🏆-VI-🛹

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No sabían ni cómo habían Ilegado a ese punto. Se odiaban, se repelían, deseaban estar lo más lejos posible el uno del otro, pero en ese momento, nada de eso parecía importar. Max sujetaba con fuerza la cintura de Bradley, mientras este enredaba Sus dedos en el cabello oscuro del menor, desordenándolo con una desesperación que traicionaba todos los muros que había construido.

— ¿Q-qué estamos haci-endo? —preguntó Max, su voz temblorosa, interrumpiendo el beso brevemente, como si intentara aferrarse a la razón.

—Solo cállate —respondió Bradley, su tono demandante y su respiración entrecortada, antes de volver a capturar los labios de Max con una intensidad feroz, una mezcla de rabia, deseo y algo más profundo que ni siquiera podía nombrar. Max sonrió contra los labios del mayor, una sonrisa involuntaria, nacida de una emoción que no sabía cómo controlar.

Finalmente, el aire se conirtió en una necesidad ineludible, y tuvieron que separarse, aunque no de inmediato. Sus frentes permanecieron unidas, sus respiraciones entrelazadas, creando una conexión silenciosa que ninguno de los dos quería romper. Se quedaron así, por unos largos segundos, hasta que la realidad los alcanzó y se alejaron, sintiendo el frío espacio entre ellos.

—Eso fue... —empezó a decir Max, todavía tratando de procesar lo que acababa de suceder.

—Algo que no volverá a pasar. Fue un error —gruñó Bradley, su voz teñida de furia y auto-desprecio, dejando a Max aturdido. Sus palabras eran afiladas, casi como si quisiera convencerse más a sí mismo que al otro—. Un error tan patético como tú.

Con una brutalidad que escondía su propia confusión y miedo, Bradley empujó a Max contra la pared, su dedo índice apuntando directamente al rostro del pelinegro, como si eso pudiera borrar lo que acababa de ocurrir.

— ¡Yo no soy un maldito desviado! ¿ME OYES? ¡No lo soy! —gritó, su voz quebrándose al final, cargada de una desesperación que Max reconoció al instante. No era solo rechazo, era miedo, miedo de lo que ese beso había revelado, miedo de lo que sentía, de lo que había reprimido durante tanto tiempo.

Sin esperar respuesta, Bradley se giró y salió de la habitación casi corriendo, huyendo no solo de Max, sino de sí mismo, de las emociones que acababan de desbordarse.

Max se quedó allí, solo en la oscuridad, su corazón golpeando salvajemente en su pecho, aún sintiendo el calor de los labios de Bradley contra los suyos. Sabía que lo que acababa de suceder significaba mucho más de lo que Bradley estaba dispuesto a admitir. Las palabras finales del castaño resonaban en su mente, pero Max entendía que eran fruto del trauma y la presión que siempre habían pesado sobre él. Bradley había iniciado el beso, lo había profundizado, y por más que intentara negarlo, había habido más que simple deseo en ese acto.

—Aggggh, Uppercrust, ¿qué me estás haciendo? —susurró Max, cerrando los ojos con fuerza, golpeando la parte trasera de su cabeza contra la pared en frustración—. Maldita sea la hora en que comencé a querer más de ti. Ahora ya no quiero dejarte en paz. Por favor, bonito, ven y arruina mi vida —murmuró, dándose cuenta, con un sobresalto, de lo que acababa de decir en voz alta. Abrió los ojos de golpe, una mezcla de incredulidad y aceptación reflejada en su expresión-—. Dios, me estoy volviendo loco.

La verdad de sus sentimientos lo golpeó con una fuerza devastadora. No se trataba solo de un capricho, no era simple atracción. Había algo más profundo, algo que lo hacía querer seguira Bradley, luchar por él, a pesar de todo lo que había Sucedido entre ellos.

Bradley llegó a la fraternidad agitado, con el eco de sus propios pasos resonando en sus oídos mientras intentaba escapar de todo, especialmente de Max

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Bradley llegó a la fraternidad agitado, con el eco de sus propios pasos resonando en sus oídos mientras intentaba escapar de todo, especialmente de Max. Se sentía abrumado por el torbellino de emociones que lo envolvía. Besar a Max había desatado una marea de sentimientos que pensó haber enterrado hacía mucho tiempo. Pero junto con esas emociones, también regresaron los recuerdos más oscuros y dolorosos. La imagen de su padre golpeando sus manos con una varilla se clavó en su mente. Tenía diez años cuando lo encontró besando a su primer amigo en el sótano, descubriendo lo que era sentir atracción por otro chico. Ese día, su padre le dejó claro que dos niños no podían besarse, y Bradley creyó que ese deseo prohibido había muerto en él, enterrado bajo el peso de la culpa y la vergüenza.

Sin embargo, la universidad había reavivado algo en su in
terior, algo que no podía controlar. Ver a tantos chicos atractivos lo confundió, lo inquietó, porque aunque las chicas no despertaban en él la más mínima reacción, los chicos lo hacían de manera abrumadora. Se encontró a sí mismo mirando a los hombres, deseando acercarse, queriendo besar a aquellos que le atraían. Y entonces, llegó Max, su perdición.

Max, con su cabello oscuro y esa sonrisa deslumbrante que parecía iluminar cualquier lugar donde estuviera, con su actitud relajada y decidida. Ese chico con grandes dientes, un aura de confianza y una capacidad para enfrentarse a cualquier desafío, lo atrajo desde el primer momento. El hecho de que Max no quisiera unirse a su equipo fue un reto que disfrutó, uno que lo cautivó de inmediato. Disfrutaba cada enfrentamiento, cada provocación. Incluso después de haber sido derrotado, una parte de él no pudo evitar sentirse emocionado al ver a Max sostener el premio. Pero entonces vino el golpe de Tanque, y cualquier sentimiento positivo fue enterrado una vez más.

Ahora, se sentía patético, patético por haber besado a Max, por haber sentido tanto más de lo que debería, y por la abrumadora necesidad de buscarlo de nuevo, para seguir besándolo, para seguir sintiendo. Sus pensamientos lo llevaron a la puerta sin que siquiera se diera cuenta, su mano ya en el picaporte, girándolo con una mezcla de desesperación y esperanza. Y justo cuando la puerta se abrió, allí estaba él.

Max, con esos ojos de perro abandonado que lo desarmaban por completo, lo miraba, sorprendido de encontrarlo allí. Pero Bradley no estaba dispuesto a dejar que la razón tomara el control. Antes de que el menor pudiera decir una palabra, Bradley lo agarró por la camiseta y lo empujó hacia dentro de la fraternidad, cerrando la puerta de un golpe con el cuerpo de Max. Sin dudarlo, sin pensar, sus labios capturaron los de Max con una urgencia casi feroz, como si ese beso fuera lo único que pudiera anclarlo en medio de la tormenta que sentía por dentro. Y para su sorpresa, Max le respondió con la misma intensidad, devolviendo el beso con una pasión que solo avivó el fuego que ya ardía entre ellos.

Los pensamientos de Bradley se volvieron un caos. Todo lo que había reprimido durante tanto tiempo, todo lo que había negado, estaba ahora en la superficie, y no podía hacer nada para detenerlo. Los besos se hicieron más desesperados, las manos de Bradley recorriendo el cuerpo de Max con una necesidad casi dolorosa, buscando algo que ni siquiera sabía nombrar. Y en ese momento, no había odio, no había pasado, solo ellos, dos almas perdidas buscando consuelo en el otro, aunque ninguno quisiera admitirlo.

Max, por su parte, se entregó al beso con la misma desesperación, sintiendo cómo el peso de sus propios sentimientos se desbordaba. No era solo deseo, no era solo atracción. Era más, mucho más. Sentía la confusión y el dolor de Bradley a través de cada beso, a través de cada toque. Y por un momento, el mundo desapareció a su alrededor, dejándolos solos en esa tormenta de emociones que habían desatado.

Finalmente, cuando el aire se hizo imprescindible, se separaron, pero sus cuerpos permanecieron cerca, sus respiraciones entrelazadas. Bradley miró a Max, con los ojos llenos de confusión y miedo, pero también de algo que Max no podía identificar, algo que lo hacía querer acercarse aún más, querer comprenderlo, querer ayudarlo, aunque Bradley no se lo permitiera.

—¿Qué me estás haciendo, Goof? —susurró Bradley, su voz quebrada, sus manos todavía aferradas a la camiseta de Max, como si soltarlo significara perderse a sí mismo.

Pero Max no tenía una respuesta. Lo único que sabía era que, por mucho que lo negaran, por mucho que se resistieran, había algo entre ellos que no podían seguir ignorando. Algo que solo se hacía más fuerte con cada segundo que pasaban juntos.

 Algo que solo se hacía más fuerte con cada segundo que pasaban juntos

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PRETTY PLEASE ᵐᵃˣˡᵉʸDonde viven las historias. Descúbrelo ahora