Subieron al edificio entre risas y miradas cómplices, con el eco de la música aún vibrando en sus oídos y el calor de la noche alimentando esa atracción que habían compartido sin reservas. Aún así, algo en la atmósfera se volvía más calmado mientras subían los escalones, como si en cada paso se fueran preparando para una despedida momentánea, el último acto de una noche que había sido mucho más de lo que ambos habían esperado. Y, sin embargo, cada par de escalones era otra excusa para detenerse, para acercarse, para besar los labios del otro como si quisiera grabar en su memoria el sabor exacto, la textura, la sensación de estar tan cerca.
Finalmente, llegaron a la puerta del piso de Denna y Bea, donde Juanjo, en un movimiento automático, se agachó y buscó las llaves que sus amigas le dejaron escondidas bajo el felpudo. Sonrió al encontrarlas, como si eso le confirmara que estaba en casa, y abrió la puerta con un movimiento seguro. Al entrar, el silencio del apartamento les envolvió, contrastando con el bullicio y la intensidad de las calles de Madrid que acababan de dejar atrás. No había nada más que ellos dos en ese espacio, y eso le daba un aire de intimidad casi palpable.
Sin decir palabra, caminaron juntos hacia la habitación que solía ser la de Juanjo. Martin, observando las paredes y el mobiliario, parecía un poco curioso, como si estuviera adentrándose en una parte de la vida de Juanjo que aún no conocía. Juanjo le miraba de reojo, disfrutando del gesto curioso en su rostro, aunque no tardó en darse cuenta de que ambos habían llegado a una especie de encrucijada.
— Bueno, ¿cómo quieres... que... durmamos? — preguntó Martin en voz baja, algo dubitativo.
— ¿Tú qué crees? — respondió Juanjo, con una sonrisa de complicidad que se transformó en una risa cuando Martin, al mismo tiempo, le hizo la misma pregunta, como si ambos hubieran estado en la misma línea de pensamiento. Esa sincronía parecía sellar la conexión que tenían.
Después de un breve intercambio de miradas, llegaron a un acuerdo, dormirían separados. No había prisa; ambos querían alargar esa sensación de calma y ternura que sentían. Juanjo, entonces, le sugirió que se cambiara para dormir más cómodo y fue a revisar una de las cajoneras, esperando encontrar algo que aún quedara de cuando él vivía allí.
— Con un poco de suerte, Bea y Denna no habrán movido nada — murmuró mientras rebuscaba.
Para su sorpresa, allí estaba, justo en el último cajón, unos pantalones de chándal algo holgados y una sudadera que recordaba haber usado en sus noches de estudio. Los sacó y se los tendió a Martin, quien sonrió al recibirlos, agradecido. El menor se alejó hacia un rincón para cambiarse, y Juanjo se dio la vuelta, respetando su espacio. Sin embargo, no pudo evitar pensar en lo mucho que había cambiado su vida en tan poco tiempo. Nunca imaginó que compartiría una noche así, y menos aún que tendría a alguien como Martin junto a él.
Cuando se giró de nuevo, Martin ya se había puesto la ropa. El pantalón le quedaba un poco largo y la sudadera, algo holgada, le daba un aspecto adorable, casi desprotegido, que le hizo sonreír. Se acercó a él, despacio, y le dio un beso en la frente, luego en la mejilla, y finalmente en los labios, de manera lenta y delicada, saboreando cada segundo. Fue un beso sin prisas, lleno de la calma que ambos necesitaban después de una noche intensa. Se miraron a los ojos mientras se besaban, y todo el ruido de la noche pareció desvanecerse en ese instante.
— Gracias por esta noche — susurró Martin, apenas apartando sus labios de los de Juanjo.
— Gracias a ti — respondió Juanjo, acariciando su mejilla y sintiendo una paz que le resultaba completamente nueva —. Ha sido... especial.
Volvieron a besarse, una y otra vez, pero ahora sus besos eran más pausados, como si cada uno intentara grabar en su memoria ese momento de calma y de conexión. Las manos de Juanjo rodearon la cintura de Martin, y él, en respuesta, subió una mano para acariciar suavemente el cuello de Juanjo, sintiendo su respiración acompasarse a la suya. Todo era tan natural, tan perfecto en su sencillez, que ninguno quería que el momento terminara.
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Amor Prohibido
RomanceLos Urrutia, una de las más ricas del país, dueña de Éclat d'Or una multinacional mundialmente conocida, su hijo Martín acaba de cumplir 18 años y necesitan un chófer para él, el problema es que él chico odia tenerlo. Juanjo, un chico humilde que ac...