Capítulo XI

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El ambiente en la bolera se había mantenido ligero y divertido tras ese momento íntimo entre Juanjo y Martin. Las bromas y las risas fluían mientras los turnos de los bolos continuaban.

Denna y Bea competían con entusiasmo, mientras Juanjo y Martin se regalaban pequeñas sonrisas cómplices, sus miradas llenas de entendimiento, como si ambos hubiesen regresado a esa burbuja que solían compartir. Todo parecía volver a la normalidad, como si el resto del mundo se hubiera desvanecido por completo, dejándolos a ellos dos sumergidos en su propio pequeño universo.

Sin embargo, esa tranquilidad se rompió de golpe para Martin cuando, entre una de esas miradas compartidas con Juanjo, sus ojos se desviaron hacia un punto en el fondo de la bolera.

Allí, entre la multitud, los vio, esos ojos oscuros y fríos, fijos en él, mirándolo con rabia y recelo. El impacto fue inmediato. El corazón de Martin se aceleró en su pecho, como si alguien hubiera encendido una alarma dentro de él. Las manos empezaron a sudarle, el nerviosismo recorriendo su cuerpo, y una sensación incómoda y opresiva se instaló en su estómago.

De repente, el bullicio de la bolera pareció desaparecer, y todo lo que podía percibir era esa mirada gélida, clavada en él como una amenaza silenciosa. Martin intentó apartar la vista, pero era como si sus ojos estuvieran atrapados en un campo magnético. No podía moverse, no podía pensar con claridad. Todo lo que sentía era la creciente ansiedad que le llenaba el pecho.

Juanjo, siempre atento, no tardó en notar el cambio en Martin. Su sonrisa divertida se desvaneció lentamente al ver que su pequeño chico ya no le miraba de la misma manera. Su expresión ahora era tensa, como si algo lo estuviera devorando por dentro.

—Oye, ¿estás bien? —le preguntó Juanjo, preocupado, acercándose un poco más, buscando sus ojos.

Pero Martin no respondió. Ni siquiera lo miró. Seguía con la vista fija en ese punto, en ese rostro que había aparecido de la nada, desmoronando todo lo que había construido en su mente para mantenerse a flote. Juanjo frunció el ceño, inquieto, y siguió la dirección de los ojos de Martin, buscando aquello que lo tenía tan alterado.

Y entonces lo vio. Ahí estaba Pablo. De pie, observándolos con una expresión que no dejaba lugar a dudas. Había enfado en su mirada, algo oscuro y posesivo. Juanjo sintió un escalofrío recorrerle la espalda, y de inmediato, entendió que lo que estaba viendo no era simplemente una casualidad.

—¿Lo conoces? —le preguntó Juanjo en un tono bajo, sin apartar la vista de Pablo, esperando una respuesta que le diera sentido a esa atmósfera tan repentinamente tensa.

Martin, atrapado en su propio torbellino de emociones, apenas procesó las palabras de Juanjo al principio. La voz del mayor, que normalmente lo calmaba y le ofrecía consuelo, esta vez le sonaba lejana, como un eco que intentaba rescatarlo de las profundidades de su mente. Poco a poco, las palabras de Juanjo lograron abrirse paso en medio de su confusión, devolviéndolo a la realidad, aunque la presión en su pecho seguía creciendo.

Se giró lentamente hacia Juanjo, sintiendo el peso de su mirada preocupada. Sus ojos, normalmente tan vivos, ahora reflejaban una mezcla de temor y confusión. Sabía que Juanjo esperaba una respuesta, algo que explicara ese cambio abrupto en su comportamiento. Sabía que tarde o temprano tendría que enfrentar la verdad, que su secreto, todo lo que había estado ocultando, saldría a la luz antes de lo previsto.

Las manos de Martin comenzaron a temblar, traicionando su nerviosismo. No sabía qué decir, cómo explicarle a Juanjo lo que realmente estaba pasando. Pablo, el chico que había intentado enterrar en el fondo de su mente, había vuelto a aparecer, trayendo consigo todo el dolor y los recuerdos que había intentado olvidar.

Amor ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora