Capitulo 32 ✞︎Pʀɪɴᴛsᴇssᴀ✞︎

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༒︎

𝐒𝐋𝐀𝐕𝐈𝐊.

Mi jet privado espera por mí listo para volar. Subo a esta sin desperdiciar más mi tiempo en este país de mierda; solo quiero llegar cuanto antes y volver a ver mis ojos dorados.

Isagi se instala a unos pasos de distancia y me ve de reojo. Está rabioso por qué su vida dependió de un labial y unos planos; la próxima pensaré en otra más conveniente.

Reviso mi teléfono y no hay ninguna llamada de Lucca. Quiero saber qué pasa y qué está haciendo mi preciosa.

—Isagi, ven aquí —ordené con seriedad; este se levanta de mala gana y me ve mal hasta que llega hasta un paso de distancia de mí. — Quiero que busque la mejor tienda de flores que allá en Francia, para cuando llegue me estén esperando preparados.

—No es tienda, es florería —dice sonriendo con burla. —Pero despreocupese, que no voy a morir por unas flores.

—Para qué me corriges si me entiendes, imbécil —espetó con rabia y ganas de matarlo por charlatán; eso le va bien a mi hermano.

—Por gusto de burlarme de usted y poder aprovecharme —confiesa sin miedo, con su mano enseña el cinto de navajas y su arma, hijo de perra —también quiero defender mi vida ruso.

—Si sigues vivo porque me sirves como chacha, ahora lárgate antes de que te extranguele.

Él me mata con su mirada, pero no me intimida; está conmigo porque le gusta el dinero. Aunque si se va se muere. No tiene escapatoria. Se pierde de mi vista y empieza a jugar con su teléfono.

***

Pasan las diez horas como si fueran diez años. El jet está aterrizando; el clima en Francia ahora es de verano, por lo que me saco el saco y lo llevo detrás de mi espalda, me quito la camisa y solamente me coloco el chaleco negro. Hace calor, mis pectorales quedan casi a la vista, que mis tatuajes disimulan. Antes de bajar me coloco mi gafa negra de sol.

Mi Maserati MC20 está estacionado frente a mí. Sin decir nada más, dejo a mis guardias atrás y subo, acelerando, hasta mi mansión donde se encuentra mi sol.

Mierda, las flores.

Antes de llegar, giro en U y llamo a Isagi que contesta en el segundo llamado.

—Idiota, buscaste la tienda que te ordeno.

—Sí, mi señor —su voz es exagerada y claro que lo noto, no soy imbécil—. Le pasó la ubicación.

—Obvio, imbécil, cómo voy a llegar aquí si no sé la dirección.

—¿Por qué tan alterado, diablo? —se ríe del otro lado—. ¿Acaso el diablo está nervioso? Pobrecito.

—Te juro que tengo ganas de matarte ahora mismo, pero tengo algo más importante que hacer aparte de tu muerte insignificante.

Sigue así y mi pequeña Eliá te mandará a volar apenas te vea, demente —exalo todo el aire que llevo conteniendo, y la sangre me hierve justo ahora.

—Pequeña —relacqué esa palabra con mi tono neutro y amenazante—, no te dirijas nunca más en tu puta vida hacia mi mujer de esa forma, o de verdad te mataré y no es broma, jodido chino.

Adiós, loco celopata —vocifera cortando de vuelta la llamada; ya van dos besos; la tercera es la vencida.

Sigue disfrutando tu vida, chino, porque llegará el día que te conté en pedasos. >> Amenaza mi conciencia.

𝐌𝐚𝐥𝐝𝐢𝐭𝐚 𝐁𝐞𝐧𝐝𝐢𝐭𝐚 © ✔︎ [en CORRECCIONES]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora