Capítulo 13: El Renacer del Espejo

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La Desolación Tras el Ritual

El capítulo abre con una atmósfera sombría y melancólica. Elena, después de haber completado el ritual, yace inconsciente en los brazos de David, quien la lleva con gran dificultad de vuelta a la mansión desde las catacumbas subterráneas. El camino de regreso está lleno de tensión y miedo, ya que, aunque las Sombras Eternas parecen haber sido destruidas, la mansión en sí sigue envuelta en una sensación inquietante. Cada paso que David da es un recordatorio de los horrores que ambos han enfrentado y del peso del sacrificio de Elena.

Las paredes de la mansión, que antes estaban llenas de vida y movimiento debido a la presencia de las sombras, ahora están en silencio, como si el edificio mismo estuviera lamentando la pérdida de algo profundo. David, exhausto tanto física como emocionalmente, no puede evitar preguntarse si todo lo que han hecho ha sido en vano. Su mente está nublada por la preocupación por Elena, quien aún no ha despertado, y por el temor de que la maldición pueda haber dejado cicatrices irreversibles en ambos.

Al llegar a la mansión, David lleva a Elena a la biblioteca, el lugar donde comenzaron gran parte de sus investigaciones sobre la historia de los Ashcroft. En la biblioteca, el espejo roto, el cual desató el caos, sigue allí, su superficie fragmentada reflejando la luz de las velas en ángulos imposibles. Este espejo ha sido el epicentro de la maldición, y aunque ahora parece inerte, David no puede evitar sentir que todavía alberga un poder oscuro.

David se acerca al espejo y observa los fragmentos con detenimiento. Cada fragmento parece contener recuerdos distorsionados de los eventos que ocurrieron en la mansión: rostros de los miembros de la familia Ashcroft que perecieron a causa de la maldición, visiones de las sombras, y las luchas desesperadas por escapar del destino que les fue impuesto. Pero lo que más desconcierta a David es que en uno de los fragmentos ve su propio rostro, pero no como lo reconoce. En ese reflejo, su rostro parece envejecido, consumido por la oscuridad, como si él también estuviera destinado a ser parte del legado maldito de la familia.

Este momento es clave, pues David comprende que el espejo, aunque roto, sigue siendo una puerta a los secretos de la familia. Aunque lograron sellar las sombras, algo de la maldición permanece latente, atrapado en los fragmentos. La maldición, tal vez, no puede destruirse por completo.

Mientras David contempla el espejo, Elena finalmente despierta. Está débil, pero consciente de lo que ha ocurrido. Sin embargo, al contrario de lo que David esperaba, Elena no se siente liberada. En lugar de alivio, hay una sensación de vacío en su interior. Se da cuenta de que, aunque las Sombras Eternas han sido derrotadas, la maldición aún tiene un ancla en la realidad: ella misma.

Elena explica que, durante su inconsciencia, experimentó una última visión, una que la conectaba con los antepasados Ashcroft de una manera más profunda de lo que jamás imaginó. En esta visión, Ariadne Ashcroft, su antepasada más cercana, le reveló que la maldición nunca fue simplemente un pacto entre Edmond y las Sombras. La sangre de los Ashcroft siempre había estado marcada por una oscuridad que los atraía hacia lo sobrenatural, mucho antes del pacto de Edmond. La maldición del espejo fue solo una manifestación de algo mucho más antiguo y arraigado en su linaje.

Aquí es donde Elena enfrenta su mayor dilema. Sabe que el ritual que realizó pudo detener a las Sombras Eternas, pero no ha roto por completo el ciclo. Para liberar a la familia Ashcroft de la maldición, deberá tomar una decisión aún más difícil: destruir los fragmentos del espejo y, con ellos, renunciar a su propia conexión con la realidad. Elena comprende que ella misma ha sido una parte integral de la maldición desde el principio. Su sangre es el vínculo que las entidades oscuras han utilizado para mantenerse en este mundo, y mientras ella viva, la maldición no desaparecerá por completo.

Elena se enfrenta a una elección desgarradora: destruir el espejo, lo que podría costarle su vida, o permitir que el espejo siga existiendo y arriesgarse a que el ciclo se repita. David, desesperado por protegerla, trata de convencerla de que hay otra manera, pero en su corazón, ambos saben que la verdad es inevitable.

Elena, con lágrimas en los ojos pero una resolución inquebrantable, toma la daga ceremonial que había utilizado en el ritual anterior. Se dirige al espejo, sus manos temblorosas pero decididas. David la observa, impotente, sabiendo que no puede detenerla sin condenar a futuras generaciones a repetir el mismo destino.

Con un golpe decidido, Elena comienza a destruir los fragmentos restantes del espejo. A medida que cada fragmento se rompe, el aire en la habitación parece volverse más pesado, como si la misma mansión estuviera reaccionando al final del espejo maldito. Cada fragmento destruido libera un eco, un grito fantasmal que parece provenir de las entidades atrapadas durante siglos. Sin embargo, cuando Elena llega al último fragmento, el más grande y brillante, algo extraño sucede.

Este último fragmento no se rompe fácilmente. De hecho, cuando Elena intenta destruirlo, es como si algo la detuviera, una fuerza invisible que protege ese trozo final del espejo. Es entonces cuando Elena se da cuenta de que este fragmento contiene su propio reflejo, pero no el de ahora, sino una versión de sí misma atrapada en un ciclo eterno de dolor. Este reflejo parece cobrar vida, moviéndose por sí mismo dentro del espejo, como si estuviera vivo.

El último fragmento del espejo, cargado con la esencia misma de Elena, se revela como el corazón de la maldición. La conexión entre el linaje de los Ashcroft y las Sombras Eternas no se limita al pacto de Edmond, sino que es un ciclo que siempre regresa al espejo y a su portador. Ahora, Elena se enfrenta a la verdad más oscura de todas: la maldición no puede ser destruida sin destruirse a sí misma.

David, en un último acto de amor y desesperación, intenta intervenir, pero Elena lo detiene. Ella comprende que su destino siempre ha estado atado a ese último reflejo. Solo puede haber un final: destruir el fragmento y con él, sacrificarse para que la maldición finalmente sea erradicada.

Con una mezcla de dolor y aceptación, Elena levanta la daga y golpea el fragmento final del espejo. En el momento en que la daga toca el cristal, la cámara se llena de una luz cegadora. El espejo, finalmente, se desintegra en polvo, y con él, todas las conexiones que mantenían a las Sombras Eternas en el mundo real.

David grita, incapaz de soportar la idea de perder a Elena. Sin embargo, cuando la luz desaparece, él se encuentra solo en la habitación, rodeado de los restos del espejo roto. Elena se ha ido, pero en su lugar, la mansión parece haber recuperado algo de su antigua paz. La maldición ha sido rota.

Aunque el peso de la pérdida de Elena lo acompaña, sabe que su sacrificio no fue en vano. Las sombras que una vez llenaron la mansión han desaparecido, y los ecos del pasado ya no lo atormentan. Sin embargo, mientras se aleja, no puede evitar sentir que, en algún lugar, el reflejo de Elena todavía lo observa, como una parte indeleble de su ser.

La maldición ha terminado, pero el legado de los Ashcroft perdurará en los recuerdos y los sacrificios que se hicieron.

La Maldición del Espejo RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora