la mejor. Cuando se siente perdido, sabe que puede contar con ella, es casi como esa madre a la que tanto extraña. Nana lo comprende, y sabe que ella también lo haría.

¿Qué os está pareciendo la historia hasta ahora?
Me gustaría saber vuestra opinión, cualquier consejo será bienvenido.

Espero que os haya gustado el capítulooo 💟










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