Capítulo III

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Juanjo estaba atrapado en un torbellino de emociones. La oferta que acababa de recibir del dueño de Écalt d'Or resonaba en su cabeza como una puerta a una nueva oportunidad, pero también de incertidumbre. Ser el chofer de Martin, el hijo del dueño, no era precisamente el trabajo de sus sueños, sobre todo después de los dos encuentros incómodos y hostiles que ya había tenido con él. No podía evitar que un mal presentimiento se enroscara en su pecho, haciéndolo dudar si realmente quería pasar más tiempo con alguien tan insoportable.

La otra cara de la moneda brillaba con un atractivo difícil de ignorar. Juanjo sabía que aceptar el trabajo significaría mucho más que conducir un coche lujoso; sería su boleto para una vida mejor. Las promesas de un sueldo digno, mejores condiciones de trabajo, y sobre todo, la posibilidad de pagarse el máster que tanto anhelaba, le hacían titubear. Era consciente de que una oportunidad así no se presentaba todos los días.

Sin embargo, aceptar la oferta significaba dejar atrás su vida actual. Denna y Bea, sus chicas, se quedarían solas, y la idea de abandonarlas era algo que no esperaba que pudiera pasar tan pronto. Eran su familia en la gran ciudad, y la posibilidad de perder esa conexión lo asustaba. Además, tendría que mudarse con la familia de Martin, lo que no solo implicaba un cambio drástico en su vida cotidiana, sino también estar en constante cercanía con alguien que le resultaba insufrible.

Juanjo se encontraba en una encrucijada. El miedo a lo desconocido, el apego a su vida actual, y la aversión hacia Martin luchaban ferozmente en su interior contra el deseo de avanzar, de alcanzar algo mejor para su futuro. Era una decisión difícil, una que podría cambiar el rumbo de su vida para siempre.

Y allí se encontraba él, sentado en el sofá de su casa a las 3 de la madrugada con una taza humeante de colacao entre sus manos y la televisión apagada con la esperanza de encontrar respuestas a todas aquellas preguntas que rondaban por cabeza.

A la mañana siguiente se despertó en el mismo sitio, ni siquiera se dio cuenta de cuando se durmió, pero seguramente lo hizo en algún momento preso del cansancio y la incertidumbre. Se despertó por culpa de la luz que entraba a través de las ventanas, le era imposible dormir si algún ápice de luz llegaba a sus ojos.

Preparó el desayuno para los tres y esperó sus chicas, que no tardaron mucho en aparecer con los pelos alborotados y algún que otro rastro de maquillaje. Desde luego que si aceptaba echaría de menos todos esos momentos.

— Buenos días.

— Buenos días piojo. — Le dio un beso en la cabeza mientras ella le abrazaba de costado cerrando los ojos y recreándose un poco más. Siempre le había parecido muy cómodo el cuerpo de su amigo.

— ¿Hablaste ayer con este hombre al final? — pronunció la morena después de recibir otro beso por parte del maño.

— Si. Desayunamos y os cuento.

Entre los tres terminaron de colocar las cosas en la mesita de la cocina y Juanjo inmediatamente las puso al día sobre todo lo que habló con el señor Urrutia la tarde anterior.

— Pero entonces no se que es peor, si trabajar en el bar o con ellos, apenas estarás en casa y tendrás que ir y venir muchas veces al día. - Bea aún no entendía ciertas cosas, aun no les había mencionado el tema de que tendría que mudarse.

— Ya, ese es el problema, que si acepto...

— Si aceptas que Juanjo, habla leche, me va a sentar mal el desayuno con tanto misterio.

— Tendría que mudarme.

— ¿Cómo? — pronunciaron las dos chicas a la vez mirándose entre ellas y después a Juanjo.

Amor ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora