🏆-IX-🛹

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Al día siguiente, Bradley se levantó como de costumbre a las siete de la mañana. Siguió su rutina de ejercicio, intentando despejar su mente, pero algo en él se sentía diferente. Se miró en el espejo, buscando una pista sobre qué había cambiado, pero no pudo identificarlo. Finalmente, negó con la cabeza, decidido a ignorar esa sensación incómoda, y se dirigió a su computadora. Al encenderla, comenzó a revisar sus correos. Sonrió al leer los buenos deseos de sus abuelos y su madre, pero al abrir el correo de su padre, se sintió abrumado por el contenido. Los archivos adjuntos hablaban sobre la gestión empresarial y cómo ser un "gran hombre de familia", algo que siempre le resultaba sofocante. Sin interés, respondió con un simple "Gracias" y cerró el correo sin más.

Cuando estaba a punto de cerrar su bandeja de entrada, notó un correo de un remitente con el ridículo nombre de "@theskateboardman". Intrigado, lo abrió, preguntándose de qué se trataba.

"Oye bonito, no pienses que porque me sedujiste con tu bello cuerpo te has librado del trato de lavar las toallas. Ya te di un poco de tiempo libre, pero es hora de volver. Mis amigos me piden ponerte en línea... si supieran que ya te estoy poniendo, pero otra cosa...

Pd: Lindo sonrojo, te espero en la lavandería *Guiño*

Un beso, tu novato <3"


El rostro de Bradley se puso rojo en un instante, y cerró rápidamente la página, como si el simple acto de hacerlo pudiera calmar el nerviosismo que lo invadía. ¿Cómo era posible que ese estúpido mensaje lo afectara tanto? No podía creer que, después de todo, Max todavía recordara ese maldito reto de las toallas.

Con un suspiro pesado, se levantó y casi corrió al baño para darse una ducha, intentando enfriar su mente y su cuerpo. La ansiedad se mezclaba con una extraña emoción que no podía identificar del todo. Mientras se vestía para ir a la universidad, su mente volvía una y otra vez al mensaje, y aunque lo odiaba, no podía evitar pensar en la sonrisa burlona que seguramente Max tendría en su cara al esperarlo.

Finalmente, se dirigió a la lavandería, sintiendo cómo su corazón latía más rápido con cada paso que daba. La idea de enfrentarse a Max después de lo que habían compartido lo llenaba de una mezcla de anticipación y miedo. Sabía que ese idiota estaría allí, probablemente con esa estúpida sonrisa suya, pero a pesar de todo, algo dentro de él lo impulsaba a seguir adelante, como si una parte de él realmente deseara ese encuentro.

Al llegar, Bradley se detuvo un segundo antes de abrir la puerta, respirando profundamente para calmarse. Cuando finalmente la empujó, sus ojos se encontraron con los de Max, y allí estaba, con esa sonrisa burlona que Bradley sabía que vería. Y aunque quería enfadarse, gritarle o incluso salir corriendo, su cuerpo lo traicionó. En lugar de eso, solo pudo quedarse quieto, observando a Max mientras una ola de emociones lo invadía, sabiendo que estaba a punto de entrar en un juego del que tal vez ya no podría escapar.

—Novato.

—Bradley.

Max sonrió mientras estiraba las tres toallas hacia el mayor. Bradley, con una mirada de irritación, tomó las toallas y se dirigió a la lavadora. Sabía que esto era parte del trato, pero no dejaba de sentir cierta molestia por tener que hacerlo.

Mientras preparaba todo para lavar esas asquerosas toallas, trataba de no pensar demasiado en lo que les había ocurrido para estar tan sucias.Tan concentrado estaba en su tarea que no se percató de la mirada intensa con la que Max lo observaba, sus ojos recorriendo cada centímetro de su cuerpo con deseo. No fue hasta que sintió unas manos deslizarse suavemente por su cintura y pecho que se dio cuenta de la presencia del otro.

—Sabes que nos gusta el aroma a flores en las toallas, ¿verdad? —Max susurró de manera provocativa en su oído, su voz baja y cargada de insinuación. Bradley, sin poder evitarlo, dejó escapar un suave gemido ante el contacto.

—A-aquí n-no, idiota— regañó Bradley, tratando de mantener la compostura, pero su voz temblaba, traicionando su nerviosismo. Las manos de Max se deslizaban bajo su camiseta, acariciando su piel con una familiaridad que hacía que su cuerpo reaccionara sin quererlo.

—No vamos a hacer nada...—Max murmuró, sus labios rozando la oreja de Bradley antes de morderla suavemente. Luego, comenzó a descender por su cuello, dejando besos urgentes y desesperados, como si cada toque fuera una necesidad apremiante—. Solo quiero jugar un rato.

Bradley apretó los dientes, luchando contra el torbellino de emociones que lo invadía. Sabía que debía detener a Max, que esto no debía pasar nada en ese lugar, pero su cuerpo traicionaba a su mente, y cada caricia hacía que sus barreras se desmoronaran un poco más.

—Max... esto es una locura...—intentó protestar, pero su voz salió débil, ahogada por el deseo que empezaba a nublar su juicio. Sentía la respiración caliente de Max contra su piel, y por un segundo, pensó en lo fácil que sería dejarse llevar, olvidar el miedo, el odio, y simplemente ceder.

Pero entonces, en medio de ese caos emocional, una chispa de lucidez lo hizo girar bruscamente, empujando a Max contra la pared. Lo miró a los ojos, esos ojos que reflejaban tanto deseo como el que él mismo sentía, y por un instante, la tensión entre ambos se hizo insoportable.

—Si vamos a jugar, lo haremos a mi manera—dijo Bradley con una voz más firme, pero no menos cargada de emoción. Sus manos se aferraron a la camiseta de Max, tirando de él para acercarlo más, sus respiraciones entrelazándose en el aire.

Max sonrió, esa sonrisa descarada que tanto exasperaba y atraía a Bradley al mismo tiempo, y asintió suavemente. No necesitaban más palabras. Ambos sabían que estaban a punto de cruzar una línea que, una vez traspasada, no podría deshacerse. Y aunque el miedo y la incertidumbre seguían presentes, en ese momento, la pasión era lo único que importaba.

Bradley bajó la mirada hacia los labios de Max, sus dedos temblando ligeramente mientras aflojaba el agarre en su camiseta. Había un entendimiento silencioso, una aceptación de que, aunque todo esto estaba mal en tantos niveles, ninguno de los dos podía resistirse. Y así, en esa lavandería, con el olor del detergente y las toallas olvidadas, se dejaron llevar por la vorágine de emociones que habían estado conteniendo.

Se inclinó hacia adelante, sus labios casi tocando los de Max. Podía sentir el calor de su aliento, el ritmo acelerado de su corazón. Max no se movió, esperando, anticipando. La tensión entre ellos era palpable, una energía eléctrica que parecía crecer con cada segundo.

Finalmente, Bradley cerró la distancia, sus labios encontrándose en un beso suave, exploratorio. Max respondió de inmediato, su boca abriéndose para recibir la invasión de la lengua de Bradley. La pasión explotó entre ellos, un fuego que se había estado gestando durante tanto tiempo.

Mientras se besaban, ambos sentían como sus cuerpos se relajaban, como si hubieran estado esperando ese momento durante una eternidad. Max, se dio cuenta en ese instante que Bradley era su debilidad y que solo quería perderse en la sensación de estar con él.

La habitación desapareció, y solo quedaron ellos dos, perdidos en un mar de emociones y sensaciones. Sabían que estaban jugando con fuego, que esto podía terminar en desastre. Pero no podían parar. La atracción era demasiado fuerte, el deseo demasiado intenso.

Y así, sin decir una palabra más, se dejaron llevar por la pasión, cruzando la línea que los llevaría a un territorio desconocido, pero irresistible.

Y así, sin decir una palabra más, se dejaron llevar por la pasión, cruzando la línea que los llevaría a un territorio desconocido, pero irresistible

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PRETTY PLEASE ᵐᵃˣˡᵉʸDonde viven las historias. Descúbrelo ahora