capitulo 13

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La visita a McGucket había sido un bálsamo para el espíritu de Ford. Las conversaciones llenas de nostalgia, los recuerdos de sus locuras juveniles y la camaradería que compartían le brindaban una paz que no había sentido en mucho tiempo. Mientras los días pasaban, Ford comenzó a pasar más tiempo con su viejo amigo y con su familia, dejándose llevar por una vida que, de alguna manera, había dejado atrás. Cada risa, cada charla le recordaba lo que había perdido en su obsesión por los misterios del universo.

McGucket y él se habían vuelto prácticamente inseparables, como en los viejos tiempos. Ford comenzaba a recordar no solo la amistad que compartían, sino algo más, algo que había enterrado profundamente en su memoria. No lo había mencionado a nadie, ni siquiera a Stanley. Pero en su juventud, él y McGucket habían sido más que amigos. Habían compartido un romance breve, intenso, en esos años de descubrimientos y sueños compartidos. Aunque ambos lo habían dejado atrás, esos sentimientos nunca desaparecieron del todo.

Mientras Ford se sumergía en esos recuerdos, por primera vez en mucho tiempo, se permitió pensar en lo que pudo haber sido. ¿Qué habría pasado si las circunstancias hubieran sido diferentes? ¿Si no hubiera estado tan cegado por su sed de conocimiento y aventura? Estos pensamientos lo llevaron a un lugar de introspección que había evitado durante años, mientras una mezcla de nostalgia y melancolía se apoderaba de él.

Pero mientras Ford encontraba consuelo en sus recuerdos y en la compañía de McGucket, había alguien más observando, sintiendo cómo la irritación dentro de él crecía con cada día que pasaba. Bill Cipher, en su forma triangular, flotaba en la oscuridad de su dimensión, observando a Ford con ojos llenos de un enojo que no paraba de intensificarse. Al principio, lo había encontrado curioso, casi entretenido, ver cómo Ford pasaba más tiempo con McGucket. Pensó que sería algo pasajero, que Ford eventualmente volvería a centrarse en lo que realmente importaba, en sus "planes" juntos.

Sin embargo, al ver cómo Ford parecía cada vez más absorto en esa nueva conexión, el entretenimiento de Bill se transformó en algo más oscuro. La ira comenzó a arder en su interior. ¿Cómo era posible que Ford, su Ford, pudiera distraerse tan fácilmente? ¿Qué podría ofrecerle McGucket que Bill no pudiera?

Mientras Bill intentaba contener su frustración, una idea incómoda comenzó a formarse en su mente. No era solo la cercanía de Ford con McGucket lo que lo irritaba. Era la posibilidad, remota pero presente, de que Ford pudiera estar desarrollando sentimientos más profundos, algo que Bill no estaba dispuesto a aceptar. No porque le importara... o al menos, eso era lo que se decía a sí mismo. No, Bill siempre había sido el maestro del control, el manipulador supremo. Y no podía permitir que nadie, ni siquiera Ford, se desviara de los caminos que él había trazado.

Sin embargo, a medida que pasaban los días, Bill comenzó a darse cuenta de que su enojo no provenía solo de la posible pérdida de control. Había algo más, algo que lo asustaba en lo más profundo de su ser. Una emoción que apenas podía identificar, pero que le causaba un malestar constante. Se encontraba preguntándose, con más frecuencia de lo que le gustaría admitir, si lo que sentía por Ford iba más allá de lo que había planeado originalmente. Si quizás... solo quizás... había algo más que manipulación detrás de sus acciones.

Mientras tanto, Ford, ajeno a la tormenta emocional que estaba gestándose en Bill, continuaba sus días con una tranquilidad que no sentía desde hacía años. Pero en las noches, cuando todo estaba en silencio, los recuerdos de su juventud con McGucket volvían a él. Se encontraba soñando con esos días, con lo que pudo haber sido, y se preguntaba si alguna vez podría volver a sentir algo tan intenso, tan puro. Y aunque no quería admitirlo, una pequeña parte de él no podía evitar compararlo con lo que había comenzado a sentir por Bill, una confusión que solo crecía cada día.

Pero Ford, siendo Ford, no iba a dejar que esos sentimientos lo dominaran. Aún había mucho que debía hacer, y no podía permitirse el lujo de caer en las mismas trampas del pasado. Decidió que seguiría adelante, que se enfocaría en su familia, en su amistad con McGucket, y dejaría que el tiempo resolviera el resto.

Pero ni Ford ni Bill estaban preparados para lo que el destino les tenía preparado. Porque a veces, las emociones que tratamos de enterrar son las que terminan resurgiendo con más fuerza.

fuego en la mente (Billford)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora